A. Orejudo: “Nos creemos muy modernos, pero nuestro pasado rural es de anteayer“

Marta Rodríguez
02:09 • 29 abr. 2017

Por ‘Los Cinco y yo’ (Tusquets), el último libro de Antonio Orejudo (Madrid, 1963), el lector se desliza rápido y con una sonrisa, pero en el fondo de cuanto dice, con luminosidad y su inconfundible sentido del humor, hay latente cierto poso de amargura. Un tono que encaja con el quiero y no puedo en el que, a su juicio, se ha quedado su generación. Esa que empezó a soñar con la saga literaria de Enid Blyton.



Es uno de los escritores más inclasificables y brillantes de su generación y hoy sábado 29 de abril, a las 13 horas, trae su último libro a la Plaza de la Catedral, en la Feria del Libro de Almería, donde es profesor titular de la Universidad.



‘Los Cinco y yo’ discurre entre dos generaciones: la del ‘baby boom’, nacida en los 60, y la de los protagonistas de ‘Los Cinco’, cuya realidad no tiene nada que ver con lo que se vivía en aquella España. ¿A qué atribuye el éxito de la saga?



En los 70, cuando la generación del ‘baby boom’ descubrimos la saga, apenas había literatura infantil. Teníamos a los clásicos de siempre -Salgari, Julio Verne- y poco más. Y estaban estos libros que empezaban a ser muy populares, todas las casas tenían varios. Al contrario de lo que pasaba con los piratas y con Sandokán -que uno podía imaginar pero no proyectar su deseo de ser ellos-, en estas novelas protagonizadas por niños la posibilidad de ser ellos era más probable.



¿Cómo son ‘Los Cinco’ releídos hoy?



La traducción es espeluznante y te das cuenta de muchos aspectos que yo de niño ni siquiera advertí. La característica más llamativa es que Enid Blyton era una autora muy sexista, también es cierto que escribió estos libros en los años 40, de modo que es relativamente normal. Había unos roles muy marcados de qué era lo femenino y qué era lo masculino.



Es también muy llamativa una especie de corriente oscura de sexualidad reprimida que se ve en cosas muy concretas: hay un personaje, Jorgina, que quiere ser chico y pide que la llamen Jorge, el nombre de ciertos lugares, la mirada entre los primos. Es como si hubiera una pulsión sexual reprimida que sale en algún episodio. Y efectivamente, Blyton era una mujer muy atormentada en algunos aspectos. Dicen incluso que era una lesbiana reprimida. Estamos hablando de un momento en que en Reino Unido estas cosas estaban censuradas.



La lectura de hoy es muy diferente. Uno es más consciente de las implicaciones ideo­lógicas que tienen estos libros. Al terminar de leerlos de adulto, piensas: ‘En menudas manos estábamos’.


El narrador es Toni, con el que al margen del nombre y del apellido -que empieza por O-, comparte generación en un guiño autobiográfico que ya podía intuirse en su título anterior, ‘Un momento de descanso’. ¿Qué hay de usted en este narrador?

A los escritores nos pasa una cosa últimamente y es que estamos escribiendo ficción, ficción pura, y nosotros mismos no nos la creemos mucho y tenemos miedo de que el lector tampoco se la crea. Hay como un descrédito de la ficción en los libros, porque luego la ficción conoce un auge desconocido en lo audiovisual. Nunca ha habido tantas series de ficción. Sin embargo, cuando uno coge un libro y ve que todo lo que sucede se lo ha inventado el autor, siente como una especie de descreimiento. Como los escritores percibimos eso, recurrimos a trucos que no son nada más que eso, trucos ópticos, para que el libro tenga cierto espesor real que no tendría de otra forma.


¿Cuáles son estos trucos? Llamar al personaje con nuestro propio nombre, hacerlo semejante al autor, situarlo en lugares conocidos. De esta manera, no parece todo invención, sino que parece que hay detrás cierta realidad. Otra cosa es que sea así, yo digo que es un efecto óptico.


La historia que cuenta Toni no deja de ser la de ‘After five’, ese supuesto bestseller de un supuesto autor llamado Rafael Reig, como el escritor real. Guiños autobiográficos, juego entre realidad y ficción, ¿qué es lo que desea imprimir al libro jugando al despiste?

