No hay nada que ponga de tan buen humor cuando uno asiste a una feria, sea de lo que sea, que ver a un silencioso cortador de jamón afilando el cuchillo; nada disipa tantas dudas del éxito de un convite como ver a un hombre con una chaquetilla blanca llenando platos de finas lonchas escarlatas dispuestas para ser devoradas en cuanto las autoridades -en este caso el subdelegado y la delegada del mismo apellido-vayan abandonando el Palacio de Exposiciones, en este caso de Campohermoso. Por esta tierra andurreó Goytisolo que lo único que cató fue el polvo del camino y unas anchoas avinagradas en un bar de carretera; y a estas tierras, ahora convertidas en industria verde, llegaron aquellos primeros colonos que, en vez de jamón, cenaban pan y chorizo.
Hace mucho tiempo de todo eso, como tiempo lleva en el candelero esta feria agrícola, este ágora mestizo de gente del campo y técnicos especializados, que en un principio tuvo un apéndice dedicado a los cazadores. Son ya XVI ediciones, con el acierto de hacerla bianual para no cansar. Y quien no daba un duro por ella, por este foro alejado del centro de poder ejidense, se ha equivocado. Son 6.000 hectáreas, de las 32.000 provinciales, las que rodean el campo de Níjar, suficientes para atraer 400 expositores de 12 países, con un crecimiento sostenido del 20%. Piano, piano, Almería ha sabido sostener aquel andamio que empezó a colocar hace más de 40 años el intrépido Ramón Gómez Vivancos, con la primera Expoagro en el Puerto de Almería, después en Aguadulce con la continuidad de Infoagro.
Como ocurre en cada edición, las cifras arrojadas por las autoridades fueron el pórtico de la gloria de la Expolevante: 12.500 agricultores en la provincia, 100.000 puestos de trabajo, 32.000 hectáreas, 4.500 millones de facturación -a pesar de Marruecos- y cuatro millones de toneladas de fruta y verdura fresca para alimentar a 500 millones de euros. “Porque la gente tiene la costumbre de comer tres veces al día”, dijo con gracia Aránzazu Martín. Después, el alcalde, criado en la Venta del Pobre, cortó la cinta, junto a sus dos antecesores cerca: Antonio Jesús y Esperanza, junto a un tercero -Joaquín- que no estaba, pero se le espera.
Níjar es estos días primaverales la capital de la agricultura con sus avenidas llenas de reclamos publicitarios: “Barreras contra las plagas”, “Somos la solución contra el rugoso”, “el gordo más resistente”; y eslóganes como “Especialistas en sabor”, “Comprometidos con su éxito”. Entre cajas de enormes berenjenas vimos a un reaparecido Juan Callejón charlando con David Baños, el mejor amigo del Rey; y a Juan Antonio Aliaga esprintando por el pasillo verde, hablando, por una vez, no de exportaciones, sino del AVE a Murcia. Reclamos de casas de semillas, de empresas de fertirriegos, de firmas de abonos. Andrés Pérez, de Clause, presente en Campohermoso, pero con el corazón en Sorbas; otro Andrés, Góngora, mirando folletos de tomates esperando a ser entrevistado por Verónica Ruiz, la familia Agrobío aguardando al patriarca y la CASI, la eterna CASI, reinando en el corazón de la feria con Antonio Bretones. Faltan aún muchas empresas de las grandes, del Poniente, en esta feria de muestras. Paco López Ramón, de Agrinature, el hombre con más bueyes de Almería, hablaba del futuro Museo de la Vega y de otra feria más lúdica, la del Rocío. Mientras tanto, Angel Escobar y el resto de la comitiva se hacían fotos con unos enormes tomates rosas para el pan tumaca, y Alberto García -el micrófono con más ferias- se ajustaba el pinganillo. Fuera, estaban los tractores y Antonio López Ubeda, tocado con sombrero de paja, mostraba la fuente de agua asemejando las balsas del campo siempre sediento de Níjar; y dentro, el cortador de jamón ya no estaba tan solo, ya había empezado a repartir juego al filo del mediodía.
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