No hubo tiempo para hacer un arca. El diluvio asoló durante tres días las tierras feraces del Almanzora y la osamenta del agua llegó sin avisar una mañana plomiza de viernes de hace 35 años barriendo con sus fauces toda la cuenca fluvial, arrastrando olivos centenarios, cerdas de cría y tierras de labor, apresados como rehenes, en el florón de su espuma, en un caudal que llegó a alcanzar los 3.500 metros cúbicos por segundo. Lo nunca visto. El temporal se había calmado la noche anterior pero la borrasca no se alejaba. Olía a tarquín y a partir de las siete de la mañana, la lluvia dócil empezó a acumular moles de agua en las torrenteras del Alto Almanzora hasta dejarlas caer por la Rambla del Saliente arrasando en paseo militar ya ramblicas como Los Torteros o Las Tenadas, hasta llegar al Llano de los Olleres de Albox confluyente con su aliada La Rambla de Oria.
El torrente, entonces, alcanzó diez metros de altura a noventa kilómetros por hora, llevándose en la loma baja de Albox una fábrica de piensos, almacenes de jamones, tractores, fábrica de aceitunas, un cebadero de cerdos, un cine de verano, hasta llegar a la Plaza de Albox. El muro de defensa construido tras las inundaciones de 1891 por suscripción nacional, que había resistido a la de 1947, fue incapaz de contener la lengua de agua. La inundación había comenzado y muchos platos de migas se quedaron en las mesas sin comer. Lo recuerda hoy un testigo presencial, el entonces maestro José Miras Carrasco: “Yo tenía entonces 43 años y era maestro en el colegio Velázquez, menos mal que el agua empezó a llegar antes de que los 200 niños llegaran al colegio, porque si no, hubiera habido una catástrofe mundial.
Las niñas de las monjas escaparon de milagro del sótano ante el grito de aviso de Juana Pardo Campoy. Cuando salí de mi casa vi al alcalde Ginés Pedrosa y me pidió que rodada una película con el tomavistas de súper ocho que yo tenía, me fui al puente y fue dantesco, al chocar se formaban montañas de barro de más de veinte metros, por los ojos del puente salía el agua a presión, después me encontré a Paco Torregrosa, el telegrafista, que estaba desencajado porque la rambla había entrado en la Plaza y estábamos incomunicados. La emisora de Sevillana era la única forma de comunicar con Almería y comunicó. Pero el SOS no llegó porque el Gobernador Gías Jové no estaba en su sitio”.
La película rodada por Miras la pidió el procurador almeriense Gómez Angulo y fue determinante para que el presidente del Gobierno Carrero Blanco decretara Zona Catastrófica para el Almanzora. Albox quedó convertido en un lodazal y cuando llegó la noche todo eran tinieblas con un cielo cerrado de nubes. Comercios como el de Pantaleón lo perdieron todo y algunos dependientes como Juanito se salvaron subidos a una estantería de la tienda. A las seis de la tarde dejó de caer agua y se inició el retorno a los hogares anegados de barro y destrucción. La noche se echó encima a los albojenses, sin ropa, sin agua, sin luz, sin teléfono y con todas las carreteras cortadas. Más abajo, junto a la cuenca del río, Zurgena fue el municipio de la provincia que sufrió las más tristes consecuencias de la riada del 73. Seis personas perdieron la vida (45 en Puerto Lumbreras) arrastrados por la riada grotesca de aguas turbulentas hasta desembocar sus cuerpos en Villaricos, Aguamarga y Rodalquilar.
Una ciudad incomunicada
Varios días estuvo la ciudad incomunicada y sin los más elementales servicios de agua, electricidad y con escasez de alimentos. Lo explica Baldomero Segarra, comerciante y funcionario del Ayuntamiento entonces, que hoy cuenta con 80 años: “El agua lo rompió todo, perdí la casa y los enseres que tenía en la calle Mesón, entonces Generalísimo, junto a la Rambla Camposanto. Se acumuló el agua de varias pedrizas que reventaron y tuve que coger a los hijos rápido y llevármelos al tejado, el agua subió tres pisos. Vimos desde arriba cómo la riada arrastraba nuestra tienda entera de electrodomésticos y televisores y algunos de nuestros vecinos con casas bajas desaparecieron”.
