Una historia de cine negro americano tuvo lugar en la Sierra de Bédar, un distrito minero recóndito, alejado del mundo, que ya había visto pasar sus días más gloriosos. Era el mes de febrero de 1920, cuando tres oriundos del país urdieron la ambiciosa empresa de montar una fábrica de moneda falsa.
Un negocio arriesgado, más propio de ciudades populosas ligadas al hampa, que de una cortijada aguijoneada por la hambruna y malos caminos de caballería como Los Pinos. donde se pretendía instalar el ingenio. No amilanaron estas circunstancias adversas a los socios industriales del proyecto, Francisco Cánovas Invernón y Francisco Ramón Mañas que encontraron en otro paisano, Cristóbal García , al socio capitalista necesario que aportó la cantidad de 2.000 pesetas, una cifra desorbitada, sin saber muy bien el fin de su inversión.
Los dos compinches, Cánovas y Ramos, trajeron el material industrial necesario y quisieron depositarlo en el cortijo de Cristóbal. Pero éste al enterarse de la naturaleza de la empresa presentó su renuncia y exigió la devolución de los cuartos. No se negaron, pero pasó el tiempo y supo el prestamista que el dinero se lo habían repartido los dos pillos más un tercero llamado Francisco Fernández Castaño y el fiscal del juzgado municipal de Bédar.
Cristóbal los denunció y la guardia Civil detuvo a los implicados interviniéndole un revólver Browning y 850 pesetas en billetes de banco. Pasaron a dormir entre las rejas de la cárcel de Bédar estos peculiares empresarios, mientras los civiles practicaron reconocimiento en su cortijo donde hallaron un crisol de fundir metales, kilo y medio de metal de platino, pez griega, trementina y otro medio kilo de polvos blancos para limpiar monedas.
Se le incautaron también 290 pesetas en monedas de plata de a duro falsas. Hasta ahí llegó la aventura pintoresca de los monederos falsos en plena sierra bedarense.
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