Han pasado dos horas desde que se ha conocido la triste noticia. En uno de los bares de Las Negras aún quedan algunos parroquianos tomándose las últimas cervezas de un domingo ventoso que sólo invita a pasar una tarde tranquila en casa. En una mesa dos guiris saborean una carne con tomate; en la barra, dos jubilados y en la calle cuatro niños juegan aparentemente ajenos a lo que acaba de ocurrir.
El dueño del bar, en silencio, trastea el móvil navegando por las redes buscando ya no sé qué. Ya han empezado -dice- enseñando la pantalla a los jubilados. Se refiere a los comentarios que se suceden tras conocer que la pareja del padre de Gabriel ha sido detenida.
Le pregunto si conocía a la mujer detenida. ‘¡Cómo no la voy a conocer si todas las mañanas se sentaba ahí a tomar un café -señala las mesas de la calle-, tenía un bar ahí arriba que traspasó’!
Al momento entra un vecino en el bar que se acerca a la barra y el camarero me dice en voz baja: ‘éste es su amigo’. Entablan conversación:
- ¿Tú te lo puedes creer?
- ¡Cómo me lo voy a creer, esto lo ha hecho un psicópata!
Todavía no pueden digerir que la pareja de Ángel que ha estado a su lado en todo momento, que lo ha abrazado delante de las cámaras, que han recorrido el monte buscando una pista, y a la que conocían de sobra, esté ahora detenida.
-Yo lo de la camiseta me dio que pensar, tercia uno de los jubilados.
Dejo el bar y siguen enfrascados en la conversación.
En la calle los niños continúan jugando:
- Sabes que ya han encontrado a Gabriel
- ¿Dónde?
- En un pozo
- Javi no digas eso.
Los niños tampoco se lo pueden creer.
A unos pocos kilómetros, en Las Hortichuelas, la prima de Carmen, la abuela del niño, tampoco da crédito. ¡Cómo íbamos a pensar que la teníamos dentro!
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