Tan fugaz como un soplo, tan contundente como una lápida. La frase escrita en una pancarta pasó por delante de la cámara de cualquiera sabe cuál televisión durante una de las múltiples manifestaciones del pasado día 8. Me dio tiempo a memorizarla: “No puedo ser la mujer de tu vida, porque ya lo soy de la mía”. Me sacudió poderosamente. Por un instante permanecí lejano a las justas reivindicaciones -igualdad, machismo, patriarcado y así de seguido- de los centenares de miles de mujeres que salieron a la calle el pasado jueves enlazado de mujer. Puede que no te entienda o no me entiendas tú a mí, incluso podrían ser ambas cosas, podría ser.
Te lo digo de corazón, no quiero, nunca lo quise, que seas la mujer de mi vida. Sí quiero y he querido desde que te conocí, que fueses mi compañera en la vida. Que nuestro proyecto esencial fuese acordado entre los dos, no sólo por ti o por mí. Que los dos coexistiésemos libres para conjugar nuestras vidas en el mutuo respeto, en el parejo apoyo. Puede que no te entienda o no me entiendas tú a mí, incluso podrían ser ambas cosas, podría ser. Jamás pretendí que fueses mi sierva, ni yo tu siervo, sé que tú tampoco lo quieres. Desde un principio tú y yo hemos sido iguales en todo. Incluso en amarnos, que no es esta cuestión de género ni de adjetivos. No hemos recitado en voz alta los 20 Poemas de amor de Neruda, nunca fue necesario para sabernos. Los fuimos engarzando poco a poco en un largo camino cogidos de la mano.
Condeno la brecha salarial, detesto el trato machista, y reniego de la miserable condición de centenares de millones de mujeres que no tienen libertad para manifestarse, que mueren en la travesía hacia una mejor vida, que son objetos de usar y tirar. Puede que no te entienda o no me entiendas tú a mí, incluso podrían ser ambas cosas, podría ser. No sé cómo definir la tristeza que me envenena porque hayamos de elegir entre que seas madre o seas diezmada salarialmente. Tuvimos la fortuna tú y yo de poder estudiar, tu madre y la mía, nuestros padres, pusieron su empeño en ello. Sería, no sé, porque a ellos les costó un mundo y a ellas un mundo y medio. Parece ser que la política escasamente ilustrada que hoy legisla en el Congreso de los Diputados va con el paso cambiado, porque poco ha mudado desde cuando Victoria Kent. El día 8 de marzo todo político que se precia se agarró a la pancarta o se clavó el lazo. Cuentan que las mujeres dijeron al unísono que no, que los hombres atrás. A alguno se le revolvería la bilis. Pero no se revuelven en el escaño de sus Señorías que es donde deberían.
A ver si puedo explicar que tu dignidad y la mía no son distintas ni divergentes. Yo no me justifico por ser hombre, tú tampoco te reprochas ser mujer porque antes de esto somos seres humanos los dos. Puede que no te entienda o no me entiendas tú a mí, incluso podrían ser ambas cosas, podría ser. No creo que se pare el mundo porque te pares tú. En todo caso, seguro que se para si nos paramos los dos.
Disculpa si me agarro a Amancio Prada, a su canción ‘Libre te quiero’, para que sepas, que tú lo sabes, que “te quiero libre/pero no mía/ni de Dios ni de nadie/ni tuya siquiera”. Puede que no te entienda o no me entiendas tú a mí, incluso podrían ser ambas cosas, podría ser.
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