Los Gallardos

El cartero del amor

Joaquín Santiago Cortés, conocido con el apodo de ‘Lobo’ en la zona del Levante

Joaquín Santiago Cortés en el jardín de su casa. Foto: Ricardo Alba
Joaquín Santiago Cortés en el jardín de su casa. Foto: Ricardo Alba La Voz
Ricardo Alba
21:25 • 08 jul. 2018

Era en Los Gallardos allá por los años…, qué más da, muchos, demasiados sin cruzarnos en la acera, sin resguardarnos de los calores en la oficinita de Correos. Conversábamos acerca de todo, cualquier asunto valía para pegar la hebra, él siempre con la sonrisa brillante. Tiraba, tira, de ironía como nadie. Yo intentaba corresponderle. Había entre nosotros un afecto nacido sin saber cómo, ni falta hacía. Luego, después, nuestros caminos se extraviaron. Le buscaba sin encontrarle. Pregunté a quienes supuse podrían darme sus señas. En vano.




Hace unos meses se reunió un grupo de médicos en no sé cuál congreso. Terminaron donde suelen acabar estas materias, en Terraza Carmona de Vera. En la acogedora y bien surtida bodega abrieron boca con jamón ritualmente loncheado, bien dispuesto en diversas capas en círculo y ligeramente solapadas. Las lonchas, digo. A la derecha de la bodega según se entra, una docena de sillas de enea ocupadas por músicos con instrumentos de cuerda. ¡Coño!, con perdón, allí estaba Joaquín afinando su bandurria. Tanto buscarlo y mira tú. Un abrazo de los de ley, qué es de tu vida, qué es de la tuya y así. En escasos minutos nos pusimos sucintamente al corriente de nuestros respectivos avatares. Quedamos en llamarnos, en charlar tranquilamente. Seguidamente, ‘Los aires del Malecón’ arrancaron un concierto de habaneras. Joaquín, naturalmente, a la bandurria.




En esta mañana de cigarras y trinos por todo sonido, Joaquín Santiago Cortés  y quien suscribe estamos sentados alrededor de una mesa de azulejos con cenefa. A tres centenares de metros, más o menos, el río Aguas baja triste, mustio como el esqueleto de una valla de carretera sin cartel. Hablamos y hablamos, salen a relucir los tiempos de Joaquín en Venezuela, en las islas Bermudas, en la isla Margarita, en tantos y tantos lugares de los que regresó a Garrucha al comienzo de la depreciación de la economía de ultramar, con el paso previo por la Universidad de Cleveland, en el estado norteamericano de Ohio. Al graduarse tras cuatro años de estudios, el director de la Universidad le vino a decir que “Joaquín, usted ha terminado su aprendizaje que es para lo que vino aquí. Ahora, vuelva a su país”. Y volvió.  




Joaquín Santiago Cortés, asimismo conocido con el apodo de ‘Lobo’, retrocede a sus tiempos de portero de fútbol -ya quisiera De Gea- de la Peña Deportiva de Garrucha. En uno de sus vuelos para hacerse con el balón, va y cuenta totalmente en serio que un abogado penalista de campanillas almeriense le dice que para preparar sus juicios se tiene que encerrar en su casa, en la de ‘Lobo’. Y es que el paraje, también cercano a la plataforma reluciente de alquitrán tan seco de AVE como el río Aguas de agua, es de tal sosiego que dan ganas de tumbarse en una hamaca paraguaya. Dejar que el suave airecillo fresco se lleve el tiempo. Vamos, que el abogado no ha tenido mal ojo.




A ver, lo de ‘Lobo’ viene de su abuelo, fumador en pipa que pidió que en la cazoleta de una de ellas cincelaran la cabeza de un lobo. En los pueblos, ya se sabe, de abuelo a padre, de padre a hijo y con ‘Lobo’ se quedó. Lo mismo que Joaquín quedó el número once de los cien aspirantes en las oposiciones a cartero. Sin GPS ni historias tecnológicas se aprendió todos los nombres de todas las provincias de España. “Alicante: Alcoy, Alfafara…, Benidorm, Benifallim…, Calpe, Callosa de Sarriá, Callosa de Segura…; Barcelona: Badalona, Badía del Vallés…, Caldas de Mombuí, Calella…” ¡Virgen del Amor Hermoso! Las recita todas de carrerilla, en su cara una sonrisa pícara, de las de no me pillas, no.




El sí, pilló plaza en Correos de Garrucha que compaginaba con la contabilidad del hotel y restaurante Delfín. Con el paso del tiempo lo trasladaron a Correos de Los Gallardos. Eran años de cartas, de buzones repletos de sobres, ¿nunca te entró la curiosidad de ver qué decía alguna? “No, jamás. Pero, pienso que yo tuve la culpa de muchos matrimonios porque llevaba las cartas de los novios y todo eso. Cuando yo llegaba con el correo era un momento especial, todos preguntaban si hay algo para mí”. Joaquín los conoce a todos o a casi todos de cuando novios, por eso, al cruzarse con ellos en algún paseo, “me da alegría verlos con sus niños, algunos de los pequeños no saben que yo soy el culpable de que estén aquí”. Antes de este siglo se enviaban y recibían cartas manuscritas de enamorados, si bien, sin correo electrónico ni móviles, en muchos casos la única forma de dar el pésame o informarse de una muerte, era mediante una carta introducida en sobre con bordes negros en señal de luto. A Joaquín Santiago Cortés no le era de su agrado dar este tipo de correo, lo dejaba en lista, ya pasarían a recogerlo. Lo suyo era de sobres blancos o azafranados u ocres, o aquellos otros con el borde listado de rojo y azul, principalmente si dentro de cada uno había una carta de amor.




En la charla rítmicamente acompañada del canto de las chicharras salen a relucir temas, recuerdos, uno tras otro sin interrupción, tantos como para escribir un libro. Todo se andará.  Pero, parafraseando a Moustache, el genial camarero de ‘Irma la dulce’: “esta será otra historia...”




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