Es como si la provincia entera hubiera estallado en una bacanal de apetito por salir por los campos de la provincia, a caminar por cerros y veredas, a flirtear con almendros en flor, a apreciar antiguos balates abandonados, a descubrir desvencijados malacates que dieron mucho hierro y mucho plomo en otro tiempo.
La moda del senderismo ha actuado como la guinda perfecta de la tarta del turismo de interior para dinamizar los fines de semana pueblos y comarcas solitarias de lunes a viernes: unas cervezas en la única tasca del pueblo, unas longanizas de la única tienda, unos dulces típicos de la panadería, una noche en una casa de alquiler, hace que, por lo menos, puedan seguir subsistiendo unas cuantas familias.
Toda esa gente que los fines de semana, tras dejar la oficina de la capital, se calza unas zapatillas, se encaloma una visera y se agarra a un bastón para unirse a uno de esos tantos grupos de caminantes rurales, contribuye a democratizar la geografía y la economía, a hacerla más pareja, para que no seamos solo animales de asfalto y moqueta.
Cada municipio almeriense que se precie tiene ya su club de senderismo que organiza excursiones casi todos los fines de semana. Y también los ayuntamientos como Níjar o El Ejido o Roquetas o Viator, por citar solo algunos, y la propia Diputación Provincial y entidades privadas como Paralelo 37 organizan sus propios senderos, de lo más variopintos, como en el caso de Los Almendros en Flor, con comida incluida, que proporciona también ingresos para los restaurantes de turno.
Es un fenómeno sociológico que va a más, que era testimonial hace una veintena de años y que va germinando cada vez más, apoyado en el pilar del mayor interés por practicar vida sana y saludable y también por el nuevo concepto de familias monoparentales, en las que abundan las separaciones de pareja y las vidas más independientes.
Lo mismo da subir al Almirez, que a la Tetica de Bacares, o que dejarse llevar por el alcalde de Velefique experto, como un Padre Mundina, en identificar las propiedades de todas las hierbas silvestres. Hay pueblos consolidados ya como referentes del senderismo y del turismo rural, como Fondón, como Laujar, como Lucainena, que no paran de inventar fiestas y tradiciones para atraer a esas masas de urbanitas deseosas de que llegue el sábado para ponerse el chándal y lanzarse a pisar verde.
Supone una trashumancia a la inversa -de la ciudad al campo- que va rociando una fina lluvia de ingresos a las economías rurales y para la que ya hay una sana competencia entre pueblos vecinos.
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