Hubo un tiempo en el que llovieron bloques de hielo del cielo de Almería. Hace diecisiete años, cuando corría el mes de enero de 2000, vecinos de diferentes pueblos comenzaron a encontrarse con pequeños objetos (aunque en algunos casos llegaron al kilo y medio) congelados que parecían caídos del cielo.
Se trataba de un fenómeno aparentemente inexplicable que llegaba con los primeros ecos del cambio climático y con la entrada a un nuevo milenio. Por aquel entonces, los españoles intentaban memorizar el valor del euro en relación con la peseta. No sería el único quebradero de cabeza aquel mes de enero de 2000 para algunos almerienses. El cielo comenzaba a escupir bloques de hielo en pueblos como Suflí, Bédar, la capital almeriense, San Isidro y Zurgena.
Almería formaba parte ya del ‘boom’ del aerolito. Antes se había alertado de su presencia en diferentes puntos de España convirtiéndose en un fenómeno de plena actualidad. Por entonces no se hablaba de otra cosa en la barra del bar, lo más parecido a ‘whatsapp’ en aquel entonces. El primer encontronazo con este fenómeno lo sufrió una vecina de Suflí. Un supuesto aerolito hirió en el hombro a Juana, que regentaba el estanco de la localidad aquel 20 de enero de 2000.
Testigo
“Como ahora se habla tanto de los aerolitos, no se puede descartar que venga del cielo. Desde luego, en las inmediaciones no había nadie”, aseguró a este periódico el día siguiente. Otra vecina corroboraba lo sucedido y añadía un curioso detalle sobre el trozo de hielo. “Era hielo muy oscuro y tenía un fuerte olor a pescado”. Nadie encontró extraño que un bloque de hielo supuestamente caído del espacio pudiera desprender el aroma de una sardina o de un boquerón.
Tras el caso de Juana llegaron otros cinco, uno de ellos sucedido en un pueblo cercano como es Zurgena. “Lo pusimos un rato en el mostrador y no desprendía agua alguna; luego lo probamos y estaba muy salado”, contaba una de las vecinas que se topó con el bloque. El aerolito zurgenero cambió el olor a pescado por el exceso de sal. No era de extrañar. Francisco Fernández (nombre ficticio a petición del entrevistado) fue el artífice, a modo de broma, del aerolito salado que ocupó artículos en prensa y que fue recogido y precintado nada menos que por la Guardia Civil. “Eché lo que pillé en una bolsa con agua, yeso... y lo metí al congelador”, recuerda ahora. Por supuesto, también le añadió un puñado bien generoso de “sal”. Francisco fue, como otros tantos, uno de los artífices de la caída de falsos aerolitos en Almería.
Autor confeso
Diecisiete años después cuenta que “estaba viendo las noticias con unos amigos y estaban con el tema de los aerolitos. A los dos o tres días estaba chispeando, me acordé del aerolito y lo saqué del congelador”. Lo que pasó después de que unas vecinas de Zurgena se toparan con el trozo de hielo fue todo un acontecimiento en el pueblo. “Llegó la Guardia Civil y me acojoné. Empezó a venir gente, decían que no se deshacía, lo probaban... La Guardia Civil se bajó del coche con una nevera y cogieron el aerolito con los guantes. Ya no dije ni pío. Temía que lo analizaran y dieran conmigo”.
Francisco se ha prestado a rememorar la broma con la que trasladó la incertidumbre sobre los aerolitos al pueblo de Zurgena pero el origen del hielo caído en los otros no era muy distinto. Incluido, como cabía esperar, el del aerolito con un “fuerte olor a pescado”. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) determinó que todos los aerolitos caídos en la provincia eran falsos. La ciencia puso fin de esta manera a un fenómeno que durante aquel mes de enero tuvo en vilo a buena parte de la provincia, ganándole el pulso, incluso, al que se presumía como el devastador ‘efecto 2000’.
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