A la misma hora en la que el bullicio solía aflorar a su barra en busca de manjares sencillos y de clarete, sus familiares y amigos se reunieron el pasado domingo en la plaza que ya es su plaza, la de José Ramón Sogorb el Alicantino. Allí estaban a la 1 del mediodía del domingo cientos de veratenses para hacer un homenaje póstumo, no a un médico ni a un notario, no a un ministro ni a un célebre deportista,no: allí estaba el pueblo de Vera para honrar a un tabernero humilde, que lo único que hizo en su vida -además de forjar una razonable familia con Ramona Baraza- fue servir a sus clientes tapicas celestiales con buenos modales y buena conversación. De lo simple -a veces- brota lo grande.
Por eso se llenó esa plaza, la antigua Plaza del Sol o del Berro o del juez paniagua, que ahora ya lleva oficialmente su nombre, aunque ya era suya por derecho, y por eso sus paisanos, a título póstumo -qué pena que no fuera en vida- descubrieron la cortinilla de una placa.
Estaban los munícipes presidiendo el acto, con el alcalde José Carmelo Jorge a la cabeza, y los familiares. Su hija leyó unas cuartillas en memoria de su padre, sobre lo satisfecho que estaba de que lo apreciase la gente (no tuvo Plaza en vida, pero sí quintales de afecto), sobre cómo afrontó el negocio que heredó con solo 18 años, de cómo se convirtió en centro de descanso de trabajadores, oficinistas, albañiles, cazadores, que acudían de mañana a tomar una copa de aguardiente o un carajillo para alegrarse el corazón. Y remató Pepa Sogorb el homenaje a su progenitor con unos ripios en su memoria y recuerdo, como fiel centinela de esa Plaza por la que transitó media comarca: garrucheros, turreros, cuevanos, antusos, gallarderos, mojaqueros, que iban al Mercado de los sábados o a estudiar álgebra en el Instituto, y que tenían en el bar del Alicantino, ese consuelo a pie de calle para matar el hambre con un bocadillo apresurado, para aliviar la sed con un vaso de agua gratis, para aventar aguas menores sin tener que dar explicaciones al dueño.
Ya tiene su Plaza el bueno de José Ramón, quien falleciera hace poco más de cuatro meses, y para la ocasión, con la colaboración de Terraza Carmona, se reabrió el bar y volvieron a correr los boladillos, el vino y la cerveza sobre el mostrador, tal como a él le hubiera gustado.
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