Lo han conseguido: una veintena de vecinos de Los Castaños, una pedanía de la alfarera Sorbas, ha conseguido parar, quién sabe si frenar del todo, los planes del Ministerio de Fomento para derribar la casilla de peones camineros de la población, que tiene un significado sentimental para estos habitantes que viven en ese entorno rural.
La demolición estaba planeada para ayer a primera hora de la mañana. De hecho, dos coches de la Unidad Provincial de Carreteras anduvieron por el entorno, pero no debieron recibir la orden oportuna puesto que no iniciaron ninguna acción.
Mientras tanto un grupo de vecinos, desde las 7.00 de la mañana, con el vigor de quien defiende algo que es muy suyo, se habían apostado con sus sillas de verano frente a la casilla donde vivió el peón caminero Francisco García y sus siete hijos, bajo la sombra de un pino carismático.
No había vino, ni bailes, pero sí mucha ilusión entre esos hombres y mujeres sorbeños por haber ganado una batalla, no se sabe aún si la contienda, mientras eran requeridos por un equipo de Andalucía Directo de Canal Sur.
No pudo haber más gente del pueblo, asegura uno de estos vecinos, Andrés Pérez, “porque la gente estaba trabajando al ser lunes, pero los camiones del yeso se solidarizaron con la vieja caseta haciendo sonar simbólicamente su claxon. Uno de estos camioneros, Manolo, manifestó que había hablado con el de Jefe de la Unidad de Carreteras, Juan de Oña, “quien me ha transmitido que el pino, por el momento no se toca”.
Los vecinos, en este intento de mantener su pino y su caseta, como una seña de identidad de su aldea gala, han recogido unas 300 firmas que, parece, han hecho mella en la sensibilidad de los dirigentes. De la misma opinión es Marisol García de las Bayonas, quien ha señalado que el alcalde, José Fernández Amador, parece haber transmitido su disposición para asumir el arreglo de la caseta y convertirlo en un museo rural de la localidad o un centro de reunión para los vecinos
No hay nada claro, en definitiva, pero por el momento se ha logrado parar la dentellada de la máquina de derribo que parecía inminente.
Otras casetas de peones de camineros, en Turre, en la carreteras de Antas a Los Gallardos aún sobreviven, aunque otra que había junto al Barranco del Lobo, también en Sorbas, desapareció. “Es parte de nuestra vida, de nuestros recuerdos, allí me crié y bajo la sombra de ese pino crecí”, explica Marisol, una sorbeña que emigró a Brasil con su familia y vuelve cada verano a su tierra natal. Los vecinos aseguran no entender por qué quieren acabar también con el pino centenario “que no hace mal a nadie”.
En la casilla vivió la familia de Francisco García, el peón caminero que estaba al cuidado de la conservación de esa vía caracterizada por sus intrincadas curvas y árboles pintados con una banda blanca para propiciar visibilidad a los conductores nocturnos.
La casa tenía dos saloncitos, cocina, despensa, dormitorios, baños y un florido patio interior. La casa está deshabitada desde hace unos 15 años, aunque aún se mantiene en un discreto estado exterior.
Pedro Gallardo es otro de los vecinos contrarios a su derribo “ya que tres generaciones de la familia García Mañas nos hemos criado allí y siempre estará en nuestro recuerdo”.
La intención del Ministerio de Fomento, titular de la carretera, es arreglar la carretera para evitar derrumbamientos y ya había colocado un cartel triangular de obras.
Los peones camineros, con bandolera y pico, eran los encargados desde 1759 de cuidar a pie de camino el estado de los senderos. Había uno por legua (5,5 kilómetros). Con el tiempo, como a los maestros y otros funcionarios, se les dio vivienda para sus familias.
En Almería quedan cinco o seis de estas casetas, del más de medio centenar que llegó a haber. En Jaén han sido algunas rehabilitadas y reconvertidas en centros sociales y culturales.
Una ‘aldea gala’ que lucha por sus señas de identidad
Uno de los retos de los dirigentes de esta Europa contemporánea, de este viejo continente estabulado en grandes ciudades, en enormes urbes de neón y adoquines, es equilibrar la tendencia a emigrar a los centros neurálgicos de la población rural, algo que viene pasando desde hace más de cinco décadas. Algo que, en Almería, ha provocado un éxodo masivo del interior a la costa. Comprueben lo que era Enix y Roquetas hace cien años y lo que son ahora, por ejemplo. En un bloque del Zapillo viven más almerienses que en toda Bayarcal. A los pequeños pueblos, a la pedanías, es necesario que no les quiten sus señas de identidad, porque si no, estarán muertos, se quedarán sin referentes, sin hitos con los que defender su memoria.
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