Es viernes 19 de octubre de 1973 y Adra despertaba tras una noche de lluvias torrenciales y fuerte aparato eléctrico que iluminaba todo un pueblo. Sin embargo, amaneció un día radiante de ese otoño especial de Almería, con días que parecen una continuidad del verano. De la tormenta solo quedaban como testigos el agua y el barro.
A medida que el día avanzaba comenzaron a llegar noticias confusas desde muchos puntos de las costas de Almería y Granada, que hablaban de muerte y destrucción tras el paso de la gota fría.
Precisamente las lluvias torrenciales de los últimos días ponían fin a una sequía que se prolongaba durante dos años atrás. Cuando los comerciantes de la calle Natalio Rivas, la popular “Carrera” abrían sus negocios y limpiaban las aceras del barro de la noche anterior, una repentina procesión desenfrenada de coches y vehículos de todo tipo acabó con la tranquilidad: ¡Qué viene el río!
Decenas de personas y conductores trataban de huir y poner a salvo sus vehículos dispersándose por las calles empinadas que dominan los barrios altos de Adra. Aquella algarabía anunciaba con minutos de adelanto lo que estaba a punto de suceder y que venía acompañada de un ruido ensordecedor del agua que bajaba rompiendo cañas y todo lo que se interponía a su paso.
El río había recibido en muy pocas horas 206 litros por metro cuadrado y al llegar al desvío artificial que se le hizo en la Cuesta del Borrego, en el camino de La Alquería, una espectacular ola de seis metros de altura- dicen los que la vieron- saltó por encima de los muros de defensa y dirigió una muralla de agua, lodo y fango hacia el corazón de Adra y su vega. El agua enfurecida volvió a recobrar sus escrituras y el imponente caudal tomó su nuevo curso por el camino de La Alquería. Mientras, en la carretera de Puente del Río, a la altura del puente, la Guardia Civil tuvo que cortar el tráfico, por el aumento del caudal y evitar así, cualquier tragedia por si el agua arrasaba hipotéticamente con el puente.
La vieja muralla de la fábrica de conservas Santa Isabel contuvo durante horas que la mayor parte de la riada penetrase en el centro de Adra, haciendo de encauzamiento hacia los pagos situados entre el camino del Censo y La Habana. Pero cuando no pudo aguantar más, el brazo del río arrasó sin piedad sus instalaciones acompañando al agua miles de latas de atún y se dirigió de Levante a Poniente de la población, entrando al pueblo por la carretera de Almería. Para ese momento, toda la vega de Adra estaba ya inundada y en proceso de destrucción de la mayor parte de sus cultivos. En La Alquería, había un paisaje desolador, lleno de barro y destrucción.
A las diez de la mañana una primera ola comenzó a entrar a la altura del antiguo hotel Abdera, destruyendo el viejo cine Albéniz, situado frente a este establecimiento. Luego, el nivel del agua se fue elevando a medida en que la disposición irregular de las casas de la Carrera iban estrechando o ampliando la anchura de este sorprendente cauce, por el que estuvo pasando agua hasta cerca de las dos de la tarde de forma ininterrumpida, buscando el mar.
El puerto de Adra y sus calles de acceso principales entonces (Tarrasa, Carril de Cuenca...) se convirtieron en el objetivo de la riada, pero al llegar al recinto portuario el agua se topó con una muralla que cerraba todas las instalaciones, contra la que se estrellaba y retrocedía de nuevo hacia el pueblo, embalsándose y provocando una mayor destrucción.
Entonces, el alcalde, Arturo Oliva Rivas, decidió enviar varias palas excavadoras el puerto y sin esperar la autorización del organismo portuario decidió derribar la muralla por varios puntos, para que el agua encontrase su aliviadero en el puerto y el mar. Queda patente la ayuda inestimable de pescadores de Águilas (Murcia) donde parte de su flota pesquera se encontraba por entonces faenando cerca de Adra y estando amarrada al puerto por el temporal, no dudaron en ayudar en el derribo de la muralla. A partir de ese instante, el nivel del agua comenzó a bajar en el pueblo. Mientras, los coches que no había sido puestos a salvo en lugares altos del pueblo, eran movidos a placer por el agua.
Muchos no han podido olvidar las desastrosas imágenes que vieron y el miedo que pasaron. Unos sucesos lejanos en el tiempo pero muy presentes en la memoria de los abderitanos.
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