En el ecuador del siglo XI, astrónomos chinos y árabes documentaban el avistamiento de una estrella que brillaba durante la luz, y el mundo cristiano se resquebrajaba por la mitad rompiendo la unidad estatal del antiguo Imperio Romano. El Gran Cisma de 1054 delimitó dos maneras de entender la sociedad, el credo, el idioma y el propio calendario.
A un lado Oriente, de rito ortodoxo, continuista en las antiguas liturgias, calendario Juliano introducido por el mismo Julio César y lengua griega y al otro lado, el Occidente impulsor de la doctrina católica, el latín y desde 1582 regido por el calendario Gregoriano. Un espejo que en materia de festividades ofrece la misma imagen a través de una cara convexa y otra cóncava que las revela diferentes.
Los católicos dejan atrás la Semana Santa y la comunidad ortodoxa de Roquetas entra de lleno en ella. En una población en la que viven más de 100 naciones diferentes, la comunidad rumana lidera el ranking migratorio representando el 10% del censo roquetero, y dentro de ella suman casi 4.000 cristianos ortodoxos, que junto con sus correligionarios eslavos y griegos, preparan una semana caracterizada por el dolor, el recogimiento y el luto y contrastada por el dulce, los vivos colores y la alegría de la resurrección.
El silencio del Procodu
En la Semana Santa ortodoxa no existen pasos de palio, penitentes ni bandas de cornetas y tambores, sino austeridad y familia. Todo empieza entre el martes y miércoles santo, cuando los hombres llevan el pan y él vino a sus hogares, y allí aguardarán hasta ser bendecidos en la mañana del sábado. Para los ortodoxos, Navidad y Semana Santa son las festividades más importantes del calendario, y el grado de respeto con el que las celebran no es para tomarlo a la ligera.
Jueves y Viernes Santo son días de duelo, donde impera el Procodu (velatorio), vestidos de luto hombres y mujeres se sientan en lados opuestos del templo y escuchan en silencio los evangelios, en misas que pueden postergarse hasta dos horas. La quietud sólo se rompe durante la ceremonia del viernes, cuando los feligreses abandonan sus escaños para marchar durante tres vueltas alrededor de la iglesia portando una vela encendida, mientras tanto el silencio se ahoga en las gargantas de las que fluyen himnos religiosos.
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