Las palabras lo son todo. Todo en la vida. No sólo porque somos lo que decimos, sino porque nos permiten comunicarnos: expresar lo mucho que queremos a una persona y poner límites a otra. Las palabras acaban con guerras. Transmiten conocimiento. Son información y poder. Juego y seducción. Nos debemos a las palabras, no podemos vivir sin ellas.
En De estraperlo a postureo. Cada generación tiene sus palabras, la periodista Mar Abad (Almería, 1972) registra 1.900 términos que definen, desde un punto de vista sociológico, a las cinco generaciones que siguen vivas hoy en España. Las definen y tienen una historia que contar porque “las palabras tienen muchas historias alrededor, vas tirando del hilo y una historia te lleva a otra”. Hasta que aprendes a ver la historia, la historia con mayúscula, a través del lenguaje, como le ha sucedido a ella.
“Sociedad y lenguaje evolucionan de la mano. A través del lenguaje, puedes ver cómo evoluciona la moral de una época. Las palabras nos dicen cómo somos y cómo nos relacionamos. Porque no es lo mismo decir ‘¿Qué pasa, tronca?’ que ‘Discúlpeme, ¿cómo está usted?”, explica a LA VOZ la cofundadora de Yorokobu.
El primer desafío al que se enfrentó la autora al aceptar este encargo de Larousse, que acaba de ver la luz en su sello Vox, fue al hecho de que no existía documentación sobre el lenguaje de las generaciones. Asumido el reto de empezar de cero, investigó teorías sociológicas sobre el modelo de estos grupos de edad. Así llegó a la de los historiadores estadounidenses William Strauss y Neil Howe, que acuñaron el término millenial.
Al extrapolar esa teoría a España, Abad estableció cinco categorías: la Generación silenciosa, que alude a los jóvenes de los años 40 y 50 que hablaban del sereno y del paralís, “los abuelísimos de ahora”; los Baby boomers, que alcanzaron la mayoría de edad en los 60-70 con sus guateques en pleno destape y hoy ejercen de abuelos-padres; la Generación X, que vivió su época de mayor esplendor en los 80 y los 90 pasándolo guay del Paraguay y bailando bakalao; los milenials, la juventud del 2000 y 2010, mileuristas que se hacen selfies y practican el poliamor, y la Generación Z, a partir del 2010, los que están creciendo ahora entre youtubers.
Una de las hipótesis que plantea el libro, en un tono divulgativo, es que existen palabras fascinantes que han caído en desuso y que estaría bien recuperar porque amplían el vocabulario y aportan muchísima riqueza. “Usar una palabra antigua no es de viejuno ni de desactualizado, es de culto, de jugador del lenguaje, es ampliar la mirada. No tiene sentido que yo diga un casete porque no lo utilizamos ya pero, por ejemplo, lechuguino o pisaverde, que viene a decir presumido, es divertido y sonoro, nos permite jugar”, apunta.
Y añade: “Hay palabras como aviador que, aunque no la menciono en el libro porque es anterior, me hace preguntarme en qué momento hemos decidido llamar al tipo o tipa que lleva el avión piloto, con lo bonita que es. Me da igual que no esté de moda, la moda es una cárcel, limita. Ese engaño social de usar las últimas palabras para ser cool es una cipotada. Lo único que haces es seguir un modelo para parecer más chachi, pero limitas tu libertad, tu creatividad. Si aprendemos palabras de otra época y otros grupos sociales, introducimos amplitud de miras. Además estás jugando, que es lo mejor en la vida”.
¿Quién es más moderno: un padre que usa conceptos como zasca y poliamor o un joven que habla del sereno? “Un joven que habla del sereno”, sentencia entre risas. “Es mucho más atrevido, más innovador. Un joven que le dice a su amigo ‘Eres un pisaverde’ en lugar de ‘Eres un cabronazo’ va a sorprender, de entrada porque su interlocutor no sabe lo que dice”, subraya.
