Los Ángeles, un traslado a la Catedral de abuelos y nietos

Crónica de un traslado histórico para celebrar los 25 años de Los Ángeles

Álvaro Hernández
00:51 • 13 oct. 2024

"Es que no paro de acordarme de mi abuelo". Lo decía como para justificarse, para explicar por qué no podía parar de llorar. La primera protagonista de esta historia es Alba, una de las incondicionales de Los Ángeles, cofrade de cuna por la gracia de sus abuelos. Y ahí estaba el problema: que, ya dentro de la Catedral, con María Santísima de Los Ángeles vestida de azul marino como en las primeras salidas, su abuelo Juan no estaba bajo las bóvedas del primer templo de la Diócesis porque nos dejó (siempre demasiado pronto) hace poco más de un año.



Alba no era la única que lloraba allí, ni la única que echaba de menos, ni la única nieta... De hecho, cerca estaban sus primos Manuel y Carmen, que ojalá puedan recordar siempre la suerte que tuvieron de estar en la Catedral, al lado de su Virgen y cogidos por su abuela Isabel, que debe estar de las primeras en un ranking de las mujeres más fuertes del mundo (porque yo no la vi llorar).



Esos son solo algunos nombres, unos pocos ejemplos, de cómo lo que en apariencia es el simple traslado de una cofradía a la Catedral con motivo de un aniversario es, en realidad, el movimiento de una red tejida en el día a día a lo largo de innumerables años por personas concretas que, juntas, cosen a generaciones en torno a una cosa: el amor.



El amor de abuelos a nietos, claro. El amor de Alba a su abuelo Juan. El amor de todos los allí presentes a Los Ángeles, la Virgen de los Domingos de Ramos. Y no solo eso. En serio, las redes tejidas por las cofradías a veces son tan complejas y, al mismo tiempo, tan sencillas que lo explican todo. Y lo explican de abuelos a nietos.



Por ejemplo, Boni contaba luego en Twitter, con una foto de María Santísima de Los Ángeles frente al Cautivo, que ahí estaban las dos devociones de su abuela, frente a frente. "Gracias por esta fe", le agradecía a su abuela, que debía estar viendo no muy lejos del abuelo de Alba la culminación de un proyecto de 25 años. Un proyecto de vida, que primero fue de ellos y ahora es de sus hijos y nietos.



Pero tampoco hay que olvidar a Samu, que siempre cuenta orgulloso que la primera parada de María Santísima de Los Ángeles en Almería fue la casa de su abuela, donde estuvo protegida liada con unas sábanas. Las sábanas de su abuela. ¿Queremos complicar las redes aún más? Con Samu mismo, que antes que de Los Ángeles es hermano del Silencio y vio ayer un sueño cumplido: sus dos devociones, las dos Vírgenes de su casa, juntas en San Agustín, donde el Silencio recibió a la hermandad celeste tejiendo con hilos que se hilvanaron hace más de dos décadas entre unos y otros. Aquella es también la casa de Los Ángeles, que de allí vienen muchos de sus cofrades, y eso nunca se olvida.



Y de abuelos y nietos saben allí mucho, que Manuel Vicente Barranco no estaba muy lejos de sus Gonzalo y Mario, pura estirpe del Silencio con algún tinte celeste. Allí se vivió, posiblemente, uno de los momentos más emotivos de un traslado que tuvo mucho de repaso de su breve pero intensa historia, la de las familias que formaron la cofradía y supieron explicar y expandir su amor por la Virgen para que hoy seamos muchos más los que lo podamos vivir. 



Llovió un poco, pero qué más da. Por el camino, la Soledad recibió a Los Ángeles en Santiago, chispeó en la calle de las Tiendas, se acortó por Lope de Vega y se llegó al calor del Prendimiento y los Estudiantes en el interior de la Catedral. Otros que saben mucho de tejer redes de abuelos a nietos. Aunque esas son otras historias y otros nombres.


Ahora, Los Ángeles tiene una semana para disfrutar. Un triduo extraordinario que arranca el miércoles y una extraordinaria de regreso el próximo sábado. El barrio de Los Ángeles se ha mudado en cierto sentido al centro de la capital. Lo han hecho con su vecina más ilustre, que ya se encuentra bajo el techo de la Catedral. 


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