Las nubes le daban codazos a la luna en el área grande del puerto de La Esperanza, de Villaricos. Lo sabía: por algún lado había de salir tanto fútbol. Lo suyo es que la luna redonda y blanca como el color blanco de la pulpa de coco no pudo mostrarse en todo su esplendor la noche de la entrega de premios del Levante de este periódico, LA VOZ DE ALMERÍA, en la explanada portuaria. Antes de comenzar el acto en sí mismo, observé tras el escenario una baliza con luz roja. Tres destellos por segundo. Indica, creo recordar, el sentido de la entrada de un barco que viene de la mar, pero, vamos, tampoco hagan mucho caso, consulten con expertos por si un aquél. Además, nada tiene que ver con el asunto a tratar.
Al inicio de la entrega de los premios me vino a la imaginación la Matrioshka, la muñeca rusa hueca que en su interior contiene otra y esta otra, a su vez, una tercera, la tercera una cuarta y así seguido. A cada premiado le asigné mentalmente una ‘mamushka’ no por su tamaño, sino conforme al orden establecido por la organización. Sin embargo, en el transcurso de la velada alteré los puestos y le adjudiqué metafóricamente la última muñeca a la premiada en el apartado de Comunicación y Arte, Laura Diepstraten. Me tocó en lo hondo verla, oírla cantar, acompañada de Pepe Rodríguez con su guitarra.
Tal vez ya sepan de Laura Diepstraten por su participación en el programa televisivo 'La Voz Kids': nacida en Pulpí, doce años, estudia piano en el Conservatorio de Lorca, sedujo a los ‘coaches’ del programa con una interpretación de ‘Qué bonito’, la canción de Rosario Flores quien, junto a Antonio Orozco, se giró su silla para ver la actuación de Laura. ¿Es suficiente? No, nos quedaríamos sin conocer la metamorfosis de esta mariposa de alas brillantes.
Porque Laura no ve desde pequeñita, distingue bultos, algo de luz…, desprendimiento de retina al poco de nacer y, sin embargo, esta niña derrama luminosidad a su alrededor. La noche del pasado jueves, la de los premios, tras recoger el suyo, cantó una canción de India Martínez. Pepe Rodríguez con su guitarra allí, ahí, a su lado, dándole acordes. Me pareció que las gaviotas cesaron su vuelo, tomaron asiento en el dique.
Laura es feliz, hace felices a los de su alrededor. Es tan sencilla, tan natural, tanto como para contar cómo descubrió el cantar con una guitarra “y no con un karaoke porque no podía hacer muchas canciones”. Para ella, Pepe Rodríguez, su profesor de música, “toca la guitarra superbién”, los demás coincidimos en el diagnóstico, es un maestro de las seis cuerdas que enseguida intuyó el potencial, la sensibilidad de Laura “que tiene algo especial, transmite de tal forma que cuando canta es inevitable emocionarse”. El día a día de Laura Diepstraten es igual que el de otra niña de su edad: desayuno, va al colegio, y, “las tardes que tengo conservatorio voy a Lorca y las que no, pues a las actividades extraescolares”. La música vive con ella, es ella misma. Canta al esquiar, cuando nada en la piscina no puede, pero sí al bailar o sobre el tatami de judo. Pepe Rodríguez atestigua que todo lo que se propone Laura, lo hace.
“Pienso que no me puedo frenar, si no veo no pasa nada, aunque hay cosas que cuestan, pero no pasa nada”. Después de esto es necesario el cambio de tercio que refresque ese algo que se pone en la garganta. La charla toma el derrotero de su experiencia televisiva, “un sueño, de pequeña soñaba con la Voz Kid, soñaba con el plató y cuando fui es que no podía de la felicidad que tenía en mi cuerpo, estaba supercontenta”. A su lado, una pequeña personilla no deja de mirar a Laura, ¿eres su hermana?, no, ¿eres su amiga?, sí, y la quiero mucho, ¿cómo te llamas?: Mara, y Mara coge la mano de su padre, Pepe Rodríguez.
Laura es de las de “si quiero y puedo lo hago, y se lo digo a todo el mundo que seguro que cuando lo vas a intentar te van a decir no, no, no, luego, al final después de tantos noes viene el sí”. Tercia Pepe Rodríguez en este punto: “Laura es un ejemplo claro de que cualquier cosa se puede conseguir; que, a veces, tener una dificultad la capacita para hacer otra serie de cosas que, quizá algunos con más capacidades no son capaces de hacer”. En este otro punto es Laura quien toma la palabra: “Pepe (Rodríguez) es muy buena persona, pone mucho empeño a las cosas y dedica su tiempo libre a tocar la guitarra para que yo cante”. De mayor, Laura quiere enseñar música, contagiar lo que ella lleva dentro, tal vez como hace también con ella Beti, su maestra de canto.
El relente se adueña del puerto de La Esperanza. Las voces dejan paso al rechinar de las defensas que se estrujan contra la amura de los barcos vecinos, el tintineo de las drizas contra el palo, el motor de un bote al salir de pesca. Y allá, cerca de la rampa, Laura emprende camino con los suyos. Uno se pregunta dónde cabe tanta humanidad, tanta ternura en una figura menuda, frágil podría decirse. Seguramente, sin duda, en su corazón.
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