Para visitar la zona del Oeste de la provincia sólo tenemos una carretera. Los ocho primeros kilómetros de esta carretera, junto al mar, parecen las gradas de un circo gigante. La luz se rompe sobre la cinta asfáltica y los bloques de piedra. Se puede caminar bajo el sol porque la brisa hace de palio invisible.
Se comprende que este trozo de costa esté señalado en los atlas de los turistas. Atlas que no son españoles, sino franceses, belgas o ingleses. Y aunque los autores de estos itinerarios desconozcan el lirismo de estos paisajes, no desconocen su verdad geográfica. Por aquí diría Gabriel Miró, las gaviotas se mecen «delirantes de alegría y de azul». ¡Qué bien le tomaba el pulso al paisaje con este prosista mediterráneo! A Miró, aun circunscrito sólo a su Alicante natal, se le puede traer a estas costas almerienses. Se parecen Almería y Alicante como ningunas otras provincias del Mediterráneo español. Son las más variadas y ricas en geografía.
Aclaremos que esta zona Poniente almeriense está mal comunicada: cuenta con una sola carretera enlazando a Almería con los pueblos de Roquetas de Mar, El Ejido, Dalías, Adra, Berja, Laujar de Andarax… y las provincias de Granada y Málaga. Es decir: aquí no entró el ferrocarril, que fue la primera soldadura de unión de España con Europa. Y menos mal que, columpiándose sobre el mar, nos llegaron los veleros. Ellos descubrieron estas costas a la civilización. La citada carretera de Almería a Málaga, aunque bien conservada, es estrecha y no está servida con buenos enlaces, dentro de la provincia de Almería, si no es con Roquetas de Mar. Los otros pueblecitos de la costa apenas si cuentan.
Pasamos Aguadulce, hoy con rascacielos, con su pequeño manantial de agua dulce junto a la misma playa. Recordamos que de niño os chocaba beber en esta fuente. Nos parecía que acabábamos de hacer un hoyo en la arena y que el agua que bebíamos, aunque dulce, era de mar. En Aguadulce hay uno de los más bellos «campings» de España. Después se descubre el Hotel «Aguadulce» y el complejo turístico de este nombre. Esta obra de realización está bien concebida, tiene un hermoso paseo entre la playa y las edificaciones, que irán escalonadas para que gocen de la alegría azul del Mediterráneo. Esta es ya hoy una bella zona de invernantes. Aquí damos nuestro sol, todo el sol que necesita un nórdico. Diremos como Miró: «un sol de oro, fuerte, generoso».
Descubrimos ahora la pradera de Roquetas, que comienza en el moderno poblado. El parador, junto a la carretera general. A los seis kilómetros, en dirección al mar, está la villa de Roquetas de Mar. (Uno no se cansa de escribir este nombre). Aquí se han hermanado la sinfonía marinera y la bucólica. Tenemos un mar abierto, limpio y transparente, con sus extensas playas de «La Romanilla» y «Las Marinas» y un campo de jardinería donde se cultivan las hortalizas más tempranas de Europa: pimientos, habichuelas, pepinos, tomates. Este es campo de productos naturales del mar y de la tierra.
Yo diría que Roquetas de Mar es el nuevo Paraíso.
En Roquetas hay restos de dos castillos: el de Santa Ana y el de los Bajos. En la Punta del Sabinal el cierra el golfo o bahía de Almería.
Volvemos de nuevo al poblado El Parador, donde se percibe el olor de mar, y desde aquí seguimos nuestro viaje hacía El Ejido. Este es un pueblo que se ha hecho en pocos años. Su colonización ha sido comparada con la del lejano Oeste de Estados Unidos: primero se instalaron los elementos necesarios de la civilización, después se llevaron a cabo los núcleos de población. ¡Qué emoción que lo que fue una paramera sea hoy un vergel! Uno recuerda una antigua venta del Lobero, con su nombre de miedo, en la que pernoctaban los arrieros o carreteros que iban hacía Dalías, Berja o Adra. Duro era el camino que se les ofrecía después de comerse las migas o el ajo arriero. Subiendo a Dalías por los Atajuelos malgastaban saliva gritando a los machos y terminaban ellos mismos por agarrarse a la vara del carro.
