Hasta ayer existía en la provincia un pino con porte de caballero que sombreaba los veranos de sus vecinos. Era un árbol majestuoso y centenario, de raíces profundas como el western de Alan Ladd, con un tronco poderoso junto al que la gente humilde del entorno compartía sus dichas y desdichas sentados en butacas y sillas de anea.
Estaba ese árbol en Los Castaños, barriada entre Sorbas y Los Gallardos, junto a nuestra vieja N-340, que es en cuanto a caminos como el recuerdo de una televisión en blanco y negro al lado de las actuales pantallas de plasma.
Han talado ese pino y ha desaparecido un pequeño hito con un valor sentimental para muy poca gente, una minucia en comparación con las cosas que ocurren en las ciudades. Pero, aún cuando son pocos -para ese grupo de familias de Los Castaños- era mucho: porque junto a su clorofila nacieron y crecieron y muchos que se marcharon a Francia o al Brasil aún volvían a él para recordar, que es como volver a vivir. Han talado un pino en Los Castaños que es como segar una vida o muchas vidas. "La vida no es la vida que vivimos, la vida es el recuerdo", dejó escrito Becquer.
Ya no está, por tanto, el pino de Los Castaños, que ara alto como una nube, como tampoco está la caseta de peón caminero anexa que derribaron en la primavera de 2018. El titular de la carretera es el Ministerio de Fomento que alegó que tanto la caseta como el pino suponían un peligro para las obras de ensanchamiento de la calzada y el tránsito en esa vía y por eso ha acabado con ambos hitos de la Almería más rural. Un equipo de la Unidad Provincial de Carreteras cortó el miércoles con una sierra un árbol que ya ha pasado a la historia.
En el estío de 2016 hubo un primer intento de demolición y los escasos habitantes de esta pedanía sorbeña se resistieron como una aldea gala para no perder lo que consideraban una seña de identidad, una parte de su paisaje sentimental que han terminado perdiendo.
Marisol García de las Bayonas, familia del peón caminero que habitó esa casa, expresaba que “era parte de nuestra vida, de nuestros recuerdos, allí me crié y bajo la sombra de ese pino crecí”. Marisol es una sorbeña que emigró a Brasil con su familia y vuelve cada verano a su tierra natal. Los vecinos recogieron firmas en esos días porque aseguraban no entender por qué querían acabar también con el pino. En la casilla vivió la familia de siete hijos de Francisco García, el peón caminero que estaba al cuidado de la conservación de esa vía caracterizada por sus intrincadas curvas y árboles pintados con una banda blanca para propiciar visibilidad a los conductores nocturnos. Ya no existe ni caseta ni pino que valga, ni todo lo que evocaban, sin que se haya tenido en cuenta que para los pequeños pueblos son grandes las pequeñas cosas.
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