Llegó un bajel procedente del sur de Italia a trabajar en las minas de Cuevas. Picadores y barreneros napolitanos y calabreses que horadaban Almagrera y sólo paraban al toque de cadena. Y entre ellos, los Cosentino, que a mediados del siglo XIX abandonaron la galena cuevana por el mármol de los Filabres.
Desde entonces, están allí junto a la sierra, arañando el lomo de ese animal dormido que es el Blanco Macael. Han pasado décadas y décadas, como las pasaron los Buendía en Macondo. Y a los herederos de esa saga de mineros italianos les ha llegado el punto de éxito que nunca imaginaron los abuelos. Cosentino ha conquistado los cinco continentes con el Silestone, es la primera multinacional andaluza de la piedra y factura más de 400 millones de euros con más de 2.000 trabajadores y con sociedades en EEUU, Latinoamérica y Europa. Gracias a la paciencia mineral y al empuje de Francisco Martínez-Cosentino por generar riqueza. Cosentino es ahora Ciudadano Cosentino, un empresario triunfador, a costa de resbalarse por la escalera del éxito y de arruinarse cinco veces. El empresario paradigma del ingenio almeriense, que no olvida sus genes y que oye aún cada golpe de marro que dieron sus antepasados.
Nació en Macael en 1951, y ahí ha vivido toda su vida, salvo los años que estuvo estudiando en La Salle, en Almería y de maestro en Barcelona. Su padre, Eduardo, tenía una fabriquita, junto a una vaquería, donde trabajaban catorce empleados. Nunca tuvo suerte, las canteras que explotaba no estaban bien situadas. Trabajaba mucho en lápidas de cementerio. Después abrió un almacén de mármol en Barcelona. Macael ha sido siempre un pueblo de canteros, la industria estaba en Olula. En esa época de su infancia se extraía aún muy poco mármol, con herramientas muy rudimentarias, recuerda Paco Cosentino los bueyes, con los gañanes tirando de piedras hasta los aserraderos y los cabéstranos y la almaina, que eran máquinas muy elementales. Los telares aún eran de hierro, en vez de hilo de diamante.
La infancia
El tiempo transcurría tranquilo: Una calle larga y un niño flaco como un galgo jugando a la pelota con su amigo Luis Pastor. Al lado la tienda de comestibles de Eduardica, la madre, que vendía embutidos cuando sacrifica alguna marrana, a las que su hijo menor solía hacer un nudo en el rabo. Macael años 50: gente trabajadora, los Martínez y los Cosentinos. Por allí estaban también los Colomer y el Rematante y Antonio Ortiz uno de los grandes explotando el negocio milenario del mármol. En ese ambiente de brega, en ese pueblo de canteros, se crió el niño flaco como un galgo, Paco Martínez-Cosentino, aunque entonces en el colegio lo llamaron Justo, por el apellido de su madre.
Pero qué mueve a un hombre afable que vive bien la vida en su pueblo natal, que tiene más de lo que necesita como empresario local, con una pequeña plantilla y su mármol blanco para escaleras y solería; qué le hace querer dar un salto de vértigo, por qué calentarse la cabeza si ya le va bien, si cuando cogió la empresa de su padre en 1977 era la número 85 de la comarca en ventas, y en 1987 era ya la número uno. Para qué más, Paco, le decían. “Yo siempre he buscado en la vida hacer una gran empresa, quería superarme, quería más, a mí me emociona ponerme retos. Yo quería demostrar al mundo que la gente de mi pueblo no éramos inferiores a nadie”.
Cosentino terminó magisterio con 17 años y se marchó a Barcelona donde impartió clase en El Clot, mientras que vivía con unos familiares en Hospitalet, la ciudad del cinturón barcelonés donde había emigrado media provincia. Se matriculó en Filosofía y Letras e iba a la Universidad por la noche para aprovechar el tiempo. Duró un curso, sin embargo, su aventura catalana, y volvió a su pueblo. Se puso a las órdenes de su padre y empezó a observar y a aprender de los empleados. Lo primero que hizo fue conocer el producto y relacionarse mucho con la gente.
Con 21 años fue nombrado concejal de Hacienda y Cultura por el tercio sindical, en la época que era alcalde Pepe González. Hicieron una revolución en el pueblo, transformaron el urbanismo de Macael, la Pisada del caballo, a la entrada de la población, la circunvalación, el polígono industrial. Tenían muy poco dinero, al principio lograban pagar a los empleados municipales vendiendo nichos del cementerio. Una de las cosas que más le agradece a su padre y hermanos es el acto de confianza para que dirigiera la empresa con 21 años. Ya se conocía la sierra palmo a palmo, como un comanche conocía las montañas Rocosas.
