Albox

El almeriense que bailó después de muerto

Agustín no ocultó su condición sexual en pleno franquismo a pesar de los golpes recibidos

Agustín García (segundo por la derecha) durante una celebración religiosa con sus amigos más íntimos.
Agustín García (segundo por la derecha) durante una celebración religiosa con sus amigos más íntimos. La Voz
Guillermo Mirón / Opinión
07:00 • 03 jul. 2021

Agustín se fue de este mundo bailando. Pasaban algunos minutos de las cinco de la tarde de un caluroso 17 de junio cuando el féretro encaró la puerta principal de la iglesia de Santa María. Mientras se acercaba al gran portón, bajo la sombra que ofrece la torre del templo, esta vez no se escucharon los habituales llantos o gemidos. En su lugar, la Banda de Música comenzó a interpretar el pasodoble Amparito Roca con el que la caja fúnebre entró en la iglesia.

Fue el último adiós de Agustín García García (Albox, 1932-2018), conocido cariñosamente como ‘el Agustinico’. Como en la leyenda del Cid Campeador, quiso despedirse de los suyos, incluso cuando ya no podía compartir su eterna sonrisa, a su manera. Y vaya si lo hizo. “Cuando me muera no quiero penas en mi funeral. Quiero alfombras con macetas y flores; una banda de música y mujeres vestidas de teja y mantilla”, había dicho a sus allegados.



Un adiós especial
Lo de las tejas y mantillas finalmente no pudo ser; pero su principal anhelo se cumplió. Vaya si se cumplió. Consiguió que las lágrimas de sus conocidos no brotaran de pena sino de pura emoción cuando comenzaron los primeros compases del pasodoble. Agustín se fue como vivió. A su manera. Algo que parece tan fácil de llevar a la práctica pero que no mucha gente consigue. Tan pocos son los que llegan a vivir como quieren, que cuando aparece un haz de luz como Agustín, éste deslumbra a todo el que se acerca a él, tal y como no se cansan de repetir quienes más cerca estuvieron de él.

Pese a que este mismo periódico dio buena cuenta de esa despedida tan especial, quedaba una cuenta pendiente: cómo vivió. En una semana en la que el Orgullo LGTBI y los derechos que aún están por alcanzarse han copado miles de titulares -y con razón- conviene recuperar una figura que rompió moldes mediante sonrisas, el talante o la irreverencia. Incluso en el peor de los casos. Porque los hubo. En los años más grises del franquismo hubo quien no aceptaba el diferente por el hecho de serlo.  Una noche marcó un antes y un después en ese joven que nunca ocultó a sus amigos más cercanos quién era.

El mismo que no dudaba en aprovechar las visitas a casas ajenas para probar las ropas que sus amigas guardaban en los armarios. Estaba acostumbrado a los insultos espontáneos mientras paseaba. A esos “mariquita” y similar que no pocos cobardes y seguramente más de un frustrado llevado por la envidia le dedicaron. 



Su peor noche
Una noche, cuando Agustín se encontraba solo en la fuente conocida como Los Caños, fue apaleado por un grupo de jóvenes que, como él, rondaban los veinte años. Aquellos que solían sacar pecho de su moral religiosa malentendida y de su cercanía al régimen dictatorial, no dudaron en darle un golpe tras otro hasta desfigurarle la cara. Solía decir Agustín que si todos los homosexuales del pueblo “llevaran un farol en la frente” él se tendría que poner un “reflectante”. Quién sabe si entre ellos se encontraba alguno de sus verdugos.

Tiempo después, quizás no huyendo pero sí buscando la distancia y sobre todo un mejor porvenir, Agustín marchó a Francia. Allí se dedicó a todos los trabajos en los que pudo demostrar su valía. Claro que, en lo que más destacó fue en un aspecto que le acompañó de por vida: ayudar a los suyos sin precio ni límite alguno.




Todo albojense que emigró hasta ese mismo punto del país  galo encontró sus puertas abiertas y su mano tendida. A los pocos años regresó a Albox, donde -para variar- volvió a marcar la diferencia, como en todo aquello que tocaba. Esta vez fue con la apertura de un bar conocido como ‘La Rueda’’ y que se diferenció rápidamente de los demás por su estética y sus platos.



Nueva etapa
‘La Rueda’ se convirtió en un referente gastronómico pero también en una parada obligatoria para los visitantes debido a su peculiaridad. Un atractivo inesperado del que Albox gozó más de un lustro. El destino y una oferta de trabajo hicieron que Agustín dejara su pueblo una vez más, aunque nunca desaprovechó una festividad, un carnaval (en los que lucía magistralmente sus mejores vestidos y plumas) o una feria para volver a él. En Alicante conoció el amor, atraído por un joven oriundo. La chispa saltó aunque no duró para siempre y él no dudó en compartir esta historia con sus confidentes.

Allá donde había alegría estaba Agustín. Las obras teatrales de las niñas del teatrucho para mejorar la iglesia y “en las que dirigía, actuaba y bailaba”, tal y como recuerda su amiga desde la infancia, Rosario Lozano; sus visitas de bar en bar en carnaval para mostrar sus mejores galas; su paso sobrio detrás de la Virgen de los Dolores... Lo cierto es que en los años en los que la bandera arcoíris se reducía a un solo color, el gris, Agustín García García siempre fue él mismo. Ni siquiera los golpes borraron una sonora carcajada que siempre seguirá resonando en los oídos de los suyos.







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