El Ejido y Roquetas de Mar forman hoy una continuada mancha verde que desde el pie de la Sierra de Gádor (llamada antes «del Sol»), terminas en las salineras y costa, lugar conocido por «llanos de Almería». ¡Qué gozo se siente por estos parajes! Aquí se ha hecho la tierra y se ha buscado el agua para regarla. Hasta se piensa si el cielo, infinitamente azul, no será también obra del hombre.
Dalías y Berja son actualmente capitales de la uva. El tapiz verde de los parrales es inmenso. En la Sierra de Gádor se explotaban en el siglo pasado minas de plomo, y para el transporte de este mineral a Adra y a Almería se contaba con un vertedero del ejército de mulas, más de 50.000. A Berja se le identificó con la antigua «Virgi» de los romanos.
Durante la dominación árabe fue cabeza de un distrito («taha de Berja») y conservó su nombre aún después de formar parte de la corona de Castilla. Los moriscos de esta población se sublevaron el 25 de diciembre de 1568. Descendió después de su importancia y perteneció en el orden judicial, al corregimiento de «Uxijar», hasta que por Real Orden de 29 de octubre de 1753 se creó la alcaldía mayor que comprendía las tres villas de Adra, Berja y Dalías, con la circunstancia de que el juez había de residir un año en cada una de ellas. En una nueva división territorial se le agregaron los pueblos de Beninar, Darrical y Lucainena.
Al hacer esta descripción hemos querido confrontar el pasado histórico de estos tres pueblos – Adra, Berja, Dalías- que viven en torno a la cuenca del Río Chico de Adra, el cual recibe los nombres de los pueblos por cuyas inmediaciones pasa, excepto en Berja, donde se llama «Río Grande» o de «Las Fuentes de Marbella». Este río sueña, de siempre, con un pantano. ¿Lo conseguirá algún día? Para el del río Almanzora, al otro extremo de la provincia, se aprobó el proyecto -casi estuvo para realizarse la obra-, pero luego se abandonó. Dos ministros de Obras Públicas han hecho el recorrido del encauzamiento y del lugar del posible embalse del Río Chico: don Jorge Vigón (febrero 1963) y Silvia Muñoz (enero 1967). Es este un río que se desangra permanentemente llevando sus aguas al mar. ¿Y por qué se consiente que este río muera en el mar cuando hay tanta tierra sedienta a margen y margen de su recorrido? ¡Increíble! Es angustioso, de verdad, que se hunda en el mar el Río Chico de Adra. Es un poema de tristeza. Muestra el poco interés que existe por la provincia de Almería.
¿Qué diría yo de Dalias, de Berja o de Adra que pueda gustar a dalieños, virgitanos o abderitanos? No puedo ilustrarles sobre turismo. Yo les hablo con el corazón. ¿De dónde me sacaría un «slogan» preciso para cada una de estas tres ciudades? No voy a barnizar la cara de nuestros pueblos con fines de propaganda turística. Se me ha quedado grabada esta frase que es muy corriente entre los portugueses: «Para o inglés ver» («Para que lo vea el inglés». Los ingleses que en Portugal, durante siglos, han sido sinónimos de extranjeros).
Estos pueblos pertenecen a la Alpujarra almeriense, que inicia en ellos la subida para enlazar con la alta Alpujarra granadina. Alcolea, Laujar, Paterna, Bayarcal son pueblos almerienses de una hermosa perspectiva. Laujar preside una llanura pequeña entre viñedos. Sus calles y construcciones son moriscas, de un encanto anacrónico, y se defienden contra el progreso urbanístico. En la plaza hay una gran fuente del siglo XVII que deja oír, día y noche, el susurro enternecedor del agua. Laujar parece que fue corte de Aben Humeya durante su efímero reinado- En este pueblo nació el poeta Villaespesa y aquí se hace niño el río Andarax. Un río misterioso, como ya veremos, que no quiere llevar agua dulce a la mar amarga.
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