La histórica Casa Ferrera, construida en 1900 como almacén de hierros y atribuida a Trinidad Cuartara, sale a la venta. Su propietario actual, Pablo Belmonte Quesada, exagente de Renfe, la vende por 3,5 millones de euros.
El edificio es un emblema del Parque Nicolás Salmerón, con una fachada historicista que se conserva intacta desde que abriera sus puertas como gran bazar de la ciudad allá por 1913 propiedad del industrial cartagenero Emilio Ferrera López-Mesas.
Durante el primer tercio del siglo cambalache fue el gran almacén comercial de la ciudad, en competencia con Almacenes El Aguila y Bazar El León. El edificio de dos plantas y larga fachada al Puerto, protegida en el catálogo municipal, suma 2.110 metros y aún conserva intactos los mosaicos granates originales que brillan al sol de Levante, los frisos epigráficos de cerámica verde que anuncian productos comerciales de la época como efectos navales, artículos de viaje, loza, muebles o juguetería.
Hace varias décadas fue rehabilitado este vetusto gigante arquitectónico por Manuel Ramos Ayllon, manteniendo el mismo aspecto que cuando los jabegotes tiraban de la tralla en el frente marino, mientras las señoras se refrescaban en el Balneario El Recreo.
Ahora alberga la sede del Colegio de Arquitectos, que tiene contrato de alquiler hasta 2020, en la calle Martínez Campos, y el Restaurante El Parque y dos discotecas -Mad Chester Club (antiguo Mae West) y Exodus- en los bajos del edificio. El propietario, que heredó de doña Matilde descendiente de los fundadores del establecimiento, obtiene unas rentas aproximadas de arrendamiento de 88.000 euros anuales. Es uno de los edificio con más carga de IBI de la ciudad con 11.318 euros anuales.
El decano del Colegio de Arquitectos, Javier Hidalgo, expresaba ayer que “por ahora no hemos pensado en ninguna alternativo porque tenemos contrato de alquiler en vigor, nosotros estamos muy bien en el edificio donde llevamos desde hace muchos años y hemos contribuido a su conservación”.
José Ronda, regente del Restaurante El Parque estima que “lo que tenga que ser será, si se vende, pues me jubilo que falta me hace, aquí llevo 29 años”.
Jabegotes y marengos
La Casa Ferrera, frente a la escultura de Los Delfines del Parque, forma parte del paisaje de la ciudad desde hace más de un siglo, en ese espacio que surgió en el Parque Nuevo cuando se fueron derribando las casucas de los marengos, cuando en su frente estaban los tinglados del Muelle repleto de barriles con uva del Andarax o de Berja, cuando a su lado estaba el Bar Miramar, los almacenes de McMurray, y de los Romero Hermanos, cuando olía a estopa y salitre. Antes de que el Puerto fuese una cárcel para los almerienses con vallas y relegado a su carácter internacional y de tránsito actual.
Un industrial que llegó de Cartagena
Emilio Ferrera ( 1875-1918) llegó a Almería desde Cartagena en un vapor con 18 años y muchos sueños. Inició su actividad industrial con la venta de hierros, tras establecerse en un pequeño almacén en la calle Pescadores que luego se llamó Aguilar Martell. Después lo convirtió en un gran comercio El Nuevo Mundo, y murió en Valencia de una gripe.
El Corte Inglés de nuestros abuelos frente a los tinglados de uva
No había otro igual en la ciudad. Cuando El Nuevo Mundo abrió sus puertas en Almería, encandiló de tal manera que los clientes hacían cola a las puertas. Allí se vendían desde los primeros retretes que se instalaron en las casas de los señoritos a muebles de todo lujo y estilos, con exposiciones permanentes de juguetes o de ropa de cama o de alfombras y tapices. Almería ingresó, de lleno, esa calenda de 1913 cuando se inauguró entre habanos y champán, como si se tratara de la cubierta del Titanic, en la modernidad. Tenía también la concesión de la Plata Meneses y Christofle, muy acreditadas en esa época. Fue el primer comercio de Almería que etiquetó los productos junto a Bon Marche de París.
Los primeros retretes
colgaban del techo y una gran estantería de caoba guardaba miles de artículos para la industria, el hogar, para la higiene, para las cocinas y dormitorios, desde un dedal a un saco de cemento. Emilio Ferrera brillaba en ese maremágnum de productos, en ese economato de cachivaches, cuando lo único que se conocía en la ciudad eran pequeñas tiendas de ultramarinos o pequeños comercios de abastecimiento inmediato. En la imagen se ve al fundador sentando en una silla, sobre un suelo hidráulico, rodeado de dependientes del establecimiento.
El industrial cartagenero matrimonió con Luisa Guiraud, la hija de don Gustavo Guiraud, un francés representante en Almería de la compañía minera Portman, que vendía también hilos de acero y de cáñamo y que hizo buenas migas con su yerno.
Muerte inesperada
El casamiento tuvo lugar en 1895 de la que nació una hija, Luisa Ferrera Guiraud, que falleció con solo 37 años. Luto por su muerte El fallecimiento del industrial Ferrera en Valencia, donde estaba visitando proveedores, fue un duro golpe para la ciudad, un acontecimiento de primera magnitud en esa época. Sus restos llegaron en ferrocarril y la ciudad entera se cubrió de amigos y clientes para despedir al inquieto comerciante cartagenero. Su muerte fue rápida e inesperada producto de una pulmonía y de una gripe cuya cepa fue especialmente mortal en ese año de 1918. Don Emilio fue recordado durante muchos años por organizar una cabalgata de Reyes, un año antes de su muerte, como no se había visto nunca, con caballos enjaezados, con centuriones, vasallos, banda de música y miles de golosinas.
Una calle junto a la Plaza Careaga recibió su nombre y prohombres de la época como José Sánchez Entrena, Gregorio Juaristi, Pascual Lacal, Francisco Cervantes, Ramón Durbán o Julio Esteban le escribieron encendidos epítetos. Fue concejal y miembro del Círculo Mercantil y de la Cámara de Comercio y luchó por el progreso económico de una ciudad que empezaba a estirarse.
Robos
El negocio lo continuó su hermano Eduardo y su yerno Vicente Batlles cuando aún resplandecía en esa zona del Parque Nuevo. Sufrió numerosos robos como consecuencia de que era un botín apetecible por los cacos por la buena caja que hacía a diarios de hasta 12.000 pesetas de las de la época. A su lado se apostaba el Garaje Americano y después la Cruz de Los Caídos tras la Guerra que se llevaron después a la fachada del Convento de Las Claras.
Dejó don Emilio toda una saga de descendientes en la provincia, emparentados con los Batlles, que aún perduran en la provincia.
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