Lo más probable es que hoy domingo, los telediarios, las emisoras de radio, revivan la misma cantinela de siempre por estas fechas: la operación retorno. Mañana lunes, los periódicos impresos, los telediarios y las emisoras de radio, ofrecerán la terrible estadística de accidentes de carretera acompañada del número de víctimas mortales. El soplo del dios de las vacaciones devuelve a su lugar de origen a los centenares de miles de personas que bajo una sombrilla o a la sombra de un castaño han disfrutado de unos días de ocio. Los pueblos costeros y las aldeas rurales quedarán por así decirlo desmantelados, recuperarán poco a poco la orfandad, recitarán la letanía diaria, harán tiempo hasta la próxima invasión turística.
Ajena a este barullo, Carmen, pongamos que así se llama, recorre muy despacito el paseo Marítimo. Cubre la cabeza con un pañuelo de color azul rabioso. ‘Lola’, ¿le dejamos este nombre?, camina a su lado con la misma lentitud. La correa va floja, sin dar tirones como en otros tiempos. De cuando en cuando alza la mirada, clava sus ojos en Carmen, escudriña cada uno de sus gestos. Al poco, Carmen descansa sentada en un banco. ‘Lola’ se recuesta a sus pies. No se mueve así la provoquen otros ejemplares de su especie. Carmen se recupera de las secuelas del segundo ‘chute’ de quimio. ¿Qué tal estás? Vaya pregunta más estúpida.
Esta es la cara B del verano. Un sinnúmero de personas, algunas muy cercanas si miras en rededor, habrán pasado las vacaciones o aún las sufren en hospitales, tal vez convalecientes ya en su hogar. No han hecho planes, no han titubeado entre sol y playa o montaña, tienen ya su boleto: cáncer, tetraplejia, ictus, infarto, enfermedades cuyo solo nombre hace temblar las carnes. Así es la vida, unos al sol, otros a la quimio o la silla de ruedas por poner. Algunos de estos pacientes tienen perro, mascota doméstica, póngale el nombre que más le cuadre. ¿Qué pasa con estos perros mientras sus amos permanecen enfermos? Recuerdo haber leído que habían levantado una estatua al perro fiel en el que se sustenta la historia llevada al cine, es la película ‘Siempre a tu lado’. Los cinéfilos colocan de protagonista a Richard Gere y yo creo, vamos, estoy seguro, que no. El verdadero, el principal personaje es ‘Hachi’, el perro que espera durante años en la estación de tren a su fallecido dueño. (Este caso real, aunque no único, narra la lealtad, el afecto, de estos animales. Muchos perros han esperado a sus dueños en las cercanías de los hospitales, de las cárceles...).
‘Brus’, un Fox Terrier, sale tres veces al día a sus cosas. No pasea, ni olisquea, nada. Termina sus necesidades y tira de la correa hacia su casa. Va derechito al regazo de Fernando. El hombre, ya mayor, tiene sus dolencias al límite. El instinto de ‘Brus’ le dice que algo dañino le pasa a este amigo con el que hace unos meses salía a pasear durante largo tiempo, jugaban en el jardín frente a Correos. Se deja acariciar. A cambio, guarda silencio absoluto. Ni tan siquiera le altera el timbre del teléfono como era acostumbrado en él.
Isabel se desplomó en su dormitorio, así, sin más. ¡Cataplum! ‘Leti’, Yorkshire Terrier cien por cien, se acercó, intentó levantarla con su hocico, ladró y ladró, acudieron los vecinos. Isabel estuvo hospitalizada varias semanas, un ictus la avasalló. Durante su estancia hospitalaria, ‘Leti’ quedó al cuidado de un amigo. Enfermó. No hubo manera de hacerse con ella. No comía, no quería salir a la calle, pero, a ver, había que sacarla y cuando lo lograban tras los tiras y aflojas diarios, ‘Leti’ corría como alma que lleva el diablo a la casa de Isabel. Se tumbaba en la puerta, la arañaba con una de sus patas. ¿Puede decirse que el animal lloraba?
Una vez recuperada, Isabel regresó a casa. ‘Leti’ no para. Se sienta, se levanta, recorre una por una todas las estancias de la vivienda. Regresa, se asegura de que Isabel está en el sofá. Se tumba. Cuando Isabel se levanta, ‘Leti’ también. Cuando Isabel va a la cocina, ‘Leti’ también. No la deja ni a sol ni a sombra.
En la gasolinera donde habitualmente reposto combustible, por cierto, ¡vaya palo!, me hablaron de haberse encontrado a un perro atado a los barrotes de una de las ventanas. Primero pensaron que sus dueños lo habían olvidado. Durante dos días lo alimentaron, le pusieron agua. Y nadie preguntó por él. Al día tercero lo pusieron en conocimiento de una protectora de animales. Se llevaron al perro. Al de cuatro patas. Los otros, lo habían abandonado.
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