Esta nueva generación de marmolistas creó la sociedad Comarmasa y empezaron a salir por primera vez a vender el producto. Viajaban a Londres a venderle peldaños a Libia, no tenían ni catálogo, sólo un libro del Ministerio de Industria, que llenaban de papelillos con el nombre de las empresas. Después llegaron las primeras huelgas al sector, algunas de 27 días, y la crisis del petróleo que le arruinó por primera vez y lo dejó más pobre que las ratas. Pero se levantó del ring y siguió con los puños en alto. Compró más canteras y se enmendó. En 1981 empezó la fábrica de Cantoria, la misma que es la sede del actual Grupo Cosentino, el gigante, la primera empresa almeriense y una de las principales multinacionales andaluzas.
Las principales crisis fueron las del 73, 77, 82 y 93. Y a la fuerza, pasaron el sarampión los empresarios y los sindicatos. Eso les acostumbró a dialogar y a poner las bases del Macael del futuro.
La última crisis del 92 fue la que le empujó a salir fuera a vender, obligados por la necesidad. Francisco Cosentino tomó las riendas de la empresa familiar cuando era la número 84 de la comarca en cuota global de beneficios y diez años después la convirtió en la líder de la comarca con más del 15% de la producción de Blanco Macael.
A partir de ahí, Cosentino inicia la carrera de la innovación, con algún fracaso, hasta que dio con el Silestone. En 1987, piensa que tiene que invertir en innovación. Macael siempre había explotado el mármol en lápidas y la cocina. Después en solería, cuartos de baño y aplacados. En los noventa empieza el boom de la artesanía. Por eso decide que no quiere tener más canteras y quiere aprovechar los subproductos. Entonces se saca de la chistera el Marmolstone, piedra micronizada. Lo presento en una feria en Sevilla, en la que se gastó 12 millones de pesetas. Pero fracasó, porque se rompía fácilmente y se manchaba. En el 92 le concedieron la medalla de oro de Andalucía y en el 93 no le recibía ningún banco y eso que, asegura, era el tío más formal del mundo. Le aconsejaban que diera en suspensión de pagos, pero resistió.
Viéndose perdido, porque había hecho una inversión de 1.500 millones de pesetas de la época, se acordó de un producto hecho con cuarzo que vio en un kibutz, en Israel. Pensó que era su única salida y se inventó el Silestone. Empezó a traer la materia prima de Arcos de la Frontera y después de Brasil y de Bélgica. En 1991 registró la marca. Pero no fue bien hasta que no se metió en el segmento de las encimeras, con una distribución adecuada y el hijo de Eduardica, la de la tienda, por fin cantó ¡bingo!
Con el as en la mano, Cosentino se lanza a conquistar tímidamente el mercado americano. Monta dos talleres en Minnesota con 200.000 dólares y empieza a recorrer el mundo en busca de la piedra filosofal (el cuarzo). Lo halla en la selva de Madagascar, pero le sorprende una guerra civil y un huracán. Después lo busca en La India y al final lo encuentra en Brasil y un poco en España.
El Silestone empieza a ser conocido en todo el mundo, aunque Cosentino abre también fábricas de granito en Brasil y compra canteras en Novelda, Loja, Ventaquemada y sigue también con el Blanco Macael. Abre 12 almacenes en Europa y sigue creciendo en Norteamérica y Latinoamérica. Y por si fuera poco, se dedica también a ser presidente de la Cámara de Comercio, liderando las reivindicaciones de agua y de infraestructuras para la provincia.
Se da cuenta de que a partir de entonces, lo fundamental es el marketing y la distribución del producto, crear marca, que el Silestone llegue a los consumidores y lo pidan, como cuando se pide un danone de Yoplait.
Silestone está ahora entre las cien marcas más reconocidas de España, desde un pueblecito como Macael y eso ha sido posible invirtiendo mucho en publicidad, como la Súper bowl, con una audiencia mundial de más de mil millones de espectadores. Para vender en Singapur y China hay que pegar esos golpes, los océanos azules se acaban y hay que estar siempre innovando.
Cosentino no se plantea, por ahora, salir a Bolsa, tiene capital suficiente, lo que le preocupa es hacer bien la transición generacional de la empresa entre sus hijos y sobrinos. Cosentino, Paco, vive ahora entre Macael y Mojácar, de cumbre a cumbre, o montado en un avión, visitando talleres y almacenes por todo el mundo. Tiene una agenda bien organizada y asegura que le sobra tiempo para todo.
Los fines de semana los pasa en su finca Cortijo Azul, un predio de un millón de metros donde sesteaba el ganado, en la última breña de Mojácar, desde donde desayuna viendo a lo lejos Cabo Cope. Allí, como Charles Foster, se ha hecho construir una mansión, su Xanadú particular, desde donde sueña los fines de semana con seguir creciendo, para crear más empleo en su pueblo. “Nunca me voy a ir de Macael” -asegura. Entre novela y novela de la antigua Roma, Paco se acuerda de aquellos partidos de chavea en la calle Larga, como Kane se acordaba, en la cumbre del éxito, de Rosebud, su querido trineo infantil.
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