Acerca de la autora y de este espacio: Un lugar donde sentirse a salvo

Aunque nací en Murcia en 1983, soy almeriense de corazón y pensamiento.

Uno no elige a quien quiere ni tampoco su vocación. No recuerdo el momento exacto en que siendo adolescente empecé a escribir, sí sé que fue la consecuencia de leer mucho. Una vez escuché a Ángeles Caso decir que si pudiera vivir de leer, no se dedicaría a otra cosa. Imposible explicarlo mejor.

Con el sueño de vivir de escribir en un periódico y que cada día fuese una aventura, me planté en la Universidad de Málaga. Aprendí cosas, es cierto. Pero uno no sabe lo que es esto hasta que llega a una redacción.

En el gabinete de comunicación de los Juegos Mediterráneos Almería 2005, El Mundo de Málaga, Canal Sur Almería y la Cadena SER Almanzora absorbí cuanto pude. Sin embargo, la adrenalina de entregar una página a tiempo, la responsabilidad de contribuir a contar un hecho histórico y la magia de ponerte delante de un micrófono se las debo a LA VOZ y SER Almería.

Trabajé en prensa de las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro de Almería y del Festival Internacional de Cortometrajes Almería en Corto. Y escribí la biografía del poeta albojense Juan Berbel en el libro Nieve en flor.

Soy adicta a Twitter y muy fan de Instagram y hago mis pinitos como community manager.

Un lugar donde sentirse a salvo

No sabría precisar cuántas veces la literatura me ha salvado la vida. Con toda seguridad, más de las que cualquier hombre o mujer pudiera cobijar en su memoria con un mínimo de puntería. De verdad. Yo podría haber muerto en más de un centenar de ocasiones y no lo hice. Quizá miles. Pero en cada una de ellas, el funesto designio me sorprendió con un libro en las manos y pude esquivarlo con cierta fortuna. Me sobran los ejemplos.

Tengo la certeza de que pude morir en el ascensor del edificio de la primera casa que decidí alquilarme. Un viejo apartamento con vistas a un parque negro, abandonado y nervioso. Era un espacio barato y pequeño que en ocasiones, dependiendo de la dirección del viento, olía a gas butano o a amenaza. El suelo era de madera astillada y eso me gustaba. Una tarde, mientras leía una vieja colección de cuentos de Raymond Carver, un estruendo me hizo saltar del sofá. El ascensor se había descolgado. Estaba detenido en el séptimo piso y, sin causa aparente, reventó contra el suelo. Sólo en mi planta hubo dos ataques de ansiedad y una agresión entre dos vecinos ingleses. Yo me salvé. Tengo la certeza de que pude morir en un atraco al banco donde suelo arreglar mis asuntos de recibos y tarjetas. Hasta escribí un poema inspirado en aquel episodio. Empezaba así: «Si muero en el desorden de un atraco, / si caigo abatido / y, con algo de descanso, las palabras / dejan de burbujear en mis labios…». Recuerdo que era un lunes casi a mediodía. Un señor con una gorra roja y unas gafas de sol entró en la sucursal con una pistola de pequeño calibre e hirió de gravedad a un joven. En una cafetería muy cercana, yo leía una de las muchas novelas de Philip Roth protagonizadas por Nathan Zuckerman. La única novela de Roth que he sacado de la biblioteca -y no compré-, dicho sea de paso. No se escucharon los disparos pero sí la histeria de la gente y, pocos minutos después, diez o doce coches de policía. Yo me salvé. Tengo la certeza de que pude morir por el consumo imprudente de setas venenosas. Lo leí en el periódico local. Cinco personas habían sido ingresadas en el hospital provincial en estado crítico por la ingesta de una de las peores setas que te puedes encontrar en el monte. Una de tamaño mediano que tienen motas brillantes y húmedas por toda la piel. Eché cuentas: la mañana de domingo que ellos estuvieron buscando setas, yo la pasé en casa leyendo y haciendo anotaciones para impartir un taller de escritura creativa un par de días después. Una vez más volví a salvarme.

Y así podría inventariar unos cuantos casos más no muy distintos a éstos. Sé que la literatura me ha salvado la vida y que la deuda contraída es impagable y en constante progresión. Por eso, cuando recibí la noticia de que «A pie de página» abriría de par en par las hojas de sus ventanas, supe que la literatura volvía a hacer de las suyas y que no tardaría en salvarme la vida. Sentí alegría, cómo no. Y alivio, para qué negarlo. Sé qué en este espacio me voy a poder sentir a salvo.

Por Juanma Gil