Como todas las muertes, la muerte de Pepe Bernal (Huércal-Overa, Almería, 1957-2022) viene a destiempo, y prematuramente, y sin aviso, para dejarnos más solos, en este gélido mes de enero. Pepe Bernal era alguien querido, muy querido. Era fácil estar a su lado, hablar y compartir con él utopías y sueños… un hombre, un artista que rehuía de egos y protagonismos inútiles, cercano, y bueno, interesado en las cosas de su taller, que eran las cosas de la pintura y el arte. Su gesto amable, su palabra mesurada, su buen ánimo, lo definen y lo significan. Como artista, su obra es una de las más interesantes realizada en las últimas décadas, tan poética, y sutil, tan extremadamente elegante, y bella, y a la vez intensa. Tenía gusto en las composiciones, en el color, en el trazo, en ese no sé qué que hace que una obra fluya hacia los misteriosos límites de la belleza.
Lo recuerdo, allá por el año 2006 cuando preparaba su primera gran exposición en el Centro de Arte Museo de Almería. Memoria fragmentada, la tituló. Morceaux de peinture la había definido algunos años antes Juan Manuel Bonet en un texto sobre el pintor, a propósito de los cursos de arte de Mojácar. Entonces dijo de él que era “un lírico, un pintor fascinado por la luz”. Bernal, huercalense, estudió Bellas Artes en la facultad de San Carlos de Valencia, y siguió la tradición de una pintura que se impregna de la luz del mediterráneo, esa que deja en los lienzos una intensidad cromática única, como la de un Mompó o un Rafols Casamada, artistas a los que admiró y con los que compartió afinidades estéticas.
Las pinturas de aquella exposición, sobre las que escribí un breve texto para el catalogo, parecían creadas bajo el influjo de Erik Satie, denominándose como las composiciones del músico francés: Pièces froides, Gnossiennes y Gymnopédies. Respondían al deseo de reflejar esa misma atmósfera a través de notas de color. Esa búsqueda de la composición donde unir la capacidad sensorial y emotiva que desprenden la luz y el color era una constante en su aventura estética. Aquella muestra fue un recorrido desde el impresionismo musical a la abstracción lírica pictórica, utilizando el color, y el trazo, leves signos de una memoria esbozados como insinuaciones, desvelos, apariciones, o sueños.
Una obra, la de Pepe Bernal, que resiste los vaivenes del tiempo, meditada en la soledad del taller, sin urgencias. Creada con una devoción intima, a cuentagotas, como si en lo esencial estuviera resumido lo más universal, como si lo personal pudiera representarnos a todos. El mundo del arte almeriense está de luto. Solo desearle al amigo buen viaje.
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