Alberga Overa -esa diseminada pedanía huercalense que cobija cinco barrios- el origen de una de las familias más genuinas de España, que atesora el honor de disfrutar de santo, ermita e himno propio.
Son los Menas, que ya se cuentan por cientos, por miles, y que, como las doce tribus de Israel, fueron creciendo y multiplicándose a partir de ese antepasado que decidió consagrar su vida a la edificación de un pequeño santuario a San Miguel en el Campico de Nubla.
Desde mediados del siglo XVIII, cuando narra la tradición que se hizo realidad el sueño de ese primitivo Mena, sus descendientes, ramas de ese tronco común, han trepado por San Miguel, con la fidelidad de los músicos del Titanic, entre atochas de esparto, entre caracoles Chapeta, hasta la cumbre de ese cerro que se divisa desde la autovía para venerar al alado Arcángel. Este sábado pasado fue de nuevo así: decenas de coches aparcados en la falda de la montaña de la que partían hileras de fieles Menas de toda condición, desde niños hasta ancianos de más de 80 años, con la espina doblada, sostenidos en un bastón, subiendo tras el santico llevado en andas.
Y arriba, esperando como Job, el cura de Pulpí, don Ángel Martín, iniciando el ritual de una Eucaristía doméstica, entre gentes campesinas de los cortijos próximos, sentadas en sillas de camping, entre abanicos, sombreros de paja, moscas pegajosas de septiembre y el olor del abono de los campos de rúcula y brócoli que desde arriba se divisan.
Sonó un coro sin muchas horas de ensayo, junto a la imagen de ese San Miguel juvenil, con túnica púrpura y alas blancas, calzado con sandalias romanas y armado con escudo y una lanza puntiaguda. Preguntó el sacerdote que cuántos iban a comulgar y contó 32, las mismas sagradas formas que dispensó en la ermita encalada, situada en la punta arriba de ese cerro desde el que se atisba todo el Valle del Almanzora, entre la Ballabona y la Venta Overa, ese viejo camino de arrieros en mula que eran frecuentemente asaltados por las partidas del Espailla y el Carbonero.
Después se repartió la letra del Himno al “Glorioso San Miguel, que de los Menas tu eres patrón” y cantaron, entonces, hinchando la garganta, emocionados, todos esos Menas contemporáneos -algunos ya con el apellido perdido tras tantas generaciones- como cantaron antes sus padres y sus abuelos, en el mismo sitio y a la misma hora.
Y tras la Misa, volvió a desandar sus pasos en retirada esa inmensa familia, incluido el patrón, engalanado de flores, que ya no se deja arriba, porque hace más de veinte años fue víctima de unos vándalos que acabaron a golpetazos con la primitiva imagen, que fue sustituida por otra que fue donada por Hilaria Molina Torrás. Ya tampoco se tiran los cohetes de antaño porque hace unos años se prendió fuego un matorral, el fuego se extendió y hubo que desalojar el monte y celebrar la Misa en el llano, donde ahora se toma un refrigerio y los romeros hacen una colecta, antes del almuerzo familiar. Antes era la era de Paca la del Puente la que servía de esparcimiento, donde se levantaba un altar tras la Misa, donde los quintos hacían donativos para que el santo les diera su bendición en la Mili y los jóvenes bailaban parrandas y se hacía chocolatada con buñuelos y aguardiente y acudía también el chambilero.
Ahora, los Menas -varones y mujeres, jóvenes y mayores, hermanos, sobrinos, primos, suegras, yernos, cuñados, amigos y menos amigos, llegados de Almería, de Murcia, de Granada, de Sevilla, más de un centenar en total, han hecho de la feraz hacienda de Rosita Moreno, en la barriada de El Pilar - la Diputación de Overa también incluye La Concepción, Santa Bárbara, Los Navarros y Los Menas- su santuario, donde se reúnen para rematar la faena festiva con una paella a la lumbre, entre palmerales y gorriones, y bajo el escudo de armas de los Menas labrado en piedra, bajo el que reina orgullosa la veterana anfitriona, desde hace ya más de 40 años, el sábado antes de San Miguel.
La leyenda del cazador que halló una estampa
La leyenda, transmitida de padres a hijos, es que fue un Diego de Mena y García de Llerena, devoto de San Miguel, el que obtuvo licencia en 1711 del cardenal Belluga, a la sazón obispo de Cartagena, para construir y dotar una ermita al Arcángel.
Pero murió sin poder cumplir la promesa por falta de medios y fue su hijo Ginés, viudo con cuatro hijos y después metido a presbítero, quien salió una tarde a cazar por el Cerro de Nubla y allí se encontró una estampa de San Miguel que recogió y guardó. Días después volvió a subir al mismo lugar y halló de nuevo la estampa cerca de una madriguera y lo interpretó como una advertencia del cielo para que construyera la ermita, que fue costeada por la familia y bendecida en 1747 al culto de San Miguel, que desde entonces fue adoptado como santo patrón por aquellos Menas hasta nuestros días.
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