Aún estaban las puertas de Santa Teresa abiertas y el templo lleno de la gente que había ido a la parroquia a unos Oficios por la muerte de Jesús que se alargaron hasta las siete menos diez de la tarde.
Fue entonces cuando los primeros tramos de nazarenos de la Caridad, ya formados, subieron desde los salones parroquiales hasta la nave del templo para preparar en menos de cinco minutos una estación de penitencia.
Ese fue el motivo por el que la habitual puntualidad de la Caridad no hizo acto de presencia ayer: la estación de penitencia arrancó diez minutos más tarde de lo previsto.
Era las siete y media y la cruz guía de Caridad llegaba al puente de la Rambla.
Todo ello, acompañados de numeroso público y con los cirios al cuadril desde que el imponente paso de misterio saliera a la calle.
A partir de ahí y una vez compuesto y asentado un cortejo que tuvo que formarse casi sobre la marcha, la Caridad anduvo como anda esa hermandad: sin entretenerse en cosas innecesarias, parando lo justo y necesario y andando con la seriedad que requiere el momento de un traslado al sepulcro (más cuando es el de Cristo).
Almería ha ido aceptando en su imaginario a esta hermandad como lo que es: una cofradía de negro.
Cristo ha muerto y esta hermandad, que estrenaba hermano mayor y capataz, merece el mismo silencio que otras que ya lo tienen más que ganado. Falta por delante limar aspectos entre el público, como tener claro que no es día para dar cera o estampas.
El cortejo, compuesto por algo más de medio centenar de nazarenos, un impresionante cuerpo de acólitos y una sección dividida en dos, contó con esa delicia musical que es Anacrusa ante el misterio.
Ya de regreso, tras pasar por la Catedral y el Santuario de la Patrona, la Caridad volvió a cruzar el puente de la rambla diez minutos pasadas las diez de la noche.
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