No es tanto jugar al despiste como darle ese espesor real, que el lector tenga la sensación de que no me estoy inventando nada. Y algunas veces lo consigo porque muchos lectores piensan que ese personaje soy yo y mis amigos me reconocen en ciertas cosas. No son más que trucos para que el lector no lo lea de un modo descreído, sino para que sienta que está leyendo algo íntimo del autor.


En este libro y en la promoción ha dicho que su generación fue de chichinabo, que no pintó nada en la Transición y llegó tarde al 15M. ¿Es este retrato una forma de ponerla en su sitio o de rendir cuentas?

Sí, ya tengo esa edad en la que uno mira para atrás. He cumplido los 50 y los he sobrepasado con creces. No sé si todo el mundo a esta edad tiene la sensación de hacer un poco de balance, yo sí.


Mi generación fue tan numerosa que cuando éramos niños todos pensaban que éramos el futuro. Según me iba haciendo mayor, veía que habíamos pintado muy poco en la construcción de España y este libro verbaliza eso: la situación de un grupo de personas que nacen alrededor de los 60 y se encuentran con que cuando tienen posibilidades de trabajar y buscar un sustento, ya está todo cogido. Porque la generación anterior, la que ha hecho la Transición, ha ocupado casi todos los puestos de responsabilidad. Y hemos estado ahí esperando a que llegara el turno. En mi caso, me encontré la universidad llena y me tuve que marchar al extranjero, a Estados Unidos. Había pocas posibilidades de trabajar.


Y luego hemos sido un poco mansos, no hemos plantado cara a los mayores, hemos ido esperando a que se jubilaran y, mientras, hemos visto cómo nos adelantaba la generación que ahora tiene 30 y 40 años, que se ha puesto las pilas y ha dado un puñetazo en la mesa. Ha sido capaz de plantarse con las tiendas en las plazas y gritar ‘Sí, se puede’. Nosotros fuimos a rastras con los últimos coletazos de la Transición y luego nos hemos apoltronado. No hemos sido muy valientes en casi nada.


Un poco duro, ¿no?

No sé, a mí me molestan mucho los cantos generacionales en los que uno piensa que es el centro del universo. Huyendo de eso, igual me he pasado. Pero creo que no. Nos metieron en la cabeza que teníamos que ser muy individualistas porque éramos muchos y no hemos sido capaces de unirnos, de asociarnos. En el ámbito literario, los que eran mayores celebraban tertulias. Nosotros hemos hecho la guerra cada uno por su cuenta, somos francotiradores.


Si la generación del ‘baby boom’ sale mal parada del libro -igual que los protagonistas de la saga-, la de sus padres lo contrario. Asistimos a su llegada a la gran ciudad fruto del éxodo rural. ¿Cómo era ese Madrid?

Me apetecía decir de dónde venimos. Y lo que yo recuerdo de mi propia vida que aquí está más o menos literaturizado es un Madrid en pleno desarrollo, una especie de pueblo que estaba creciendo al que iban jóvenes de aldeas remotas a buscarse la vida y reproducían las costumbres del pueblo. Intentaban adaptarse a la vida en la gran ciudad, pero no podían evitar, en el caso de las madres, sentarse en las sillas de tijera a hacer punto y darnos la merienda en descampados, que fueron muy importantes en mi infancia. Siempre he jugado en descampados. Nos creemos demasiado modernos, pero nuestro pasado rural es de anteayer.


Aunque el tono humorístico es evidente, recorre el libro cierta sensación de fracaso. ¿Es cosa de su generación o se siente cómodo ahí?

El libro tiene cierto toque de amargura, pero cuando se habla de estas cosas agridulces, yo creo que el tono adecuado es el humor, no ponerse trágico, ni tomarse demasiado en serio. Esa mezcla me gusta como lector y la he buscado para el libro. Me parecía que Toni, el representante de esta generación, debía tener estas características: cierta inactividad y el hecho de no haber llegado a casi nada, de haber renunciado a su vocación. Pertenezco a esa generación, pero Toni ha claudicado más que yo.


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