Espera, no cuelgues. Déjame, por lo menos, que te felicite la Navidad. Ya sé que esto suena un poco estúpido en estas circunstancias, pero puedes creerme. No es una excusa para hablar contigo. O, bueno, puede que sí lo sea. Pero, por favor, no cuelgues.
Yo no llamo ya a muchas personas para felicitarles las fiestas ni el Año Nuevo. A muchas, no. A ninguna. ¿A quién puede importarle mi felicitación?
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No, no espera. No se trata de inspirar compasión. Y menos, a tí. Pero es verdad que llevo dos días pensando en llamar a gente en plan felicitación y eso. Y entonces, me planteé llamarte a ti. Pensaba llamarte y luego descartaba la llamada. Me decidía, y luego, con tu nombre ya en la pantalla, renunciaba. Y esta noche, ya ves. Sin saber por qué he acariciado la pantalla sobre tu nombre y me has contestado y mientas hablo contigo se me ocurren una serie de personas a las que podría o debería felicitar.
Pero no hablemos de eso. Claro. No tiene sentido.
¿Te acuerdas de aquella noche que tardamos cerca de una hora en cruzar la Plaza? Creo que fue la última vez que estuvimos así. Luego ya vinieron las cosas como vinieron.
¿Cómo estás?
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Bueno, más o menos igual que yo. Aquella noche, nos llamaron la atención desde los balcones, por lo escandaloso de nuestra...actitud.
Habíamos salido del concierto como una moto. ¿Te acuerdas lo mal que cantaba aquella chica, tan joven, tan inocente..?
No sé por qué me acuerdo ahora de aquella noche. Bueno, sí. Si que me acuerdo. Y tú también. Me clavaste las uñas en el brazo tratando de no reírte a carcajadas de la cantante, mientras yo tomaba notas en mi cuaderno, como siempre. Luego, rompiste a aplaudir cuando la chica remató aquel blues o lo que fuera. Aplaudiste como si no hubiera un mañana y yo aproveché para decirte que me estaba enamorando de ti, pero no me dijiste nada sobre eso. Me sentí ridículo, mientras notaba la humedad de la sangre que bajaba por el antebrazo.
Hace cinco o seis meses me crucé contigo pero no nos saludamos. Fue mejor así, ¿verdad? Tú mantuviste la mirada al frente como un soldado y yo cambié de dirección para no forzar el encuentro cara a cara.
Ha pasado un año entero desde aquello de tu enfermedad fingida y casi dos desde que dejé a Carmen por ti.
Lo dejé todo por ti. Por una historia que era sólo cosa mía, por lo visto. Dejé a Carmen sin una explicación convincente. Ella estaba harta de mis olvidos y mi desorden y yo creo que le hice un favor. A ti no te guastaba que yo hablara de Carmen, pero ahora ya da igual, ¿no?.
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Pues eso, que ya Carmen no significa nada. Ni para mi tampoco.
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No, de verdad. Cuando la dejé de un día para otro estaba convencido de que iba a hacer realidad las locuras que escribía en mis cuadernos. Contigo, claro. Me refiero a esas cosas que tú leías por compasión y que nunca te interesaron demasiado.
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Bueno, a lo mejor si te interesaron un poco. Eres muy amable.
¿Te puedes creer que aún no consigo explicarme como pudiste hacerme aquello? Lo de fingir una enfermedad terminal, digo.
Fuiste capaz de fingir una enfermedad gravísima para desaparecer de mi vida, así de repente. Cuando tu amiga Esperanza vino a contarme que estabas en la UCI a las puertas de la muerte no supe como reaccionar. Le hice mil preguntas y ella contestaba con una seguridad apabullante. Creo que habíais preparado las respuestas a conciencia. Qué bien lo hizo.
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No, por favor. No cuelgues. Es sólo un minuto.
Esperanza se sugestionó tanto que se le saltaron las lágrimas mientras contestaba a mis preguntas desordenadas. O quizás se apiadó de un imbécil al borde de la desesperación que no acertaba a ordenar las ideas.
Seguramente alguien te habrá contado que corrí al Hospital para saber de ti. Luego llamé a Esperanza para saber donde estabas ingresada y me habló de Madrid y de no sé que unidad especial y yo salí como un loco, sin tener claro donde podría encontrarte. Te busqué en La Paz, en el Ramón y Cajal y en una clínica privada que ni siquiera recuerdo como se llamaba.
Nadie sabía nada de ti. Se había perdido tu rastro en un trayecto de ambulancia camino de Madrid. Increíble.
Fueron dos semanas casi de locura. De angustia. Sin ti y a punto de perderte para siempre. Sobre todo cuando tu hermana me llamó para decirme que seguías muy grave, pero que no querías verme. Que no te convenía tampoco que fuese a visitarte.
Cuando me enteré de que todo era un engaño, se me revolvieron las entrañas.
(.......)
Ya me imagino que te sientes mal al recordar esto. ¿Sabes que lo primero que se me pasó por la cabeza fue vengarme ?
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No te rías. Es verdad. Le di vueltas a algunas ideas. Invente varias historias para devolverte los días de angustia que me habías “regalado” aquella Navidad.
Me cuesta trabajo hablarte de eso ahora, pero e imagino que te corroe la curiosidad.
Lo que se me ocurrió fue tremendo: publicar mi esquela en el periódico. Pero claro, eso hubiese generado consecuencias..., digamos no deseadas, ya me entiendes. Bueno, salvo que me hubiese quitado la vida de verdad.
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¿Te ríes? Pues que sepas que no era una broma. Pensé realmente en quitarme la vida y no sólo por tu abandono y por tu forma de abandonarme. Por otras cosas también.
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¿Te parece una venganza esta llamada? En absoluto He conseguido que sonrías unas cuantas veces y que te relajes. Incluso, que me comprendas en la medida de los posible. No es una venganza ni nada parecido. Es un juego de engaños, si quieres. El amor y todo eso no es más que un engaño con buena intención. A veces, con mala intención.
Tú quisiste jugar a seducirme y cuando ya lo habías logrado, cuando yo ya estaba perdidamente enamorado, seguiste jugando como sin querer. Pero luego te dio miedo que yo estuviese tan rendidamente perdido por ti.
Ahora ya toda esta historia solo sirve para esto. Para una llamada navideña. Por eso he escrito en un texto breve todo aquello: tu enfermedad fingida, mi angustia, mi decepción y mi idea de quitarme la vida. No te lo vas a creer. Subí anoche la historieta a Facebook, a Linkedin y a Instagram y ha tenido un éxito arrollador. Por cierto, aparece tu nombre real y tu foto. Creo que esa una parte importante del tirón que ha tenido. Feliz Navidad.
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