El 7 de marzo de 2020, la vida de Moisés Gutiérrez Arenas cambió por completo. A las seis de la madrugada, este cazador echó a andar hacia la Sierra de Gádor, como muchas otras veces en época de reclamo de perdiz, pero en esta ocasión viviría una desagradable experiencia en una zona conocida como Paraje Caparidán, a cuatro kilómetros de su pueblo natal, Laujar de Andarax.
En un segundo pasó de estar andando entre matorrales a abrir los ojos y ver solamente oscuridad. Moisés había caído a un pozo, a más de veinte metros de profundidad, que le provocó lesiones en la espalda, pierna y secuelas psicológicas. "Tardé unos minutos en ser consciente de lo que me había pasado, empecé a pedir ayuda y tuve suerte que pasó cerca una persona y me escuchó. Se me rompió el móvil al caer y creía que iba a morir ahí", cuenta el laujareño.
Secuelas
Dos años después del accidente tras el que volvería a nacer, este transportista de 44 años de edad sigue medicándose por su artrosis degenerativa y las molestias de la vértebra L-1 que se fracturó en la caída. Lo que más le duele, sin embargo, es que después de aquello, el pozo sigue abierto, sin señalizar, siendo un auténtico peligro para cazadores, pastores y senderistas que caminan a pocos metros de estas trampas mortales que abundan por la Sierra de Gádor.
"No se le da solución ninguna. Tras mi rescate se puso una cinta de la Guardia Civil que con el tiempo se ha ido rompiendo. Hay muchas catas mineras por la zona desde hace muchísimos años y nadie se responsabiliza. Un día habrá una tragedia, porque la ruta senderista pasa a menos de cien metros de este pozo y en los alrededores había cinco o seis más. Si no es en ese, será en otro", asegura Gutiérrez, que fue rescatado de manera conjunta por efectivos de Guardia Civil, Bomberos y Protección Civil y trasladado al Hospital de Poniente, donde fue operado. "No me quedé en una silla de ruedas de milagro", afirma.
Indignado
Este vecino de Laujar de Andarax estuvo ocho meses de baja, aceleró su regreso al trabajo “por necesidad” y ahora reparte verdura para una empresa de El Ejido por media Europa, pero aún no puede pasar página del todo con respecto al día de su caída hasta que no vea que ese pozo minero, y muchos otros que hay por aquella parte de la sierra, queden sellados y dejen de ser una trampa mortal.
“Cada vez está más de moda el senderismo y en un descuido alguien podría caer en algún pozo, porque no hay piedras alrededor, está liso y lo tapan las matas. Ya han caído perros y ganado muchas veces”, asegura indignado Moisés, que no entiende cómo no se cumple la normativa de seguridad por parte, en ese caso, según afirma, del Ayuntamiento de Laujar, que gestiona los terrenos del Paraje Caparidán.
“Que los tapen, es lo único que quiero, que la ley dice que deben estar vallados y señalizados. Ya se metió presión tras lo ocurrido con el niño en Totalán para evitar sucesos similares, pero no parece que se estén tomando medidas efectivas”, opina.
Medidas
En lugares con legado minero de la geografía española se han empezado a colocar en la última década, como mínimo, barreras perimetrales para impedir el paso a personas y animales. En otros, directamente se ha clausurado por completo el espacio, dependiendo de su tipología, riesgos detectados y localización. La clave para llevar a cabo estas medidas es tener un inventario completo de estos pozos y poder minimizar sus peligros de una forma más efectiva, pero en la provincia de Almería aún se desconoce la existencia de cientos de ellos de una forma oficial.
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