A pesar de hablar idiomas distintos, es posible la comunicación entre, por ejemplo, los Baby boomers y la Generación Z porque “hay algo incluso más poderoso que el lenguaje y es el amor, el amor entre unos abuelos y sus nietos les permiten comunicarse en lo básico” aunque “los niños tengan códigos que una persona de 70 no puede entender”.
“Mi intención era recuperar las palabras y, sobre todo, entender a otras generaciones a través de éstas. Hay una palabra, solterona, que era despectiva, pero ahora entre los milenials se habla de single, y ser single es una mujer empoderada, sexy, atractiva. Esa palabra nos está diciendo la diferencia de moral entre dos épocas; si una abuelísima tuya te llama solterona, no nos tenemos que enfadar porque a ellos los educaron con unas palabras con otras connotaciones”.
De usar y tirar
Con las nuevas tecnologías, las palabras tienen una vida más corta. “Antes necesitaban tiempo para asentarse: el boca a boca, los medios; pero ahora internet y las redes las popularizan y las hacen universales en poco tiempo. Lo vemos con los memes, su caducidad cada vez es mayor. El ola ke ase duró meses, el Harlem shake ni una semana. Hay unos picos brutales de popularidad inmediata y luego nos aburrimos. No sé cómo será en un futuro, lo ideal es que los medios tecnológicos nos sirvan para ampliar y no nos limiten”, indica Mar Abad que presentó su libro ayer en Picasso, junto al director de Canal Sur en Almería, Antonio Torres.
El cine, la música, la tecnología y el humor han contribuido a la aparición de infinidad de términos. Es el caso de rebeca, que debe su nombre a la película de Hitchcock. “Antes se decía cardigan, pero se quedaron tan enamorados de la protagonista que asociaron el título del filme a la prenda que vestía. Y da igual lo que diga la RAE, el lenguaje evoluciona por lo que quiere la gente y eso es precioso porque no en todo tenemos ese poder. Eso que dice un flamenco de ‘En mi hambre mando yo’, pues en mi lengua mando yo y digo lo que me da la gana como me da la gana”.
Las generaciones y sus palabras
1. Generación silenciosa, los jóvenes de 1940-1950
Descocarse alude a la moral de la época, que se medía con la vara de la decencia sobre todo para la mujer que, como dice Mar Abad, no podía “enseñar chicha ni mostrar actitud de independencia, rebeldía o coqueteo”. “Eso estaba feísimo, eso era descocarse”.
2. Baby boomers, los jóvenes de 1960-1970
El cheli es una jerga nacida “entre papelinas de heroína, barrotes carcelarios, pandillas callejeras, voces del Madrid castizo y el caló”. “A los jóvenes de la movida les gustaron estas palabras y las convirtieron en su argot”, cuenta la autora. Se trataba, según Francisco Umbral, de “una rebelión léxica”.
3. Generación X, los jóvenes de 1980-1990
Nasti de plasti expresa un no rotundo. Nasti procede del habla gitana y la coletilla “pudo surgir para crear la rima”. Porque “una especie de poesía de asfalto se apoderó del lenguaje juvenil ochentero”, apunta Abad. Okey, Makey y En fin, Serafín son otros ejemplos.
4. Los milenials, los jóvenes de 2000-2010
Nini se refiere, en un sentido despectivo, a los jóvenes de la década del 2000 que ni estudiaban ni trabajaban, sino que vivían de sus padres. Más tarde surgieron los nininis (ni estudian ni trabajan ni lo intentan) y la Generación sí-sí (que hacía las dos cosas).
5. Generación Z, a partir de 2010
Según De estraperlo a postureo, es pronto para reconocer un lenguaje propio de la primera generación nativa digital. Sí está claro que será el espejo de internet y de los youtubers con un repertorio de groserías como Mother fucker que usará con naturalidad.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/298/a-pie-de-pagina/199530/mar-abad-usar-palabras-antiguas-no-es-de-viejuno-es-de-jugador-del-lenguaje