No se parece en nada este barrio en la actualidad al de hace años. Puede decirse que ya no existe como tal. Fue desapareciendo y lo que hoy hay sobre su solar no constituye en realidad un barrio. Puede decirse que comenzaba, como hoy, en el puente de su nombre, sobre la parte baja de la Rambla de Belén. El puente existe en la actualidad, pero no es el mismo que había antiguamente.
El antiguo, ya desaparecido tenia una armadura metálica, de hierro, con piso de gruesas tablas de madera colocadas en sentido transversal que por la acción del tiempo, la lluvia y el sol, estaban un tanto deterioradas, carcomidas, dejando entre ellas grandes rendijas. Tenía una sencilla barandilla y era estrecho. Por él sólo podían pasar peatones y a lo sumo bicicletas. Desapareció para ser sustituído por el actual, mucho más ancho, con aceras laterales y doble calzada para los coches.
Bajo él solían cobijarse grupos de gitanos ambulantes con sus borricos y carretas, estableciendo allí su residencia temporal. Al otro lado del puente empezaba en realidad el barrio, viniendo a ser ésta su entrada principal. Pero también había otro acceso por el cauce de la Rambla de Belén. A la izquierda de la entrada del puente, aún en la calle Reina Regente, había una ancha rampa hasta el cauce de quélla. También inmediatamente a la izquierda de ella y ya en el mismo cauce, existía un gran pilón o abrevadero donde continuamente se veían caballerías de tiro de los carros faeneros saciendo su sed. En el lado opuesto y un poco más arriba, había otra rampa que partiendo del mismo cauce subía hasta las callejuelas del barrio.
Todo el barrio tenía un aspecto mísero. Sus casas de modestísima construcción de una sola planta y exactamente iguales; una puerta y al lado un ventanuco. Solo se diferenciaban en el color de sus fachadas que presentaban los más variados tonos, proporcionando el conjunto de un barrio de gran colorido, muy pintoresco. Esfuerzo casi inútil el de estos vecinos por tener adecentadas sus fachadas ya que el próximo embarcadero de mineral, entonces con gran actividad, esparcía por todo el barrio, y aún algo más lejos, aquella nube achocolatada que aun hoy, aunque en menor escala, sigue azotando a la Ciudad Jardín. Sus moradores eran modestísimos pescadores que tenia varadas sus pequeñas barcas en la playa próxima. Los que en los atardeceres sacaban el copo, que tantas veces vi arrastrar, y descalzos, con aquellas míseras ropas de faena, corrían por las calles con su mercancía en capazos sobre las espaldas, pregonando el «¡boquerón fresco, fresquito!». Eran los genuínos jabegotes.
Era muy frecuente ver en las puertas de las casas a hombres y mujeres dedicadas a la reparación de sus nasas y pequeñas redes y otros aperos de pesca. No era extraño tampoco ver colgados en sus fachadas, pescados abiertos y puestos a secar al aire y al sol. En todo barrio se notaba un olor marinero muy característico. No faltaban en el barrio, como bien puede suponerse, alguna que otra taberna o tasca, más bien verdadero tugurio, donde al tiempo que se vaciaban los vasos del tinto, se vaciaban en buena parte los bolsillos más o menos repletos con la recaudación que lograban en su correr por las calles.
Hacía la parte de arriba de la Rambla de Belén, lindando con el barrio, estaban los talleres de «Fundición Francisco Oliveros». Ocurrió que, por aquellos años, el ayuntamiento acordó la creación de una Estación de Autobuses y tras de múltiples trámites y debates se decidió su instalación en este barrio de las Almadrabillas.
A tal efecto se procedió a la expropiación de aquellas modestísimas viviendas que fueron derribadas en su totalidad por el lado izquierdo. Pero cuando se había de proceder a la construcción de la citada Estación, algunos años después, otro Ayuntamiento volvió sobre este asunto y consideró el lugar poco idóneo para ello habida cuenta de la suciedad que proporcionaba la proximidad del embarcadero de mineral y estimó más adecuado el lugar de su actual emplazamiento, en la hoy Plaza de Barcelona.