Recuerda Segarra que “no me dieron nada porque no tenía nada asegurado, sólo un préstamo del Banco Hipotecario. La riada nos dejó una psicosis que nos ha acompañado toda la vida. Yo era también corresponsal de Banesto y el agua se llevó todas las letras de la cartera de clientes, fue un desastre. Tuvimos que vivir dos años en unas casas de madera en La Alfoquía, hasta que desviaron la rambla”. Sobre el mediodía empezaron a sonar las caracolas cerca de Cuevas del Almanzora. Tronaban ya como trompetas cuando empezó a asomar la montaña de agua turbia despeñándose a lo largo del cauce, arrastrando en su lengua un bosque de árboles, cubriendo pagos y huertas de Calguerín, Campos, Cupillas, destruyendo maizales, tronchando alamedas y arrancando cortijos enclavados junto a la ribera. Antes habían arrasado el puente de Santa Bárbara, en Overa, el cortijo Cebollar, el de Juanico el Ferrico y el Molino Los Rodríguez, Las crestas de las olas eran como tridentes amenazantes que asolaban el Barrio Bravo, el panizo, la cebada, las gallinas y los cochinos. Testigos presenciales aseguran que se veían cofres y mesas con el dinero flotando en el agua.
Durante unas horas el miedo se apoderó de los habitantes de Cuevas, por el Tostadero, el Huerto de García Alix, el Recreo, la Avenida de Barcelona las gentes corrían desoladas buscando refugio. Anita la Pipa se asomaba por el balcón, igual que don Agustín Soler pidiendo auxilio. Las casas de los maestros quedaron también anegadas, donde vivían, entre otros, Paco Maldonado, Francisco García Espinosa y Urbano Gómez. El agua saltaba por encima de las casas y arrastraba coches y tractores. Desde el bar Málaga se dieron los primeros avisos a los vecinos. La gente huía hacia las zonas más altas del pueblo. Los niños y los maestros se concentraron en la segunda planta de la Escuela, mientras el nivel del agua iba subiendo rompiendo ventanas, se temía lo peor. Después de varias horas de aislamiento y cuando las aguas empezaron a bajar, los escolares fueron rescatados en una barca de plástico.
Cuevas quedó incomunicada y desde Murcia enviaron 15 guardias civiles al mando de un teniente con un equipo de sanidad para prestar los primeros auxilios, ante el peligro de una epidemia. Entre las pérdidas se consignaron cebaderos con más de 3.000 cerdos, granjas de gallinas, rebaños de cabras, varios camiones, autocares, tractores, turismos, bares, tiendas, almacenes, que perdieron mercancías. Más de 200 viviendas se vieron afectadas con la pérdida de muebles y ajuares. 500 hectáreas de riego destrozadas y más de un centenar de hectáreas de naranjos. Decenas de familias tuvieron que cobijarse por algún tiempo en otros hogares.
La panorámica durante días fue sobrecogedora, extensiones de tierras cubiertas por el barro, fincas construidas con sudor de labradores y préstamos a los bancos o trabajando como emigrantes en Suiza y Alemania. Se dictó un bando para restringir el consumo del agua y enterrar a los animales muertos. En el teatro Echegaray tuvo lugar una comisión informativa con la asistencia del párroco, José Alascio y el alcalde. El consejo de ministros el día 26 de ese mes concedió un crédito excepción de los 2.000 millones de pesetas para los damnificados de la provincia, prestaciones de asistencia social y se enviaron casi 5.000 ajuares y conjuntos de camas y ropas. Sin embargo, un sector muy numeroso de los afectados no estuvo de acuerdo con la gestión llevada a cabo por las autoridades. Llegó un telegrama del Papa Pablo VI al Obispo de Almería.
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