Imagine que tiene ante sí uno de los edificios más representativos del neoclásico de todos los que existen en la provincia de Almería. Situado ante su fachada principal imponente y ornamentada, contempla cómo uno de sus techos se viene abajo. Luego una marquesina. Ahora su balaustrada, que poco a poco va cayendo frente a usted precipitándose hasta el suelo por su pared como las lágrimas que se resbalan sin freno por una mejilla. Piedra a piedra.
Para que esto le pueda ocurrir a un edificio que es paradigma arquitectónico de su época y que incluso está inscrito en el Patrimonio Histórico Andaluz no hace falta imaginarlo. Es exactamente lo que ha sucedido -y está sucediendo- con el Palacio del Almanzora, situado en la barriada que comparte su nombre, en el término municipal de Cantoria.
En semi-ruina
La única diferencia con la secuencia descrita en el primer párrafo, para ajustarnos a la verdad, es que esa sucesión de hechos no ha tenido lugar de forma repentina. Viene sucediendo desde hace lustros sin que hasta el momento ninguna Administración con posibilidades para ello haya decidido mover un dedo.
¿Declaraciones y visitas? Incontables y de todos los colores. Y para hacer honor al tópico -que en este caso es mucho más que un tópico- esas imágenes frente a la cara derrumbada del palacio han florecido desde hace décadas como champiñones cada vez que han llegado las campañas electorales.
Es cierto que el carácter privado de parte del monumental palacio no ha facilitado las cosas, pero tampoco ha habido la insistencia necesaria por parte de las administraciones supramunicipales, que han jugado a dar largas a los pocos que a día de hoy siguen dando la cara por él, como es el caso de la asociación ‘Salvemos el Palacio del Almanzora’ o el Ayuntamiento, que en años anteriores ha intentado poner cerco a esta situación. En vano. Las históricas habitaciones en las que, por ejemplo, se fraguó el trazado de la línea de ferrocarril Guadix-Almendricos y que terminó pasado por Almanzora en lugar de Los Vélez porque al todopoderoso marqués Antonio Abellán Peñuela, le venía mejor (dónde va a parar) que la estación estuviera situada cerca de la puerta de su casa.
Es solo una anécdota que forma parte de la historia del palacio tanto como su arquitectura. Y será precisamente eso, la historia oral, lo único que quede vivo si no se actúa rápidamente. Porque hace tan sólo unas semanas se derrumbó un dintel y una de las ventanas de la fachada principal. Dos nuevas lágrimas dentro de un llanto incesante desde hace siglos y que tan sólo escuchan -de verdad- algunos de sus vecinos.
La reciente compra por parte de la Administración provincial del Cortijo del Fraile hace ver que cuando se quiere, se puede. Sin embargo, en este caso la urgencia arquitectónica es aún mayor, ya que es donde radica su principal valor, más allá de las conspiraciones que se urdieron en él.
Responsabilidad
Dicho esto, no todo el peso debe recaer sobre la inacción política de la Junta o del Gobierno central. La sociedad civil también debe recapacitar. Salvo la excepciones previamente mencionadas, hace lustros que nadie alza la voz por el palacio, excepto los de siempre. Un monumento que debería tener detrás a toda una comarca pero que sigue tan solo como aparenta en las fotografías.
Y así, cada vez está más cerca el momento que nadie quiere imaginar. Ese día en el que, con el palacio irrecuperable y prácticamente en el suelo, lleguen los homenajes, las exposiciones fotográficas de lo que un día fue y aquellas de lo que un día pudo ser. Quizás hablen de él emocionados aquellos que pudieron hacer algo, aunque solo fuera alzar la voz como un servidor, y no lo hicieron. Mientras tanto, el Palacio del Almanzora sigue agonizando con sus últimas lágrimas en forma de ruinas que ya nunca volverán a él.
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