No es lo mismo ir con expectativas creadas a ver pasar una cofradía por un lugar concreto que elegir un lugar y una cofradía en concreto y a ver qué pasa. En la tarde del Lunes Santo hice el experimento con el Gran Poder y fue muy enriquecedor.
Yo no conocía al Gran Poder recorriendo la Avenida Cabo de Gata, nunca lo había visto. Temía al viento, ese que no falla en las tardes de Lunes Santo almeriense y temía a una avenida tan amplia como propensa al desangelo. Tal vez esas eran mis únicas ideas preconcebidas, las que hacían interesante vivir y contar esta experiencia, pero no esperaba que mis conclusiones se ampararan en esos baremos. Iba, de verdad, abierto a llenarme de lo que Dios quisiera darme.
Y lo primero que me dio fue una perspectiva preciosa. Ya os digo que la Avenida Cabo de Gata, de estar en otro sitio, sería una Carrera Oficial magnífica. Lo siguiente que me dio fue público, mucho más y desde mucho antes de lo que me esperaba. Sabía que no iba a ver una avenida abarrotada, no se abarrota, pero no contaba con encontrar frecuentes grupúsculos repartidos periódicamente a la altura de cada uno de los bancos que salpican la avenida. Y, en tercer lugar, me dio luz: luz del día. Hace tantos años que no veía al Gran Poder a la luz del día que, para empezar, con estos tres primeros regalos Dios me convenció de que la experiencia iba a ser buena.
Y, entonces, llegó la cofradía. Desde la Cruz de Guía en el Habana Playa al cruce de la Avenida Cabo de Gata con la calle Castilla -la que nos enseña al fondo la fachada principal de San Antonio de Padua- hay ciento ochenta metros y mucho silencio, ¡muchísimo! Tanto que llega a molestar el inoportuno claxon de un coche que, tímidamente, pita para que, desde dentro, le abran el portón de una casa. Y ahí te das cuenta de que el Gran Poder ya ha calado bien profundo a este lado del Cable Inglés. Silencio, un silencio que despeja los sentidos y favorece las percepciones que nacen del corazón.
Luego viene el negro cortejo, numeroso y perfectamente abrochadito en el centro de la vía: compacto, serio, interno e interiorizador. Aquí hay Dios.
Y pasa el Señor del Gran Poder. Y detrás le siguen una docena de penitentes nazarenos y, detrás, cientos de vecinos del Zapillo. Y no se oye más que el viento contra las palmeras y el racheo de las alpargatas costaleras.
La Avenida de Cabo de Gata, tan grande y tan muda; el barrio del Zapillo, tan festivo cuando se viste de Carmen marinero como serio y penitente cuando arropa a su Cristo en tarde de Lunes Santo. Y, entonces, descubres que los únicos aplausos que aún se escuchan al paso de esta hermandad provienen de las gradas del Paseo: que Almería no escucha el silencio del Zapillo, con todo lo que nos cuenta.
La pregonera, en la presidencia
La presidenta de la Agrupación de hermandades y cofradías de Almería, Encarni Molina, ha sido la pregonera que, en 2019, ha proclamado una nueva Estación de Penitencia de la Hermandad del Gran Poder. Por esa razón se la pudo ver participando de dicha estación en la presidencia del cortejo, acompañando al Hermano mayor, Antonio Martínez Imbarato, y al consiliario y párroco de la iglesía de San Pío X.
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