Con la emoción de un chiquillo cuando sabe que va a recibir un regalo, así es como se siente el Sábado de Pasión cuando eres capillita y sabes que tienes a la primera hermandad preparada para hacerse cofradía y salir a la calle. Y esa ilusión que te llena por dentro, esas ganas de sentir en las tripas la vibración de los golpes de los bombos, de oler a incienso en la calle, de escuchar el inconfundible sonido de un llamador y de poder afirmar con emoción que “ya está la primera en la calle” es lo que hace que, a la primera, se le consienta todo lo que se le consiente.
El Camino no es de interés turístico nacional, no lo necesita porque no es su misión. Pero es la primera que pone a Dios en la calle y en realidad, títulos y marketings aparte, de eso se trata: eso es lo que tiene que movernos a quienes hacemos Semana Santa desde la fe, desde las hermandades, desde las procesiones. La del Camino no es una procesión de Champions League, no tiene por qué serlo. Su misión es otra mucho más importante que la de llenarnos la boca con razón: el Camino tiene que abrirnos primero el corazón.
Y a mí me lo abre. Y yo quiero ayudar al Camino para abrir también el de todos los lectores de La Voz porque ese es el trabajo de los cofrades: tocar corazones, abrirlos para Dios.
La Cofradía del Camino es el golpe de humildad que necesitamos los capillitas exquisitos para no perder el norte. Está muy bien que soñemos y trabajemos para alcanzar cortejos contundentes y para contar con obras de arte de categoría tanto en la imaginería como en los pasos o en el patrimonio inmaterial de las marchas procesionales. Está muy bien que se nos llene la boca con el mensaje de que salimos a poner una catequésis en la calle y a realizar Estación de Penitencia. Está muy bien que se nos hinche el pecho por los reconocimientos que recibimos por nuestro trabajo pero todo eso carece de sentido si no somos el Camino.
La verdad
El Camino puso ayer en la calle un cortejo de cuarenta personas más los treinta y pico que pueda calzar el paso. ¡Era más numerosa la banda de Santa Cruz que el resto de la procesión! El camino pone en la calle un paso hecho a retales, con molduras sencillas y angelitos de los chinos en las esquinas del canasto sobre el que procesionan a un crucificado de la factoría de Olot -como una multicopista de imaginería religiosa para quien no reconozca el nombre de esta población gerundense- y una imagen de la Virgen que nunca veríamos en un museo. Pero el Camino pone en la calle el corazón abierto, valiente y sin complejos de una barriada humilde que ama a Dios. Y eso sí que es una catequésis. Y, el buen cofrade, el que entiende de qué va esto en realidad, lo reconoce.
El reencuentro
Ayer yo tenía muchas ganas de reencontrarme con el Camino, tenía muchas ganas de reencontrarme con la Semana Santa y con el reto de volver a escribir para contar emociones. Ayer quise tener los pies en el suelo y el corazón en la mano y, como un almeriense más, estar en la acera viendo procesiones. Ahí es donde nos espera Dios en las sencillas cosas de la calle. Y le vi.
Ayer vi a Dios en la inquietud de los vecinos que aguardaban con ilusión la salida de su hermandad y le vi en la sonrisa que atravesaba por los ojales todos y cada uno de los antifaces penitentes que salían del patio del centro vecinal. Ayer vi a Dios en los sentimientos que despertaron los sones del “Ave María” después de que la marcha Real presentara, un año más, al Cristo del Camino y la Virgen de la Salud y al asfalto de la Vía Dolorosa de Araceli.
Ayer vi a Dios en el feliz abrazo de reencuentro de quienes solo se ven de Semana Santa en Semana Santa y le vi en las mujeres que, empujando un carricoche, llevan a sus bebés de procesión acompañando a papá porque toca en la banda. Ayer vi a Dios en la responsabilidad de los políticos, tanto de los que salían en el cortejo como de los que no, que no fallaron y estuvieron con los vecinos; Estaban con Almería. Ayer vi a Dios en la curiosidad con la que mi sobrino me preguntaba y se interesaba por el Camino y, sobre todo, le vi en el mensaje que me dejó el Crucificado de Araceli: está la primera en la calle y viene a contarte que, Semana Santa, es para que nos encontremos con Dios.
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