Isabel Ponce Flores (Cuevas del Almanzora, 1923) se ha convertido en la vecina más longeva de su municipio. Este 2 de febrero la palomareña cumplía cien años rodeada de familiares y amigos, aunque “a una mujer no se le pregunta ese número”, contestó a la pregunta sobre cuántos años cumplía. Todo un siglo de vivencias en los que la de Palomares confiesa ha tenido mucha suerte de rodearse de "gente muy buena".
Eso sí, Isabel confiesa que la longevidad es una herencia familiar ya que su
tía Isabel vivió hasta los 103 años. “Siempre me dijeron que me
parecía mucho a ella”. Cuando su madre dio a luz a Isabel, allá por el primer cuarto del siglo pasado, nació sietemesina. “Mis padres creían que me iba a
morir, mi madre se pasaba el día llorando”.
Recuerda que su
madre la arropaba "con botellas de agua caliente" para evitar que se congelara de frío. Sin embargo, Isabel le ganó el pulso a la muerte entonces y durante los siguientes 100 años. Se ha convertido a día de hoy en la mujer que más ha vivido de todo Cuevas del Almanzora, aunque entre risas asegura que
“yo no me doy cuenta que soy tan mayor”. Y es que, en las distancias cortas, la cuevana derrocha
vitalidad y simpatía a raudales y así lo hizo el día de su último cumpleaños en el que su hija, María Teresa , recordó que disfrutó tanto
que “estuvo afónica una semana después”.
Siendo la mayor de
seis hermanos, Isabel se vio obligada a cuidar de todos ellos mientras
sus padres se dedicaban a trabajar en el campo. “Plantábamos
panizo, alfalfa…”, rememoró. Pero las escasas lluvias le hicieron a ella y a
uno de sus hermanos emigrar a tierras más fértiles. Fue entonces
cuando nuestra protagonista acabó en la localidad de Valls, en Tarragona.
Allí vivían sus tíos. “En
Valls tuve mi primer trabajo, me compré ropa y me eché novio”. Un
primer amor, con el que el padre de la palomareña no estaba muy de
acuerdo y ayudándose de alguna que otra treta la persuadió para
volver a su tierra y así olvidarse de ese joven amor, del que nunca
más supo.
11 años y "ni un beso en la cara"
Cuando volvió a
Palomares Isabel conoció al que sería el gran amor de su vida y
padre de su única hija, Francisco Martínez. Once años
esperó Francisco a que la palomareña le diera el sí quiero. “En
todo ese tiempo no me dio ni un beso en la cara”. No quería
irse de la casa familiar sin casarse y la mala economía de la
época dilató el noviazgo más de lo que esperaban los
protagonistas. Eso sí, cuando se casaron le dio todos los besos y
arrumacos que había guardado durante una década.
Tanto ha vivido Isabel que recuerda cómo en aquella etapa los novios cuando se veían lo hacían con 'carabina', “Francisco le
decía a mi madre que se fuera a acostar, porque de una cabezada se
iba a acabar rompiendo un brazo o una pierna y entonces mi madre nos dejaba solos”. El día de su matrimonio casi se da la vuelta en el altar, porque no quería casarse lloviendo, aunque finalmente, “me casé con lluvia y de luto porque uno de mis
hermanos había muerto”.
Años
después la vida de Isabel se vio azotada por una tragedia. Los
ideales políticos de su padre, defensor de la democracia, hicieron que éste acabase en la
prisión del Castillo de Cuevas del Almanzora. “Mi madre lo pasó
muy mal, no tenía cómo mantener a mis hermanos, se puso a vender pan
en los pueblos”. Al enterarse de su ingreso en prisión la madre de
Isabel acudió a la casa de sus vecinos para que testificaran a su
favor, sin embargo solo encontró negativas. Finalmente, gracias a un
familiar el cabeza de familia salió de la cárcel 9 meses después
de su detención. “Mi padre no volvió a ser el mismo, de la cárcel
salió tonto”, lamenta con pena.
Tras algunas
cosechas fallidas Isabel y Francisco decidieron emigrar para buscar
prosperidad económica allá por 1960. Veinte
años viviendo en un pequeño pueblo agrícola en Francia donde
Isabel recordó cómo aprendió el idioma francófono y usó por primera vez una
lavadora. Su hija también lo recuerda. “Fue mi primera fiesta de la espuma” bromeó, a lo que su madre le respondió que "nunca había visto una máquina de lavar y me
equivoqué de polvos”. Usó esa primera lavadora
con 37 años.
En Francia trabajó limpiando casas, cuidando niños y en el campo. “La vendimia la hacíamos todos los años, la zona era agrícola y cogíamos cerezas, manzanas o uvas”. Aunque en Francia vivieron muy bien y encontraron el cariño de mucha gente. “Mi madre se pasó toda la vida con ganas de venirse a España y mi padre aspiraba a venirse después de jubilarse, pero no llegó, con 54 años le dio un infarto y murió de forma fulminante” lamentó María Teresa, su hija.
Una nueva tragedia que afrontar para Isabel. “Mi madre lo pasó muy mal, pero mi abuela se vino a acompañarnos unos años hasta que cayó enferma y nos volvimos a Palomares en 1985”, entonces recuerdan cómo arreglaron la casa de sus abuelos. Y ahí siguen.
Pese a que se habían tirado 20 años añorando su tierra, el regreso no fue fácil. “Echábamos de menos los quesos, la mantequilla, íbamos al Pryca a hacer la compra entonces para encontrar las cosas que nosotros solíamos comer... Los vecinos se echaban las manos a la cabeza”, recuerdan entre risas madre e hija, aunque confesaron que a día de hoy no volverían al país galo por nada del mundo.
Un siglo de vida en el que la de Palomares ha vivido de todo. “La vida me obligó a ser valiente, no me quedó otro remedio”, Unas palabras a tener en cuenta. Salen de la vecina más longeva de Cuevas del Almanzora, Isabel Ponce. Toda una mujer centenaria.
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