Manuel Leon
22:41 • 26 mar. 2012
E l 80% de los combinados que vende Antonio Lamarca en su céntrica terraza de la Puerta de Purchena son de gintonic; no es por exagerar, pero puede que la mitad de los almerienses que salen de farra un sábado noche, al volver a casa, el aliento que dejan en la almohada sea de ginebra con tónica. Es una revolución, una moda que se va propagando por Almería como una epidemia consumista: como las bravas del Bonillo, como los soldaditos de Pavía.
El gintonic triunfa, es el santo y seña de cualquier botillería almeriense que se precie, cualquier día de la semana, a la hora del aperitivo, de la sobremesa o en la fiesta nocturna. Los miembros de esta suerte de logia masónica van en aumento, como su sofisticación: cientos de marcas premium reposan en los anaqueles de los bares, así como las tónicas hechas con agua de deshielo polar, rodajas de pepino, cardamomo, lima con decantador para apreciar la botánica de frambuesa... toda una liturgia. Tanto, que un experimentado barman, José, ha abierto en Martínez Campos una sala de catas.
Nuestros abuelos bebían sifón y zarzaparrilla en La Granja Balear o el Jumilla de los bocoys. Después, en 1961, llegó la Coca Cola a Almería, a competir con nuestra Orange Crush, con las gaseosas, con el cóctel Gran Corona de Pancho Ródriguez Cruz.
Más adelante sucumbimos a las modas del roncola, del whisky de malta, del vodka naranja adolescente. Ahora toca vivir bajo el imperio del gintonic, el cóctel que se inventó un oficial británico para celebrar su victoria en La India y que ha arrinconado al proletario ‘Sol y Sombra’.
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