Ser creyente, católico, y tener que entender (y explicar) la muerte repentina de una persona de 38 años es, simple y llanamente, una putada. Teniendo en cuenta, además, que el fallecimiento se produjo unas pocas horas antes de que el protagonista de estas líneas viviera uno de los días más importantes de su vida cofrade sacando a su hermandad a la calle para celebrar un 250 cumpleaños, cabe pensar que esta vez el plan de Dios ha estado más retorcido que nunca.
José Carlos Ibáñez, Bubu, fallecía justo un día antes de que la Soledad saliera a la calle y nos dejó a todos helados. Es más: su adiós nos ha pillado tan de sorpresa, que parece que se ha parado el tiempo.
Bubu era parco en palabras, especialmente si había que decirlas en público. Ganaba en las distancias cortas un mundo. Paradójicamente, para muchos se nos quedará como último recuerdo del hermano mayor de la Soledad la entrevista que dio hace tan solo unas semanas para el podcast 'La Última Trabajadera' (¡cómo costaba sacarle a Bubu las palabras en una entrevista!). "Tengo mucha ilusión, tengo muchas ganas", decía entonces sonriendo pensando en la procesión extraordinaria prevista para el 16 de diciembre. Escuece especialmente en la herida que se nos ha abierto a todos estos días escucharle decir sobre las cofradías que "esto es el ciclo de la vida: van saliendo los mayores y tienen que entrar jóvenes". Pero es que tú no eras mayor, Bubu.
Dos misas
La noticia nos dejó a todos en fuera de juego. La Hermandad de la Soledad reaccionó y suspendió la procesión, como no podía ser de otra manera, manteniendo la misa prevista para la tarde del 15 de diciembre. Fue una misa extraña. Tenía que haber sido una misa de preparación para una extraordinaria y terminó siendo algo parecido a un funeral, sin serlo.
Se llenó la iglesia de Santiago, claro. Al fin y al cabo, cuando te pierdes, buscas guía. Y ante este adiós tan temprano, la parroquia se llenó de cofrades en busca de consuelo, seguros de que había que estar en Santiago y ante la Soledad, montada en su paso y con una ráfaga de Virgen gloriosa que terminará pasando a la historia por motivos inesperados.
Allí aparecieron hermanos mayores, las primeras coronas de flores, representantes del Carmen, la 'Agrupa' y Santa Cecilia (que cuando no tienen instrumentos que tocar saben estar igualmente) y muchos hermanos de la Soledad, además de un nutrido grupo de las cuadrillas de la Santa Cena, sus cuadrillas.
Y allí estábamos, "aturdidos y apenados", como dijo el sacerdote Francisco Escámez en la homilía de esta extraña misa que no era un funeral, pero sí lo era. "Nos acurrucamos junto a la cruz del Señor, buscando fe", ante sucesos así, decía el párroco de Santiago, conteniéndose las lágrimas.
Las coincidencias han sido muy puñeteras en este adiós, y no han sido pocas. No solo era el día antes de que la Soledad saliese a la calle, no. También pasó todo unos días después de que se cumpliera el primer aniversario de la muerte de Luis Criado, histórico de la Soledad que, además, era el teniente de hermano mayor el Bubu. Así que allí estaba también Raquel Criado, en primera fila, agarrándose la lágrima, y no sabía uno si darle el pésame, felicitarla por su elección como pregonera de la Semana Santa o recordar juntos a su padre. O todo a la vez.
Y todo esto, a las puertas del conocido como Domingo de Gaudete, el tercer Domingo de Adviento, ese que en el calendario litúrgico es un domingo especialmente alegre por la inminencia de la llegada de Jesucristo. Otra vez, las coincidencias parecen reírse de nosotros. Y otra vez, el plan de Dios vuelve a parecer indescifrable.
Y ya el sábado, a las 16.30 horas, la iglesia en la que la Soledad espera a los almerienses durante todo el año se desbordó. Hermanos mayores, amigos, familiares, algún político... Todos fueron a despedirse del Bubu. Demasiado pronto. Demasiado antes de tiempo. Escoltaba el féretro un cortejo formado por los hermanos mayores vivos de la Soledad, alumbrando el camino de José Carlos Ibáñez con cirio.
Así es como la iglesia de Santiago y la Hermandad de la Soledad ha sido, en los últimos tres días, un auténtico valle de lágrimas. Bubu, el costalero, el marido de Isa (que acabó el día ante su Soledad, inseparable, mientras la bajaban del paso y la colocaban de nuevo en su capilla), el que cuidaba a los parroquianos mayores acompañándoles a casa después de misa, el hermano mayor, el hombre bueno que era José Carlos Ibáñez, nos ha dicho adiós demasiado pronto y nos ha congelado a todos, incluso al tiempo.
Ahora, la capilla en la que está la Soledad ha quedado repleta de coronas de flores, dejando claro que todo ha vuelto a una normalidad que ya nunca más será normal.
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