La Venta que tenía un Compadre

La cantina de carros más antigua de la provincia estuvo regentada por un personaje de leyenda

José El Compadre con sombrero con unos amigos en la Venta
José El Compadre con sombrero con unos amigos en la Venta
Manuel León
01:00 • 15 mar. 2015

 




Hubo un tiempo en que la seca Tabernas, con sus manchas espesas de olivos, era parada y fonda de carros. Las ventas eran los hoteles sin estrellas de siglos pasados: diligencias y tartanas; recuas, arrieros y cosarios con pellejos de vino y arrobas de aceite; viajeros y pastores trashumantes paraban frente a la Serrata y daban alfalfa y paja a los animales, mientras cenaban un plato caliente. 




Por allí,  por enmedio de ese desierto de ramblas yermas, tenían que transitar a la fuerza después los turismos del tardofranquismo y  los autobuses de línea que venían de Levante rumbo a la capital,  toda la gente de Vera, de Albox o de Huércal-Overa que iban al especialista o a comprar tejidos o zapatos a la Calle Las Tiendas.




Era esa vetusta N-340 la autovía de entonces, con su recta interminable de Tabernas y su Venta más predicada, de cal y rumor de eucalipto, a la orillita del camino. Allí reinaba el Compadre, un tipo seductor con aspecto de cowboy, que no servía en vajilla de Versalles, pero sí alegraba el espíritu con buenos alimentos: sus sopas de picadillo, su excelso jamón de Alcóntar que tanto aliviaban los vahídos del periplo, y sus ajos tiernos.




El Compadre era José Martínez García, el hijo de un comerciante de uva y cereales con puesto en la calle Granada de la capital, que estudió en los Franciscanos. 




Cuando el negocio paterno cesó de rentar, la familia emigró al Marchalico de Tabernas y cuando se hizo grande, el mozo pinturero abrió una taberna en el centro del pueblo llamada ya El Compadre, por su costumbre de preguntar siempre a la parroquia con el mismo estribillo: “Qué quiere usted tomar, compadre”. 




Ahí se le quedó el mote para los restos, que trasladó a la antigua venta de Rafael Antonio, junto a los Retamares, la que le dio fama y nombradía en toda Andalucía. Compró el local, que también fue economato de judías y garbanzos, y tomó las riendas del negocio en 1960, en los tiempos en que empezaron a tomar vuelo los rodajes de películas y los actores y demás tropa del cine se empezaban a acercar a este abrevadero, a que el Compadre les sirviera guisos exquisitos aliñados con su socarronería.




José dio de comer y de beber a gente como Anthony Quinn,  Delon,  Cardinale y Jorge Mistral, mezclados con camioneros y viajantes de comercio que paraban a cualquier hora del día y de noche, ya que la venta abría las 24 horas. El Compadre tenía siempre el apoyo de su mujer Adela, de su hermano Juan y de tres retoñas, Carmen, Dolores y Adelita.


Fue un personaje legendario en aquellos años, un mesonero mítico, a quien siempre se le arrancaba alguna estrofa, alguna verdad verdadera, después de haber hecho de confesor de tanto caminante. 


Con su eterno sombrero tejano y su chaleco color tabaco, fue el acuñador dela metáfora oro verde de la aceituna. Pero su perdición eran las palomas, a la que adiestraba en una era contigua,  y sus amigos, que contaba por cientos, tantos como se pegaban a su barra a contar ayes y penas mientras  él les cortaba jamón.



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