Los barquitos de Cabo de Gata buscan rederos para no tener que dejar de pescar para los turistas

Pescado fresco de la flota local como salmonete, pargo o lenguado es clave para atraer visitantes

Un pescador  del Cabo de Gata enseñando a una joven a hacer una nasa
Un pescador del Cabo de Gata enseñando a una joven a hacer una nasa
Manuel León
01:00 • 19 mar. 2015

Una breca al horno, un salmonete frito o un pargo a la  espalda  fresco del Cabo de Gata tienen tanta fuerza como reclamo turístico como una buena oferta de apartamentos con ventanas soleadas: sin el complemento de la gastronomía no llega turismo de calidad a las costas almerienses, vienen asegurando desde hace años los principales operadores del sector. Y sin producto fresco, la carta de bares y restaurantes no tira, por mucho pegado postizo que se le adhiera.
Uno de los manjares esenciales de la oferta turística del Parque Natural es el pescado de escamas brillantes que pescan barquitos al trasmallo y se consume en el día. Madrileños principalmente y de otros regiones españolas acuden fines de semana y vacaciones a consumir ese apreciado producto a     bares y restaurantes de enclaves como Aguamarga, San José o la Isleta del Moro.
Sin embargo, este anzuelo genuino para atraer turismo tiene complicada su supervivencia: la oferta escasea porque en el sector de las artes menores del Cabo apenas existe relevo generacional y el pescador más joven tiene 33 años, cuando antes iban embarcados chiquillos de 18 y 20 años. La Asociación de Pescadores Artesanales del Cabo de Gata ha lanzado un SOS a las administraciones para que se pueda seguir viviendo de la pesca y paliar el déficit de servicios y mano de obra que padecen.
Su presidente Luis Rodríguez explica que “no tenemos rederos, en los barcos solo vamos dos o tres marineros y el patrón”, como él, que manda el Playa de Gata, en San Miguel.
Añade que “han venido senegaleses y marroquíes, que conocen el oficio, pero no es suficiente, los viejos se van retirando y ya no hay gente que arregle los artes de pesca”.
Luis sigue varando su barco en el Cabo, con parales  y sebo, como hacían sus antepasados, pero siguen sin tener un sitio pare guardar los aparejos, ni máquina de hielo ni almacén. “El oficio se muere y no habrá quien pesca ni un enguado por aquí”, concluye.











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