Antes de que el Festival Internacional 'Almería en Corto' nos haga olvidarnos del resto de iniciativas culturales que tienen lugar en la provincia, quiero hacer un pequeño balance de la Feria del Libro. La alegría por el hecho de que se haya vuelto a celebrar después de dos años en blanco no nos debe hacer perder la perspectiva respecto a cómo fueron en realidad esos días.
Empecemos con lo positivo. La Feria del Libro de este año me ha permitido conocer a nuevos autores y reencontrarme con otros a los que aprecio y deseo lo mejor. Ha hecho posible que escriba mucho sobre lo que más me gusta, participe en un programa de radio sobre lo que más me gusta y entreviste al gran José María Merino. Ha propiciado que intercambie opiniones con los libreros, sea jurado de un concurso de microrrelatos y compre algún título que tenía fichado hace tiempo. Y me ha brindado la oportunidad de descubrir con amigos (ellos saben quiénes son) las maravillosas vistas del 'terrao' del Centro de Interpretación Patrimonial.
Vamos a lo negativo. La Feria del Libro de este año me ha reafirmado en la idea de que la Plaza Vieja no me parece el lugar ideal para su celebración. Me ha hecho recordar con nostalgia aquel Festival del Libro y la Lectura, Lilec, que llenaba de vida la Rambla y mostraba la literatura como un arte nuevo de caras jóvenes en el que lo mejor estaba siempre por llegar. Ha conseguido que me dé cuenta de que hay pequeñas cosas que prácticamente no cuestan dinero y que, de cuidarse, el conjunto puede resultar mucho mejor. Me refiero a mayor iluminación en ciertos puntos, megafonía que anuncie el inicio de actividades y detalles de este tipo (esto no es que lo diga yo, es que lo dicen desde los expositores). Y lo más grave, ha logrado que tome conciencia de lo mal que lo está pasando el gremio de los libreros y de que habrá que tenderle una mano si no queremos que desaparezca.
Como soy una optimista empedernida, me despido compartiendo con vosotros la experiencia más gratificante que me llevo de esta Feria del Libro, la entrevista al maestro del cuento, ensayista, novelista y académico de la RAE José María Merino, que pronunció la conferencia inaugural de esta fiesta de las letras. En sus respuestas señala algunos de los males que sufre la literatura e indica el camino para acabar con ellos. Por cierto, es un enamorado de Almería, tierra a la que viene a bucear y a perderse con su familia desde hace veinte años. Galardonado con el Premio de la Crítica en 1986 por su novela La orilla oscura y el Nacional de Narrativa en 2013 por El río del Edén, su último libro es La trama oculta (Páginas de Espuma, 2014).
Ha dicho que La trama oculta es un arca de Noé de todas las modalidades de cuento que le han interesado a lo largo de su trayectoria. Hay cuentos que van de lo realista a lo fantástico y futurista y también minicuentos. Como maestro del cuento, o cuentista, ¿por qué piensa que tradicionalmente el cuento se ha considerado un género literario menor?
No lo puedo entender. Yo creo que por pura desinformación y por pura falta de formación. Los españoles no somos conscientes de que fuimos casi los primeros en Europa que empezamos a tener cuentos con Calila e Dimna en el siglo XIII, y que luego hemos tenido siempre unos cuentos de altísimo copete, empezando por Miguel de Cervantes y sus Novelas ejemplares. Ha sido una de nuestras artes literarias, pero ha habido un olvido, yo creo que por falta de formación tal vez en el sistema educativo o por falta de respeto en las familias. Sin embargo yo, que practico la novela y practico el cuento, no tengo ninguna sensación de cultivar un género menor cuando escribo cuentos. Todo lo contrario. El cuento es complicado.
Otra cuestión es que casi siempre se relaciona el cuento con la literatura infantil, cuando en realidad los adultos estamos muy necesitados de cuentos.
Eso ha sido un problema de nuestra terminología. Antes de mi generación, que empieza casi en la democracia, efectivamente había tendencia a titular como relato el cuento literario para no confundirlo. Pero mi generación volvió a llamarlo cuento yo creo que para que la gente sepa lo que es, un producto literario y no el acta de la reunión de vecinos. Es algo que tiene que llevar en sí tanta narratividad como la novela. Por eso recuperamos la palabra. Pero ciertamente en nuestra idioma hay una confusión entre el cuento infantil, el popular y el literario. Al decir cuento, uno no sabe muy bien lo que reciben los oyentes.
A lo largo de su carrera ha practicado todos los géneros literarios. Ha hecho poesía, ensayo, novela, novela corta, novela juvenil y novela infantil, incluso memorias. ¿Qué satisfacciones le aporta cada uno?
Cuando era joven empecé escribiendo poesía, pero luego la poesía me abandonó. Me dejó bien preparado valorando las palabras y me dijo: "No quiero saber más de ti, Merino". Entonces me pasé a la novela y la fui alternando con el cuento. Y tenía la idea de que un novelista no tenía que tener una teoría. Pasaron los años y he descubierto que todos acabamos teniendo una teoría del oficio, sea cual sea éste. Entonces empecé a trabajar el ensayo, a reflexionar sobre mis lecturas, a hablar de literatura. El ensayo lo encontré después de muchos años de cultivar el cuento y la novela. Y hace relativamente poco (aunque ya a mi edad todo hace mucho), descubrí el microrrelato o minicuento. Si te dedicas a algo intensamente, de ahí van a resultar otros elementos. Otras miradas que a lo mejor al inicio no esperabas.
