En alguna ocasión vino por la redacción de La Voz de Almería a consultar en papel la vieja colección del diario Yugo. Llegaba don Gabriel, el maestro eterno de Antas, con la humildad de un franciscano, sin levantar la voz, pidiendo solo una mesa y una silla para consultar con paciencia de caracol alguno de los tomos antiguos del periódico, mientras con un lápiz iba anotando la antiguas noticias de su pueblo. Se acaba de ir este hombre bueno, este hombre sabio, este Gabriel Martínez Guerrero, con 81 años de vida fecunda, dejando media docena de libros escritos sobre la historia de su pueblo, publicados por la editorial Arráez de su amigo Juan Grima. Eran -son (porque viven)- apuntes sobre la historia de Antas, sobre el Argar, sobre el agua y los volcanes, sobre el Cabezo María. Era Gabriel, a su manera, como un Delibes de la historia antigua de su pueblo, que, en vez de novelar, narraba hechos y situaciones y costumbres y pasajes de esa tierra de la que han dicho que fue donde el hombre empezó a sentar la cabeza.
Todos los pueblos tendrían que tener un don Gabriel, que limpie, fije y dé esplendor a su pasado, que es la mejor manera de diligenciar el presente y de otear el futuro. Conocer una tierra es amarla y don Gabriel, por encima de todo, quería a Antas. Se le notaba en todos sus poros. Dedicó su vida a eso: a aprenderla, a conocerla, para así estimarla más y a divulgarla entre los niños y los jóvenes. Porque uno se emocionaba de ver a don Gabriel en clase, como a aquel maestro de La lengua de las mariposas. Una vez fui a grabarle una entrevista para la radio como experto en la cultura argárica. Era un día de mediados de los 90, siendo jefe de Estudios del Colegio Reyes Católicos de Vera, y se encontraba don Gabriel dando clase de una asignatura que se había inventado y se que llamaba 'Educación en la mesa'. Había que verlo en su tarima de profesor explicando a los alumnos en el pupitre cómo había que coger el cuchillo y el tenedor para cortar la carne y cómo había que masticar sin hacer ruido.
Ese era este maestro antense o antuso o argárico como a él le gustaba que lo llamaran: 'el maestro argárico', un hombre sencillo dedicado a lo suyo, a sus libros, a sus papeles, recordando cuando empezó a dar clase aún muy joven, cuando iba caminando de pedanía en pedanía, de cortijo en cortijo, por su pueblo natal, del que nunca se fue, del que nunca se marchó, porque allí fue plenamente feliz. Al menos, siempre lo pareció. Sobre todo cuando La Voz de Almería le dio el premio Levante a la Cultura o cuando lo nombraron Cronista Oficial de la Villa o cuando fue elegido uno de los 19 centinelas del Patrimonio Cultural del Argar que para él era como si lo hubieran nombrado Defensor de los Santos Lugares de Jerusalén.
Siempre estará en la memoria de los suyos, de sus vecinos, de los antenses, de la gente de la cultura del Levante almeriense. Pero, sobre todo, siempre quedará en el recuerdo de tantos niños y niñas de Antas, los mismos que ahora son hombres y mujeres. Mejores hombres y mujeres, gracias a la pasión que puso este Aristóteles del siglo XX en educarlos. En educarlos bien. Se ha ido don Gabriel, el maestro eterno de Antas, pero deja su estirpe a través de sus hijas Carmen, Eva y Josefina y de sus nietos, como ramas de un tronco frondoso con fuertes raíces en ese lugar donde dicen que empezó a amanecer la civilización.
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