Manuel Leon
01:00 • 04 mar. 2012
Fue un tipo inquieto Domingo Fernández Mateos, desde que nació en la calle almeriense de Alcalde Muñoz al alborear el siglo cambalache. Su abuela, Concha Mateos era la gobernanta de las cámaras frigóríficas del Mercado, donde se guardaban como oro en paño los lomos de carne que solo se comían en domingos y fiestas de guardar, en aquella Almería de carpantas.
Se fue pronto al ejército, en 1923, a Melilla, en plena Guerra de Marruecos y participó en el Desembarco de Alhucemas, que fue como una especie de venganza patria contra el moro, tras el Desastre de Annual.
Allí supo de trincheras y metrallas, pero también aprendió el arte del revelado fotográfico. Y con ese bagaje de conocimiento en el zurrón volvió a su tierra para abrir un laboratorio en la calle Rueda López y casarse con Isabel Ramírez Laynez. Pasó duros momentos en la Guerra Civil, le surgieron las primeras arrugas en la frente y al finiquitar los días de plomo, guardó su Leyca en una caja de galletas y se arrimó al negocio floreciente de los perfumes, en el que su hermano Angel había dado ya algunos pasos.
Abrió su primer laboratorio de esencias en los bajos del domicilio familiar, enfrente tenía a Briseis y cerca, en la calle Murcia, a su propio hermano, dedicado a las misma tarea. Demasiados gallos en un mismo corral.
Pensó por ello diversificar el negocio y en 1942 abrió la primera fábrica de polvos de talco de la provincia en un viejo caserón de la calle Pedro Jover.
Eran años duros de postguerra, donde el agua por sí sola ya era un lujo asiático en aquella Almería de sarna y mingitorios. En ese inmueble, el emprendedor, el galán inquieto de Alcalde Muñoz fundó Eros -Dios del amor- la fábrica donde empezó a producir y envasar espuma de talco para media España. El Vita, un guardia municipal pluriempleado de Purchena, traía la materia prima en sacos de las minas de Somontín, que explotaban los Acosta.
El y su equipo lo refinaban con disolventes, lo perfumaban y los envasaban en un proceso laborioso en el que participaban Alfonsete el músico, Miguel, Antonio y Marisol, entre otros operarios. También sus hijos -Domingo y Angel-compatibilizaban sus estudios en La Salle con la ayuda al negocio familiar en tareas contables y comerciales.
La fábrica almeriense fue prosperando, no solo en Almería donde abastecía a droguerías, a los Almacenes Iberia de Sebastián Alcalá, a los Hermanos Segura.
También dio el salto a Málaga, Sevilla, Cádiz, Valencia, Barcelona y al Norte de Africa donde contaba con una amplia red de distribuidores, allí donde Domingo en su juventud hizo la guerra y vio morir a tantos compatriotas. Tenía el empresario almeriense ingenio para las mezclas de esencias en el laboratorio y comenzó la producción de colonias florales, lociones de fantasía con nombres tan a la moda entonces como Galán de Noche, Rosas de Francia, Violeta de Palma, Farina, Olga, Estambul. Y amplió catálogo también con la fabricación de brillantinas, jabón, masaje facial, detergentes y hasta insecticidas.
Le dio a Domingo, al viejo fotógrafo, con este emporio de cosméticos, para comprarse una casa nueva en Obispo Orberá y para proporcionar estudios superiores a sus hijos.
Su pericia con las probetas hizo que Almería, tierra de legañas, fuese también conocida por un talco ‘fino y superior’ que apaciguó el picor de los culetes rosados de miles de niños de postguerra. Un siniestro pólipo en la vejiga lo retiró de la vida con 68 años y el imperio Eros pasó a la historia a principios de los 70.
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