Un racimo de uvas se llevó Enrique Ponce de Almería este año. El obsequio vino a simbolizar lo mucho que se le aprecia en esta Plaza desde que se presentó en 1990. Hay que torear muchas tardes y demostrar siempre que esta profesión supone un compromiso con los tendidos, al margen de los análisis y las valoraciones. Además, el de Chiva recibió también el reconocimiento de sus compañeros de cartel que le brindaron sendos toros.
Ponce
Poca ambición se trajo de la dehesa el primero de la tarde. Escarbó, tardeó y levantó las manos al tomar el capote. Aunque nada de eso justifica que se le dejara tomarse por su cuenta una puya del piquero que hacía puerta. Y luego otra con el de tanda.
Pero luego Ponce sacó la muleta de envolver toros descastados y el animal parecía otro. La punta de genio del animal le sirvió al maestro de Chiva para sacar en claro alguna tanda, algún derechazo suelto. Por la izquierda el nuñezdelcuvillo se fue entonando, y repetía las embestidas, dejando Ponce que su enemigo topara en la franela.
Enrique dio la enésima lección, esa que sólo aprende el toro. Una tanda de derechazos y un certero volapié rubricaron la faena.
En el cuarto, Ponce no puso todo de su parte. Vale que el toro no diera la talla en los lances de recibo, pero tampoco es razón suficiente para desentenderse un tanto de la lidia.
El inicio de faena clásico de Ponce se basa en los doblones, eficaces lances que predisponen la embestida del toro. Sin embargo, la debilidad del animal restó brillantez a la faena que Enrique hubiese preferido. El animal, respondía al toque, pero desarmaba la embestida. ¿Qué hacer? Pues cambiar de discurso y meter un poco de presión, atacando al animal y dejando que su punta de raza generara las emociones. Emociones sin demasiada profundidad ni estilo depurado.
A media altura, usando con criterio ese pico de la muleta que tanto se le afeó en otra época, Ponce cumplía con el guión y el acendrado poncismo de Almería quedaba patente en las sensaciones del respetable.
Para que no faltara de nada el diestro valenciano hizo su redondos genuflexos, marca de la casa, tan aplaudidos. Al toro parecía que le habían dado cuerda y esas debilidades del principio de la faena quedaron borradas por el talento del torero y por otro volapié casi perfecto.
Ginés Marín
El diestro jerezano llegó a por todas, enfundado en el capote de la Virgen del Mar que se ganó en la Feria del año pasado. Se plantó de rodillas y resolvió el saludo al toro de larga cambiada, puede que para caldear el ambiente.
No quiso mucha vara para este segundo, colorao y animoso, que parecía traer casta y nobleza para repartir. Ginés no se lo pensó y le administró un quite de frente por detrás que desencadenó los vítores del público agradecido.
Estaba claro que el toro le había gustado al jerezano, porque le brindó su muerte a Enrique Ponce.
Marín dio escalofriantes pases cambiados rodilla en tierra. Con las prisas del triunfo, Ginés Marín quiso aprovechar las virtudes de su enemigo y le dio pases de todos los colores: ahora por la derecha, ahora por la izquierda. Ahora mirado al tendido, seguro de la bondad del toro y de sí mismo.
Las manoletinas del final confirmaron la torería de Ginés y se merecieron el silencio de respeto de los tendidos. El torero se sabía triunfador y entró a matar como un ciclón.
El quinto de la tarde salió como el que abrió plaza. Sin dar señales de querer entregarse en las embestidas, suelto y distante en la pelea. Además, dio una voltereta que pronto acusó en sus evoluciones y parte del público pidió su devolución al ver como se trastabillaba. La bronca arreció y el pañuelo verde acabó apareciendo.
El sobrero de La Palmosilla salió enrazado y con síntomas de placeo, campando por sus respeto. Ginés Marín estuvo enorme andándole con el capote para ponerlo en suerte y luego, su piquero lo citó a ley en una de las mejores puyas de la tarde, por la ejecución y por la brevedad del castigo: el animal blandeaba un tanto de la mano izquierda.
Marín brindó al público y se fue para el toro a repetir triunfo. Este quinto no hizo bueno el dicho pero dio juego suficiente que era lo que esperaba el torero. Ginés probó primero a darle distancia, luego se metió en su terreno toreando en redondo y salió volteado sin consecuencias. El toro era de los que piden el carné por sus carencias. Marín trató de acomodarse a sus embestidas, ente claroscuros y alguna tanda de más.
Toñete
Toñete abrió el trasteo doblándose con este tercero que presentaba las mismas trazas que el segundo, pero al revés: miraba por encima de la muleta y se quejaba, rebrincado, de los derechazos. El joven diestro se empeñó en sacarle partido, con pundonor pero al toro le faltaba de casi todo. La faena pedía a gritos que llegara la merienda.
El sexto fue mejor toro sin ser de nota y Toñete estuvo mejor. Más centrado con la muleta, mejor acoplado con su enemigo aunque evidenciando las carencias de su aún corta carrera. Escuchó la música de la Banda de San Indalecio y se vino arriba.
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