El águila del campo

Supo crear de la nada la financiación para el campo, tan necesaria como el agua o la arena

Juan del Águila era hijo de una familia de la Vega de Almería.
Juan del Águila era hijo de una familia de la Vega de Almería. La Voz
Manuel León
14:23 • 13 dic. 2019

Fue uno de los padres de la patria agraria almeriense, uno de los paladines de la hazaña del invernadero, el hombre que siendo niño, cuando su padre se fue a la guerra, se quedó al frente de la familia como guardián del bancal. Supo crear de la nada la financiación para el agricultor, tan necesaria como la arena, el agua y el plástico.



Dentro de cien años, del ramillete de almerienses de los que permanecerá con más vigor su memoria, uno de ellos será -probablemente- Juan del Águila. No será tan solo el recuerdo habitual de unos descendientes por su antepasado, que se va diluyendo generación tras generación, o el de su apellido esdrújulo grabado en piedra en el Camposanto de San José donde está bajo tierra, la tierra por la que él tanto bregó. No. Uno intuye que quedará mayor brasa, mayor poso, de éste insólito personaje de la Almería agraria, la que supo dar el salto del parral al invernadero, la que propició una de sus mayores revoluciones de su historia con agua, arena y los préstamos rurales. Se le despertó pronto la obsesión por el trabajo bien hecho a Juan del Águila. Con ese norte tan simple, este hijo de agricultores y nieto de fragüeros de La Cañada de San Urbano, consiguió sentar sus reales en la butaca de presidente de Cajamar. Sus padres eran labradores de la vega del río Andarax, herederos de aquella cultura de Los Millares que hacían sangraduras y boqueras como en Egipto. Nació en 1930 y en la guerra, su padre se fue al frente, se quedó de chiquitillo al frente de la familia.



 Su madre le llevaba la olla de comida al bancal, porque estaba de guardián para que no robaran los melones. El pequeño Juan recogía hierba, ponía cepos, preparaba la simiente, hasta que con diez años se fue a vivir a la capital, a la calle Las Tiendas. Se puso a estudiar el Bachiller y lo alternaba en verano trabajando en la fábrica de gaseosas de Orange Crush, de Enrique Ruiz. Luego entró en una oficina de administrativo y terminó Magisterio por contentar a su madre. No tenía mucha ilusión por la enseñanza porque era muy dura, en su opinión. El ahora presidente emérito de Cajamar hizo el Servicio Militar mientras estudiaba en cuatro veranos: los dos de milicias en Montejaque y los dos de verano en la kábila de Segangan, a 30 kilómetros de Melilla. Después, el joven cañaero consiguió una beca y se licenció en Derecho de libre oyente en Granada y entró a trabajar como pasante en el bufete de Rogelio Pérez Burgos. Desde la Cámara Agraria, Juan empezó a abanderar movimientos cooperativos. La juventud de entonces tenía que tener algunas ilusiones como todas las juventudes. Él procedía de Acción Católica y en el cooperativismo aducía que encontró una actitud muy humana. Iba por los pueblos de entonces a impartir cursos, con su Seiscientos y su gasolina.



Luego, cuando se casó en 1958, su mujer Carmina, hija del profesor asturiano Florentino Castro Guisasola, le acompañaba por los pueblos haciendo propaganda del cooperativismo. En Almería había cierta tradición de cooperativas por la exportación de la uva de Ohanes y ese fue el venero que aprovecharon los fundadores de la Caja Rural. En 1963 cuajó una unión de cooperativas (Uteco): Cooperativa San Isidro, la uvera de Ohanes, la de Canjáyar, Alhama, Berja y la ganadera Copavigan. Del Águila fue nombrado secretario y el abogado Jesús Durbán Remón, presidente. A esa unión de cooperativas le faltaba la cobertura financiera. Almería no tenía una banca avanzada, nadie hacía aventuras, por eso surgió la Caja Rural de Almería. Al paladín de todas esas hazañas financieras almerienses, a don Juan Del Aguila y Molina por su madre, aquel chiquillo que ponía cepos para ratones en la guitarrera barriada de La Cañada, le siguió gustando hasta el último día salir al campo de su niñez, ponerse unos guantes y apartar matas; y se le pudo, ya jubilado, alejado ya del rumor de los despachos, dando caminatas, por esas calles viejas de Almería, esa Almería que era tan suya y él tan de ella.







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