El valle de Rodalquilar, magnífico rincón del Cabo de Gata vio crecer a la pequeña Carmen de Burgos. La constante evocación de este espacio que se reitera a lo largo de su vida sirve, entre otras cosas, para iluminar la biografía de su infancia y su educación sentimental.
Contemplamos un universo aislado, cerrado en sí mismo, tanto en su geografía como en su organización social, una vida pasional y transgresora, unas costumbres y unos rituales que proceden de zonas muy remotas de la cultura mediterránea. Con el tono vivaz y contundente de su primera época de escritora, Carmen sintetiza en esta evocación, imprescindible, gran parte del significado que para ella tuvo el remoto lugar:
“Me crié en un lindo valle andaluz, oculto en las estribaciones de la cordillera de Sierra Nevada, a la orilla del mar, frente a la costa africana. En esta tierra mora, en mi inolvidable Rodalquilar, se formó libremente mi espíritu y se desarrolló mi cuerpo. Nadie me habló de Dios ni de leyes, y yo me hice mis leyes y me pasé sin Dios. Allí sentí la adoración al panteísmo, el ansia ruda de los afectos nobles, la repugnancia a la mentira y los convencionalismos. Pasé a la adolescencia como hija de la natura, soñando con un libro en la mano a la orilla del mar o cruzando a galope las montañas”.
Rodalquilar será siempre un punto de referencia en la vida y la obra de Carmen. No sólo es el marco de muchos relatos, sino que en diversas obras es evocado el lugar, sobre todo en libros de viajes. Así, al contemplar el cielo de la costa belga, durante su viaje de 1912 por los Países Bajos:
“Recuerdo mis días en Rodalquilar. Cuando el disco de plata caminaba en un cielo tan claro, tan sin nubes ni celajes, en un cielo seco, transparente, y se hundía en el agua sin perder su brillo ni su luz”.
También años después, el lugar es descrito con gran pormenor por Ramón Gómez de la Serna, recogiendo las evocaciones de Carmen y, tal vez, lo que ya había visitado junto a ella durante los largos años que permanecieron unidos:
Muchas veces hemos oído hablar a Carmen de ese pueblo fantástico. Todo lo que después ha ido viendo ella por el mundo lo había visto ya en Rodalquilar (…) pueblo de la costa de Almería, pero perdido, sin comunicaciones, con su caserío disperso en el monte (…) pueblo virgen, al que el mar ha ido trayendo nociones de todo, reflejos lejanos, y en cuyo clima admirable se han refugiado elementos de vida tránsfuga, cosas, fuerzas vivas, que necesitaban la belleza de un sitio perdido, confortable, aislado por una fiera estribación de montañas (…) Carmen ha visto y ha jugado con magníficos granates, y ha visto riscos enteros de amatistas que, desparramadas en una cantidad fantástica, brillaban bajo la luz del sol (…). En este magnífico Rodalquilar, en uno de sus grandes cortijos, del que era dueña, nació Carmen.
Sólo es falsa la afirmación de Ramón respecto al nacimiento de Carmen en su cortijo de Rodalquilar; el resto retrata la realidad del valle. No hace muchos años, el visitante del cerro de la Amatista podía recoger sin esfuerzo cualquiera de las piedras diseminadas, muchas revestidas de relucientes cristalizaciones. Rodalquilar se puede comparar con los espacios míticos de otros autores por la atmósfera mágica que lo envuelve y por las fuerzas telúricas y primitivas que gravitan en su seno.
La lejanía y el transcurso del tiempo fueron devolviendo a Carmen, cada vez más lúcidamente, el valor de Arcadia personal que el remoto valle había representado en su vida:
“Yo he evocado aquí el recuerdo de una pequeña playa andaluza, perdida frente a la costa de Africa, donde corrieron los días más hermosos de mi existencia”.
Los más hermosos… Desde todos los países a los que viaja evoca Carmen Rodalquilar, y en la evocación va perfilando el lugar y también su propia infancia; ante las islas holandesas de Zuiderzee exclama:
“Esta tierra primitiva me recuerda Rodalquilar, otro lugar apartado del mundo en la provincia de Almería, y observo las analogías de las costumbres y la vida sencilla de los pueblos”.