Como consecuencia de ello quedaron grandes solares en aquel barrio y tras mutuo acuerdo del Ayuntamiento y el señor Oliveros se hizo un canje de terrenos que permitieron a éste la extensión de su fábrica y oficinas y a aquél solares para una amplia urbanización actualmente en pleno desarrollo. Así, a todo lo largo de la Rambla quedaba una ancha calzada de la que ante todo se beneficiaría el tráfico que no cejaba en sus apremiantes exigencias y al propio tiempo el nuevo edificio de la fábrica cambiaba por completo la fisionomía de aquella calle principal, que habría de convertirse en la Avenida de Vivar Téllez.
La parte de la derecha del barrio de las Almadrabillas, lindante con la playa, estaba también ocupada por casas del mismo tipo, aunque una buena parte daba cabida a algún que otro taller, creo que uno de fundición de «González y Ramírez».
De la parte que da frente a la actual Carretera de Ronda desaparecieron también las pequeñas viviendas y en sus solares se ubicaron en la actualidad un edificio que alberga las dependencias del Ministerio de Agricultura, sobre el antiguo Bar Martínez, y la Estación de Servicio a cuyo alrededor se encuentran talleres de reparación de automóviles (chapistas, pintores, etc.). Aquéllas se prolongaban algo tras los arcos del elevado embarcadero. De ellas solo queda un pequeño grupo haciendo esquina con la calle Matadero, así llamada porque en ella estuvo en otro tiempo el Matadero Municipal. Seguía un largo paredón que limitaba todo un amplísimo solar que fue depósito de esparto, donde hoy se alzan unos almacenes comerciales, y haciendo esquina se continuaba por la corta calle que terminaba en el Balneario Diana del que en otro momento me ocuparé. Seguía después, con la misma dirección de hoy, la larga pared de la Fabrica del Gas, sobre la que se dejaban ver los grandes depósitos y cuyo funcionamiento cesó por el año 41 ó 42. Todo el solar fue destinado posteriormente a instalaciones deportivas de la Organización Sindical.
Más hacia delante la fábrica o fundición «La Maquinista» de don Carlos Balhsen, terreno hoy ocupado por la casa «Seat» y la Compañía Andaluza de Minas. Por aquellos tiempos se hizo el segundo embarcadero y puede decirse que allí comenzaba la vega, o «vega de acá», como se la llamaba para diferenciarla de la que había, y hay, pasando el río, que naturalmente, se llamaba «la vega de allá». Diríase que casi escondida entre aquellos primeros bancales estaba la pequeña barriada del Zapillo, formada por un corto número de modestas viviendas agrupadas en torno a una pequeña plaza donde la casa o puesto de carabineros, junto con la caseta en la playa de amarre del cable telegráfico de Melilla, eran lo más representativo. La gran mayoría de sus vecinos eran también modestos pescadores.
Pero volvamos atrás, otra vez, a la calle de las Almadrabillas para recorrerla por su acera de la izquierda. Una vez pasados los arcos del embarcadero, se alineaban casas sencillas como las demás del barrio, hasta una callejita o más bien callejón, pasada la cual estaba la llamada «Estación de Sierra Alhamilla» que pronto desapareció. Sus terrenos sirvieron después por los años 40 como recinto para feria o exposición de ganadería y posteriormente se instalaron en ellos todos los servicios de la primera Central Térmica del INI, que posteriormente se trasladaría a su actual emplazamiento. Hoy este local parece que no tiene otra aplicación que la de servir de escenario a las veladas de boxeo, que con tanto entusiasmo promueve mi amigo Eduardo Gallart.
Es relativamente reciente toda la información experimentada por la prolongación del antiguo barrio, ya más propiamente perteneciente a la vega de entonces y por tanto está fuera de mi propósito el reseñar. Me refiero al Barrio de Pescadores, que patrocinara un día el entonces Gobernador Civil, don Rodrigo Vivar Téllez; la «Ciudad Jardín» «Tagarete», «Estadio», «Las Conchas» y tantas y tantas otras que ya se extienden hasta la orilla del río.
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