Hubo un tiempo en que la seca Tabernas, con sus manchas espesas de olivos, era parada y fonda de carros. Las ventas eran los hoteles sin estrellas de siglos pasados: diligencias y tartanas; recuas, arrieros y cosarios con pellejos de vino y arrobas de aceite; viajeros y pastores trashumantes paraban frente a la Serrata y daban alfalfa y paja a los animales, mientras cenaban un plato caliente.
Por allí, por enmedio de ese desierto de ramblas yermas, tenían que transitar a la fuerza después los turismos del tardofranquismo y los autobuses de línea que venían de Levante rumbo a la capital, toda la gente de Vera, de Albox o de Huércal-Overa que iban al especialista o a comprar tejidos o zapatos a la Calle Las Tiendas.
Era esa vetusta N-340 la autovía de entonces, con su recta interminable de Tabernas y su Venta más predicada, de cal y rumor de eucalipto, a la orillita del camino. Allí reinaba el Compadre, un tipo seductor con aspecto de cowboy, que no servía en vajilla de Versalles, pero sí alegraba el espíritu con buenos alimentos: sus sopas de picadillo, su excelso jamón de Alcóntar que tanto aliviaban los vahídos del periplo, y sus ajos tiernos.
El Compadre era José Martínez García, el hijo de un comerciante de uva y cereales con puesto en la calle Granada de la capital, que estudió en los Franciscanos.
Cuando el negocio paterno cesó de rentar, la familia emigró al Marchalico de Tabernas y cuando se hizo grande, el mozo pinturero abrió una taberna en el centro del pueblo llamada ya El Compadre, por su costumbre de preguntar siempre a la parroquia con el mismo estribillo: “Qué quiere usted tomar, compadre”.
Ahí se le quedó el mote para los restos, que trasladó a la antigua venta de Rafael Antonio, junto a los Retamares, la que le dio fama y nombradía en toda Andalucía. Compró el local, que también fue economato de judías y garbanzos, y tomó las riendas del negocio en 1960, en los tiempos en que empezaron a tomar vuelo los rodajes de películas y los actores y demás tropa del cine se empezaban a acercar a este abrevadero, a que el Compadre les sirviera guisos exquisitos aliñados con su socarronería.
José dio de comer y de beber a gente como Anthony Quinn, Delon, Cardinale y Jorge Mistral, mezclados con camioneros y viajantes de comercio que paraban a cualquier hora del día y de noche, ya que la venta abría las 24 horas. El Compadre tenía siempre el apoyo de su mujer Adela, de su hermano Juan y de tres retoñas, Carmen, Dolores y Adelita.
Fue un personaje legendario en aquellos años, un mesonero mítico, a quien siempre se le arrancaba alguna estrofa, alguna verdad verdadera, después de haber hecho de confesor de tanto caminante.
Con su eterno sombrero tejano y su chaleco color tabaco, fue el acuñador dela metáfora oro verde de la aceituna. Pero su perdición eran las palomas, a la que adiestraba en una era contigua, y sus amigos, que contaba por cientos, tantos como se pegaban a su barra a contar ayes y penas mientras él les cortaba jamón.
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