Se le veía radiante esa noche, quizá una de las más felices de sus últimos años. Allí, en la noche estrellada del Palmeral de Vera, recibió, mientras sonaba la música de los gladiadores romanos, uno de los premios que La Voz de Almería concedía a personas e instituciones destacadas del Levante almeriense.
Él, que se acaba de ir con 75 abriles, fue también a su manera un gladiador romano, siempre en la arena del anfiteatro sorteando leones con talento y esfuerzo.
Fue Robustiano Carrillo un tipo que supo trabajar y vivir- un tándem difícil de conciliar a veces- pero que él lo bordaba, arrimándose por igual a los palets y a sus amigos.
Hoy entierran a este comerciante, a este trashumante del Almanzora, en su pueblo natal, en Albox un hombre tan conocido como apreciado por toda esa comarca y por los pueblos de Vera, Garrucha, Mojácar donde vendía sus cafés y sus licores.
A bordo de una vespa Llevaba Robustiano en los genes la impronta de los viejos negociante moriscos del Almanzora, del emprendedor nato que con cuatro palos hace un barracón, que cambia una sera de higos por un cuarterón de aceite y con el aceite compraba un cerdito y con las longanizas y butifarras se agenciaba una furgoneta. Y así hasta el infinito.
Acababa de frisar los 50 años redondos de trabajo continuado, al pie del cañón, desde que comenzara de aprendiz en la tienda de ultramarinos de Domingo Sánchez en su Albox natal, el pueblos donde -dicen- que los niños al nacer los arrojan a la pared y se quedan pegados.
Almacén de los Granados Es hijo de La Loma albojense donde vino al mundo el año que terminó la Guerra. Se quedó huérfano de padre con 5 años y tuvo que empezar a trabajar con 12 años, aprendiendo las cuatro reglas de noche con el maestro Paco Serrano. Así consiguió maña para redactar las cartas comerciales de la época.
Con 17 años que tenía se embarcó como viajante del almacén de los Granados. Iba a Macael, a Olula, en coche de línea, vendiendo de todo desde productos de alimentación al calzado de la fábrica de Miguel Giménez. Le tocó en el sorteo de quintos irse a hacer la Mili a Melilla, en Ingenieros, en unos tiempos difíciles después de la Guerra de Sidi Ifni.
Después de los 18 meses que duraba el servicio a la patria, el albojense se estableció por vez primera por su cuenta vendiendo cuchillas de afeitar en una vespa por la Rambla de Oria, Los Cerricos hasta Las Menas de Serón.
El primer televisor También se dedicó a vender máquinas de coser y radios de galena y televisores de Radio Sol de Almería. La primera tele que llegó a Albox se la vendió a Cafetería Los González.
Al poco tiempo se quedó con la representación en el Almanzora de La Estrella de Levante con fábrica en Espinardo. Al comienzo tuvo su centro de operaciones en la casa de su madre y después abrió almacén cerca de la Plaza Nueva.
Cada vez fue ampliando más el acopio de productos: cervezas, vinos de La Mancha, cajas de aguardientes. Recuerda el empresario albojense que le ayudó mucho en aquellos años 60 Juan Luis Granero, de la casa Montilla, en Córdoba.
Hasta pusieron su nombre a un vino: ‘Fino robustiano’. Una vez llegó a venderle de una tacada mil cajas de vino a Antonio Carmona para el chateo en barra.
Fue prosperando con paso firme Robustiano Carrillo pero le cayó encima la crisis de finales de los 70 con intereses al 20% y decidió abrir un centro de representaciones y vender a comisión. Se convirtió en un comercial multimarca.
Fue pagando las trampas que arrastraba vendiendo Café Marcilla, Arroz La Fallera, Licor 43, Ponche Caballero, aceitunas, hasta 40 representaciones en total. El negocio fue aminorando cuando empezaron a abrir años después las grandes superficies en la provincia que empezaban a comprar a sus propias plataformas de distribución.
Volvió a darle un quiebro a la vida, a los negocios, el destino le puso otra vez a prueba su capacidad de cintura. Volvia a sus viejos tiempos de almacenistas, tras recibir una copiosa indemnización de la dirección de Marcilla con la que había pactado un sueldo vitalicio de 250.000 pesetas mensuales de las de aquellos años hasta su jubilación.
Decidió especializarse en hostelería, en el reparto a bares y restaurantes de marcas de vino de buena entrada en el mercado como Emilio Moro, Matarromera, Ramón Bilbao, Mar de Frades y hacer plantilla con cinco viajantes.
El tostadero Decidió, como alma inquieta, emprender un nuevo negocio. Se alió con Alfredo Carmona, un maestro tostadero de Macael y ampliaron la pequeña fábrica de Café Solana para convertirla en Café los González con la marca La Caribeña, en el Polígono Rubira Sola de Macael, rodeados de talleres y empresas de almacenaje de mármol de Los Filabres. La empresa compra el café verde en el mercado de valores y lo tuesta en sus instalaciones fabriles. Después lo distribuyen en bolsas de kilo y latas por los bares y cafeterías.
Su mayor fortaleza de implantación se localiza en la zona del Almanzora y en el Levante de la provincia con Macar y sus almacenes de 4.500 metros en el Real de Antas. Se va Robustiano pero deja un legado de esfuerzo, de trabajo continuado y también de saber vivir.
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