Este título es el título de un libro que no he leído porque lo he oído de la propia boca de su autora, lo he visto en su mirada, el revuelo de sus manos ha pasado las páginas una tras otra. Ramona Cortés Cortés, gitana pura de la jiennense Mengíbar, se llegó a Vera a contar cómo la fuga de una hija que se marchó de su casa del brazo de una mentira le hizo perder la cabeza. Ramona deambuló el territorio del desvarío, pidió audiencia en la séptima planta del hospital de Jaén, esa planta… ya sabe usted, dejó de existir Ramona para consistir en un cuerpo preñado de fármacos.
A Ramona Cortés Cortés, el cabello negro de tan largo le cruza la cintura. Su melena es de toda la vida, se la acorta dos o tres dedos de cuatro en cuatro lunas. Esta madre gitana, de toda la vida quiso que sus dos hijas no se casaran muy jóvenes como lo hizo ella, que hay tiempo para todo, y, sin embargo, a una le entró la prisa del amor al cumplir los dieciséis. Ramona desoyó uno tras otro los comentarios, que la niña está en amores. Y la niña se escapó con un gitano de Linares. La engañó. A Ramona Cortés Cortés le entró el dolor de alma. Habría querido vestir a su hija de novia, que la boda no sería menos que una boda real, que, ya sabe usted, gastamos lo que tenemos, no miramos si al otro día de la boda no nos queda para comer, pero hacemos bodas por todo lo alto, bodas que duran tres o cuatro días.
No hubo pañuelo florido y sí mucha deshonra para la familia
Y no, no hubo boda por el rito gitano. Hubo tristeza, mucha; y vergüenza, mucha; y no hubo el pañuelo florido, mucha deshonra en una familia gitana. El tormento se hizo dueño de Ramona Cortés, el martirio diario de salir a la calle con el qué dirán, hasta que un día, no sabe cuál, perdió la noción del tiempo, y la memoria, y el sentido, y el sueño, y la incomprensión de la familia, total Ramona no estaba enferma, estaba encarcelada en su desesperada desesperación. La llevaron a un médico de Córdoba, esta mujer se muere de tristeza.
En las noches, Ramona se iba a la calle, mejor, vagaba por la calle sin saber adónde, ya sabe usted la cabeza perdida por la niña, y así durante tres años, tres largos años de coger el autobús con tal de ver a su hija, la niña, sin que la niña hiciese por verla a ella. Jesús, no sabe usted qué padecimiento. Cómo saberlo, Ramona Cortés.
Lloraba tanto cunado escrbía que las hojas se empapaban
Otro médico le propuso cambiar las salidas nocturnas por escritura, lo que fuera, lo primero que se le viniera a la cabeza. Ramona se puso a escribir con lápiz y, mire usted, lloraba tanto que a veces las hojas se empapaban y tenía que volver a escribir. Guardaba los papeles, se los daba al psiquiatra. El médico no daba crédito a que aquellas líneas fueran obra de Ramona, estaba hasta arriba de pastillas. Qué más daba, seguía escribiendo hasta el amanecer, las pastillas no le hacían ya efecto, no podía dormir de noche.
Ramona Cortés Cortés no encontraba la salida del pozo, un laberinto bullía en las sienes. A veces, la maraña descendía a los papeles, la lucidez ocupaba su hueco. Y así: de escribir la confusión a desenredar su ánimo, pasaron muchas noches, muchas hojas, muchas lágrimas y, a veces, un poquito de luz allá al fondo, allí donde está la vida.
De tanto papel, de tantas hojas escritas con nocturnidad, surgió el libro ‘Lágrimas de una madre gitana’, un libro, ya digo, que no he leído, que me lo ha contado, ya totalmente recuperada, Ramona Cortés Cortés en Vera a los pies de una escalera de mármol.
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