Si Rodalquilar aportó el mito a la educación de Carmen, la ciudad aportó la vida social, la vida histórica.
La Almería de aquel prerrevolucionario 1867 en que nació venía sufriendo un amplio proceso modernizador impulsado por la burguesía liberal e ilustrada, crecientemente activa a lo largo del siglo. Se intentaba hacer frente a la miseria material y a la ignorancia, los males sociales por esencia, delimitados un siglo antes por la Ilustración.
La situación de Almería en la segunda mitad del siglo XIX planteaba aún muy graves problemas. (...)
Se luchaba en todos los frentes. La provincia sufría aún la histórica dificultad de comunicación con el resto de la península, más fácil por mar que por tierra, lo que llevó a la Diputación a promover en 1863 un plan de carreteras provinciales. Respecto al puerto, se realizaron sucesivos proyectos y obras a lo largo de todo el siglo; el primer dique de poniente, iniciado en 1843, se acabó de construir en 1868. El ferrocarril, en cambio, no llegaría a funcionar hasta 1895, aunque la Junta gestora para su construcción existía desde 1870.
La ciudad sufrió una transformación importante desde mediados de siglo: se derribó la muralla y sus bastiones, que seguían en parte el trazado del actual Paseo, y se inició el crecimiento urbano hacia la Rambla, culminado antes de 1900, según el mapa de Pradal. Además, se amplían los paseos, se encauzan las ramblas y se construyen los teatros Principal, Liceo y Apolo.
En cuanto a la vida cultural, una vez más son los destacados liberales de la ciudad sus promotores. En 1843 fundaron el Liceo Artístico y Literario "para fomento de las letras y propagación del conocimiento", pero en los años sesenta ya no hay noticia de su actividad. Su espacio lo ocupó desde 1876 el Ateneo de Almería, la institución que concentró la actividad cultural de la ciudad con la creación de una rica biblioteca, la organización de veladas literarias y musicales y la difusión de su órgano oficioso "Revista de Almería". Fue punto de encuentro de profesores, ingenieros, médicos, abogados: la pequeña y mediana burguesía ilustrada. En 1888, el Ateneo se fusionó con el Centro Mercantil, más conservador, como intento de supervivencia, pero en 1890 se disolvió.
Al año siguiente, los viejos ateneístas fundaron el Círculo Literario, dirigido por Plácido Langle y Antonio Ledesma, entre otros. Su éxito mayor lo consiguió con la organización de los Juegos Florales, certamen poético anual que se inició en 1896 y alcanzó gran resonancia, contando con mantenedores tan destacados como Canalejas (1901) o Unamuno (1903).
El florecimiento del periodismo creó otro foco cultural. Aunque "Norte de Almería", de 1823, figura como primer periódico de la provincia, la actividad continua se inicia en 1844 con el semanario "El Deseo", y en 1945 con la revista "El Pensil", dirigida por Mariano Álvarez, futuro suegro de Carmen de Burgos. Otros periódicos como "Correo de Avisos", "El Clamor Público" o "El minero de Almería" nacen antes de 1860, fecha en que Francisco Rueda funda "La Crónica Meridional", el de mayor duración, que saldrá a la calle hasta 1936. Resultaría prolijo enumerar los diarios que se sucedieron desee 1823; según Tapia Garrido: "durante poco más de un siglo, salieron en Almería y su tierra 230 publicaciones periódicas (…), 162 se publicarían en Almería y 68 en los pueblos". Y buscando explicación a tal fecundidad añade:
“Las publicaciones abundan en los periodos liberales, democráticos, de exaltación patriótica, que es cuando en Almería se dispone de menos dinero. La abundancia de publicaciones entonces es un escape a las presiones socioeconómicas y políticas, que sufre la sociedad almeriense, a la pobreza de la tierra se añade el desproporcionado reparto de los recursos económicos y la preponderancia caciquil”.
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