A falta de lluvias, buenos son roscos. Y de eso, al contrario que de lo primero, han caído a miles estos últimos días en varios pueblos de la provincia. Para quien nunca haya estado envuelto en una auténtica lluvia de roscos de pan como las que se dan cada año en Lubrín, Olula del Río, Armuña de Almanzora o Tíjola, es difícil imaginar lo que ocurre en las calles de estos pueblos cada vez que celebran San Sebastián el 20 de enero.
Vecinos y visitantes se mezclan en un recorrido por las calles de los pueblos mientras caen desde los balcones, sin cesar, miles de roscos. No hay tregua. Los roscos, de diferentes tamaños, no dejan de caer hasta tal punto que, quien no participe en su recogida o no esté lo suficientemente atento, puede llevarse a casa un inofensivo ‘roscazo’, si bien lo normal es ver a los asistentes cargados de roscos por todo el cuerpo e incluso almacenados en grandes bolsas con las que siguen una procesión marcada por los gritos de “¡aquí, aquí!” y los brazos levantados mirando hacia los balcones.
Asistencia masiva
Una de las últimas procesiones fue la que ayer se celebró en Olula del Río. En este municipio del Valle del Almanzora los vecinos han tenido una doble oportunidad para recoger estos roscos de pan debido a la devoción que se profesa por dos patrones. San Sebastián, cuya procesión tuvo lugar el sábado y San Ildefonso, celebrado en el día de ayer.
Los roscos tirados entre los dos días superan con creces la cifra de los 10.000. En la localidad olulense, además, la celebración ha sido doble. La noche previa de las procesiones tienen lugar las también tradicionales carretillas. El lanzamiento de miles de cartuchos rellenos de pólvora que, este año, se han desarrollado sin ningún incidente de gravedad que lamentar. Otro de los municipios que más visitantes atrae con la llegada de San Sebastián es el pueblo de Lubrín.
En este caso el recorrido del festejo, declarado de Interés Turístico de Andalucía, se aproxima a las dos horas de duración. Tiempo suficiente para que los aproximadamente 7.000 asistentes -según fuentes municipales- recogieran todos los roscos necesarios abarrotando las calles de un pueblo de aproximadamente 1.500 habitantes. Una tradición que se remonta varios siglos en el tiempo pero que sigue intacta en el fervor que despierta cada mes de enero.
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