¿Y cómo detecta qué género desea cultivar en cada momento?
Antes de escribir novela, escribí cuentos que permanecen inéditos porque era muy joven y nunca los he editado. Después de la poesía, escribí una novela y entonces empezaron a venirme ideas de cuentos. Y luego he descubierto que me viene muy bien alternar los géneros porque la novela es muy obsesiva. Acabo una novela y no me la consigo quitar de la cabeza y un día dije: "Voy a intentar pensar en otra cosa". Y se me ocurrieron una serie de cuentos. Por ejemplo los de El reino secreto, que localicé en León, la tierra donde me crié. A partir de ahí, he ido alternando novela y cuento. Es como salir de un amor y enamorarse otra vez. Y nada, estoy muy bien adaptado a esa doble relación.
¿Qué tiene de autobiográfica La trama oculta?
Hay una parte autobiográfica que son las pequeñas entradas que he dedicado a cada cuento para unificar el conjunto. El lector puede pasar de un cuento amoroso a otro de Navidad o de terror. Hay una voz unificadora. Lo que pasa es que muchos cuentos de la primera parte tienen que ver con experiencias borrosas de mi infancia y de mi adolescencia. Recuerdo cosas y personajes que me sirven como peldaños para ir subiendo en el proyecto. Sí hay una parte autobiográfica, cuando buceo por primera vez o voy a un pueblo remoto y ayudo a alguien en un parto, pero son cuentos, no memorias.
Me gustaría conocer su opinión sobre el panorama literario actual en el que abundan las obras de autoedición, se piratea mucho de lo que se publica en formato digital y sólo unos pocos autores siguen vendiendo muchos libros. ¿Cómo ve esta situación y el futuro?
Estamos atravesando una crisis. Espero que salgamos de ella, pero podíamos ir pensando en el futuro y ese pasa por la educación y la colaboración de las familias. Las familias españolas no inician para nada a los niños en la ficción, ya no les cuentan cuentos, sólo les ponen el televisor. Hay estudios que demuestran que los niños pasan más horas frente al televisor y jugando con maquinitas que en la escuela. Es tremendo. El 40% de los niños tienen televisor en su habitación. Es decir, hay un abandono familiar que es terrible. Ya nadie cuenta Caperucita Roja a los niños. Hay que leerles El señor de los anillos. En fin, lo que ha sido toda la vida la iniciación a la ficción. Eso no corresponde a la escuela, eso corresponde a la familia.
Además, en el sistema educativo público, que está sufriendo todo este proceso de recortes, la Lengua y la Literatura unidas están perjudicando a la Literatura. El profesor tiene que ocuparse de la Lengua porque los chicos están perdiendo léxico, están empobreciendo su lenguaje de una manera acelerada. La ficción es importantísima no ya como cultura, sino como comprensión del mundo. A través de la ficción, acabamos comprendiendo el mundo. Y si perdemos eso, yo no sé qué puede ser de nosotros. Lo digo sinceramente.
Por otra parte tiene que haber una consideración especial con las bibliotecas, que están muy abandonadas. Y las librerías deben modificar su concepto. En Madrid empiezan a aparecer librerías en las que puedes tomar un café o una caña y se hacen presentaciones. Quizá deban perder su condición de tienda para convertirse en un núcleo más atractivo para los compradores de libros.
Existe una responsabilidad pública en todo esto. ¿Qué no hay dinero ahora? Pues cuando lo haya. Mientras tendríamos que haber reflexionado sobre el futuro del libro, de la lectura y de la formación literaria de los jóvenes.
Parece que al gran público sólo le interesa un determinado tipo de libros, los bestsellers como 50 sombras de Grey y las obras de Ken Follet, y sólo una minoría lee a los clásicos o una literatura de cierta calidad. ¿Hay un problema de conexión entre los autores y el público?
Creo que hay un problema de formación y hay una responsabilidad de las grandes editoriales. Yo, en este caso, estoy orgullosísimo de sacar mi libro con Páginas de espuma, la única editorial española en la historia que está acometiendo la publicación de las obras completas de Chéjov y acaba de sacar las novelas cortas de Balzac. Está haciendo un esfuerzo extraordinario.
Por la situación de crisis, lo que más se publica es lo que yo llamo literatura industrial, una literatura de usar y tirar. Los grandes editores piensan que esa es la salvación, pero a lo mejor es la gallina de los huevos de oro y la acabamos matando. En el siglo XIX, los bestsellers eran Dickens y Dostoievski. Vamos a compararlos. Por ese camino estamos acabando con el gusto literario.
Sin embargo, aunque España ha sido un país poco lector de cuentos, está habiendo una renovación de autores. Hay muchísimo autor joven interesante y pequeñas editoriales que están haciendo un esfuerzo para que el cuento siga vivo. Estamos en un momento contradictorio. Ahora, si predomina la literatura industrial, volveremos a las catacumbas.
¿Qué le parecen los sellos de autoedición?
En estos sellos los criterios para la selección de los libros no tienen nada que ver con lo estético ni con el mensaje. Predominan los gustos, la hamburguesa literaria, algo para un consumo rápido. Y eso, para mí, es un error. Las editoriales tienen que reflexionar porque los grandes escritores del siglo XIX eran bestsellers y ahora no. De acuerdo con que entonces había menos formación y más analfabetismo. Pero bueno, ahora que somos más cultos, ¿por qué leemos peor literatura? No lo puedo entender.
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