Barco lleno, barco vacío. Ha sido -es aún- el lastre que tiene que soportar el Levante almeriense. Y así es difícil organizar una tierra que se infla y se desinfla como un flotador. En verano todo falta, en invierno todo sobra, allí, en ese paraíso de la naturaleza, desde Terreros a Carboneras. Pero, a pesar de esa estacionalidad, hay urgencias como la de la Variante de Mojácar enquistada durante 30 años, contestada- de buena fe porque quizá no era aún su momento- por gente como aquel Fermín Guijarro o por aquel Quijote que fue Carlos Cervantes. Una carretera, que ahora se retoma, que llegó al Parlamento Europeo por el Informe de Impacto ambiental y cuyo tajo fue abandonado por la contratista Agromán siendo alcalde Juan García Flores.
Tico Medina, que llegó con mochila y zapatillas a la comarca buscando a Rosa la Cachocha pero ya no estaba, dijo que el encanto de ese pueblo de buganvilla y reflejos de cal viva residía en los difícil que era llegar. Pero la Autovía abierta en el año 92 lo cambió todo: en vez de bohemios despistados buscando playas y daiquiris, empezaron a llegar familias enteras dispuestas a comprarse un chalet diseñado por José Luis Gallego en La Paratá o en la Cueva del Lobo. Eso ha provocado que transitar en las últimas décadas en coche por la costa mojaquera, atravesar la Vista de Los Angeles, el Kon Tiki, el Parador, los chiringuitos del Cantal sea una odisea, como un pequeño Madrid en hora punta, pero con aroma a paella, sangría y salitre.
Por eso, el acuerdo para continuar con la Carretera Variante de Mojácar, desde la gasolinera de Los Gurullos hasta la Rambla de Las Marinas, es una buena noticia. Es cierto que una nueva vía de asfalto cambia el paisaje, araña terrones, amenaza azufaifos y palas de chumbos. Pero qué hacer: ¿seguir subiendo a por agua a la fuente en una acémila? ¿conformarse con tardar 40 minutos desde el Pura Vida al Hotel Indalo?
La primera fase de la Variante, entre El Caldero, Cuartillas y la discoteca Viva Mojácar, finalizada en 2005 ha sido un bálsamo para la subida al pueblo, reventada de coches en julio y agosto. La segunda fase, de apenas dos kilómetros, vendrá a dar un servicio necesario a los residentes del Cantal, Los Hornicos, La Paratá, de Pueblo Indalo, siendo como deber ser una vía de descongestión, no una M-30. Ya no será una proeza cruzar en agosto la carretera principal y absorberá 6.000 vehículos diarios que hará la vida más facil a nativos y forastero.
La Mojácar cubista, salvaje, agreste, desnuda, la Mojácar indómita, abonada por la prosa de Carlos Almendros y los óleos de Fritz Mooney, la del Moño Alto y de la Pensión La Justa, ya no existe. Ahora es -lleva siendo- una nueva Mojácar, que si no tiene válvulas de escape amenaza con explotar; una nueva Mojácar en la que se ve -se está viendo- cómo la playa se come al pueblo, olvidando -propios y extraños- que allí arriba es donde habita el verdadero duende mojaquero de Ginés Carrillo, el agua cristalina cayendo en el cántaro, donde anida el encanto, el tipismo, la esencia de nuestros antepasados. Y en los últimos tiempos se ve- se está viendo- que cada vez es más difícil llegar al pueblo, algo que aliviará, seguro, la nueva carretera. Porque Mojácar es un pueblo de costa y está bien que así sea. Pero la costa la tienen muchos, mientras que el embrujo del pueblo moruno lo tienen pocos. Sin el arriba, no existiría el abajo.
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