¿Fueron los moriscos que vivieron en la provincia antes de su expulsión los primeros almerienses? Así lo cree, sin resquicio de duda, el historiador y profesor Valeriano Sánchez Ramos. Así parece reflejarlo también, guiada por ese espíritu de respeto y curiosidad para con los antiguos moradores de la 'Al Mariyyat' andalusí, la exposición '450 Aniversario de la Rebelión de los Moriscos', que ya se puede visitar en el Centro de Historia Juan Torreblanca Martínez de Serón.
¿Por qué Serón? Preguntaba el presentador de Hoy por Hoy Almería, Alfredo Casas, este mediodía al experto, en una entrevista en la que se discutió el contenido de la muestra: una apuesta del Instituto de Estudios Almerienses que bucea por la historia del conflicto a través de una serie de láminas. "En Serón es donde Don Juan de Austria se estrena como general y, en aquella época, con su imponente castillo, era considerada la llave del Almanzora, la espita que abría y cerraba toda la comarca", adujo Sánchez.
No sorprende entonces que los caudillos moriscos, con Aben Humeya a la cabeza, intentaran sin éxito defender el castillo de Serón por todos los medios a su alcance. Ni que Felipe II salara los campos de la localidad (lo que indicaba el máximo desprecio por parte de la corona), tras la enconada defensa de sus antiguos súbditos. Ironías del destino, tras el paso de los siglos Serón se ha hecho famosa por el uso de la sal para otros fines mucho más constructivos (o, al menos, no destructivos): la producción de jamones, algo que probablemente no habría hecho mucha gracia a sus antiguos habitantes musulmanes.
Estos capítulos, junto a los muchos otros que conforman la intrahistoria del conflicto, están expuestos ya en el Juan Torreblanca Martínez. Pero, aunque no se pueda negar que existe en ella "un interés en los hitos bélicos" de la contienda, la exposición trasciende lo meramente militar para indagar en la cultura morisca y en el legado que ha dejado en Almería.
"La exposición explica la difícil convivencia hasta que estalla la rebelión, una rebelión que, orgullosa, será el último hálito de la cultura morisca en España", expone este historiador, que recuerda que los sublevados, liberados de la insufrible imposición de abandonar su lengua, vestimenta y costumbres, llegaron a nombrar a su propio rey y "tuvieron su estado".
Es decir, las batallas, asedios y capitulaciones son importantes, pero la exposición no pierde de vista un aspecto que quizás haya quedado opacado por esos acontecimientos más llamativos: la tremenda efervescencia de la cultura andalusí que se produjo después de que los moriscos se sacudieran de encima su falsa de encima su falsa capa de cristianos nuevos.
En esta salida masiva del armario cultural de la cristiandad castellana, las antiguas costumbres volvieron con más fuerza que nunca y eso, ese momento de liberación y esperanza para una cultura moribunda que brilló con fuerza antes de apagarse, también está presente en la exposición. "Se trata del último brillo de una cultura que estaba llamada a extinguirse, por la cerrazón de una parte (la cristiana), dos no se pelean si uno no quiere", insiste Sánchez.
El discurso del profesor excita sobremanera la curiosidad, combinando detalles muy específicos con una privilegiada imagen a vista de pájaro de la situación sociopolítica de la época, a la hora de explicar lo que nos aguarda en la muestra. Narra, por ejemplo, la importancia que tiene que el propio Don Juan de Austria asumiera el mando de las operaciones, algo "inédito" ya que en aquella época "jamás un miembro de la casa real española asistía a un territorio y mucho menos en una guerra".
También el hecho insólito de que "un ejército de campesinos" fuera capaz de enfrentarse a las tropas de élite de la Monarquía Hispánica: los tercios de Italia, fuerza que les granjeó a los Habsburgo españoles el dominio de Europa durante 200 años.
También hay espacio para las consecuencias de la derrota: "La alta traición al rey, delito de lesa majestad, implicaba la confiscación de todos sus bienes, por lo que a los moriscos se les van a quitar todos los bienes, que irán a parar a la hacienda personal del rey", ilustra el historiador almeriense.
Por último, un ejercicio de reflexión aplicable al presente: "La guerra hay que rememorarla para poder construir la paz", asegura Sánchez. Una guerra que, aunque acabó con la presencia física de los moriscos, nunca pudo acabar con su legado.
"Sus paisajes y su herencia cultural nos han quedado. Uno cuando ve las laderas de la Sierra de Filabres o la Alpujarra, esos bancales y esos cultivos, con esmero casi de jardinería, junto con las recetas, con el uso de higos y almendras, o los bailes, entre otros muchos ejemplos, forman parte de la herencia cultural morisca", desvela.
La paz firmada en Padules marcó el fin del conflicto. La confiscación de tierras y, más adelante, la expulsión de los moriscos, dio paso a la repoblación por parte de cristianos viejos, pero, como suele decirse, eso es ya otra historia (la nuestra). La de los moriscos españoles se puede conocer, hasta el 31 de enero, en el Centro de Historia Juan Torreblanca Martínez de Serón.
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