Ana gaviera

Marta Rodríguez
10:30 • 01 abr. 2014

Éste es el post que nunca me hubiera gustado escribir. Ayer nos dejó Ana Santos. O Ana gaviera, como muchos la llamábamos, ya que era totalmente indisoluble de su editorial, El Gaviero Ediciones, a la que, por cierto, dediqué la primera entrada de A pie de página.


Ana fue una de las primeras personas en saber de este blog. Escuchó las ideas que tenía para él y, con el entusiasmo que la caracterizaba, amplió mis horizontes. Juntas bromeamos sobre lo mucho que estaba tardando Juanma Gil en entregarme el artículo con el que 'apadrinaba' el proyecto. "A mí me pasó lo mismo con un texto que ha escrito para un libro sobre series que estamos preparando", dijo sonriendo. Siempre sonriendo.


No se me ocurre mejor homenaje que reproducir aquí el artículo de opinión que hoy publico en la edición papel de LA VOZ. Sé que hay muchas personas que la conocieron mejor y que podrían haber escrito textos maravillosos sobre ella. Y los escribirán. Lo que pasa es que todo el mundo está demasiado triste y yo ayer traté de combatir ese sentimiento con unas palabras que, aunque no estén a su altura, que es mucha, den un poco de calor a estos días tan grises.



Un ser puro y luminoso


Ana y su familia se enamoraron de la luz y el mar de Almería y de ese flechazo surgió su universo de gavias y salitre. De la nada construyeron barcos en los que navegar a contracorriente, a pesar de estar hechos con papel. Un papel resistente, eso sí, y doblado con todo el mimo.



Ana Santos y Pedro J. Miguel eran los editores a los que cualquier periodista especializada en cultura y amante de los libros -y cualquier escritor y cualquier lector y cualquier persona- desea encontrarse en un nuevo destino. Representaban la juventud y el talento. Un amor infinito hacia las letras y una forma artesanal de llevar a cabo su trabajo como si cada obra fuese un objeto único porque, para ellos, de hecho lo era. Creo que habían logrado absorber toda la luz y el mar de Almería y lo habían proyectado en su interior y en lo que hacían.


Confieso que la primera vez que tuve en mis manos la revista ‘Salamandria’ -en aquel momento llegaba a su último número y era un círculo con lunares violetas-, pensé que encarnaban a la perfección eso de que los sueños se cumplen y uno puede hacer lo que quiera en la vida. Entonces yo estaba recién llegada a LA VOZ y todavía no tenía la suerte de poder escribir sobre una de las editoriales más especiales de Almería y, desde luego, la que hacía con las letras las cosas más bonitas que había visto en mi vida.



Al principio un poco cohibida por su timidez -y la mía-, fui acercándome a Ana y a El Gaviero con la fascinación de comprobar que su barco -la sede de la editorial- encerraba una mezcla perfecta entre el azul del Mediterráneo y los destellos del cielo que en él se reflejaban. No le pregunté si su negocio era rentable o pura afición. El marco era demasiado poético como para romperlo en mil pedazos con esa nimiedad. Sólo diré que con gran generosidad y sin esperar nada a cambio, me hizo llegar un ejemplar de cada novedad literaria aunque yo no siempre supiese concederles el espacio que merecían quizá por no encajar entre los temas prioritarios para un periódico de Almería. ¿Cómo hablar de esto a quien entiende que la poesía es un lenguaje universal?


Tras esa entrevista, pasaron los años y fuimos intercambiando correos electrónicos y llamadas. Compartiendo presentaciones, ruedas de prensa, ferias y días del libro y la poesía y algún encuentro fortuito. Y una buena mañana de hace sólo unos meses decidimos tomar un café a propósito de la última joya de su editorial. Ese café en el que hablamos de todo y de nada me volvió a reafirmar en aquella primera creencia, la de que esta marinera en tierra que nació en Guadalajara y vino a Almería a buscar el mar era un ser puro y luminoso.


Muchas veces imaginaba cómo debía ser el día a día de ese hogar en el que Luna Miguel -la hija de Ana y Pedro- no hacía más que redondear la vida idílica que yo les atribuía. Nunca se lo dije, pero no se me ocurre un lugar mejor para crecer. Esa luz y ese mar absorbidos que se proyectan también en la niña amada. Hoy una prometedora joven escritora a la que aguarda la misión de trabajar -junto a su padre y seres queridos- para que ese legado conserve la mezcla perfecta entre el azul del Mediterráneo y los destellos del cielo que en él se reflejan.


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