Se podría decir casi sin equivocarse que raro es el vecino de Cuevas del Almanzora y de municipios limítrofes, que no guarda en su casa un artículo de esparto que no haya pasado previamente por las manos de Manuel Haro González (1941), el único espartero en activo de toda la localidad cuevana a sus más de 80 años.
Y es que, el esparto
de Manuel incluso ha cruzado las fronteras de su municipio. “Todo
lo que he hecho ha sido para regalarlo, tengo cosas hechas en Chile,
en Argentina o en Alemania”. Como no iba a ser menos, también su
pueblo ha disfrutado de sus creaciones. Cestas, alfombras o cortinas
se han podido ver en alguna que otra ocasión expuestas en diferentes
lugares como en la Cueva Museo o en el museo Antonio Manuel Campoy
ubicado en el castillo del Marqués de los Vélez.
También
es habitual ver su laborioso y cuidadoso trabajo de espartero, como
parte de la Semana Santa cuevana. La mismísima imagen del Cristo de
la Salud del Paso Blanco y el titular del Paso Morao, Jesús
Nazareno, portan pleitas de esparto cosidas con mimo por Manuel.
Pero también en el Paso Morao, se pueden ver muchas de sus pleitas
adornando las cinturas de los miembros de la Cofradía. Esto no es
casualidad, la familia de Manuel forman parte de los moraos y entre
ellos, sus nietos, quienes son su predilección.
“Los niños, necesitaban una cesta para llevar la comida en la procesión y antes que se la pudiésemos pedir, nos dijo que ya las tenía hechas”, recordaron sus hijos entre risas.
Y es que el amor por
el esparto se ha saltado una generación en la familia, pero su nieto
Martín Haro ha decidido continuar con el legado de su abuelo. Con
solo 9 años Martín ya sabe trenzar y anudar esparto como todo un
profesional. “No hay nada que me guste más que pasar horas
haciendo esparto con mi abuelo”, aseguró el pequeño espartero.
“Cuando los maestros de su colegio y sus compañeros le ven
haciendo esparto porque algunas veces se lo ha llevado al colegio,
alucinan, la mayoría no saben ni qué es eso”, recordaron sus
padres.
En una bonita
cortijada en el campo, en la pedanía cuevana de Jucainí se
encuentra el taller de este espartero. Cestas de todos los tamaños,
alfombras, paneras, bolsos, pleitas, alpargatas y unos cuantos
manojos de esparto se pueden observar nada más entrar por la puerta.
Ahí rodeado de todas sus obras, Manuel junto a su nieto Martín
entrelazan esparto muy concentrados.
Pero también han
servido de decoración para muchas casas o lugares de trabajo de sus
vecinos, ya que todos los que conocen a Manuel y sus obras quedan
maravillados y no pueden vitar hacerle algún que otro encargo, eso
sí, con los que él está encantado.
El espartero que a
sus más de 80 años, conserva un gran sentido del humor asegura que
a algún que otro conocido le ha regalado unas diminutas cestas que
simulan a las grandes donde se llevaba la comida antiguamente,
diciéndoles que era una cesta para hacer “régimen”, ya que, “si
comes lo que cabe en ese cesto no hace falta que vayas al médico”
decía Manuel mientras se le escapaba una sonora, risotada.
La artesanía y el
trabajo con el esparto es algo que siempre ha formado parte de lavida de Manuel, pero no fue hasta su jubilación cuando se ha
dedicado por completo a su afición. “Se puede pasar horas y horas
con el esparto”, asegura su mujer, Josefa que se ha convertido en
la supervisora oficial, “yo siempre le corrijo cuando cose”,
confiesa entre risas.
Haciendo gala de ese sentido del humor, cuando Manuel se jubiló le decía a sus amigos
que ahora se dedicaba a “vestir mujeres desnudas”, refiriéndose
al cuerpo de esparto que hace a las botellas de cristal.
Los comienzos
La relación
con el esparto, de este vecino cuevano, nació muchos años atrás. Con solo 12 años, Manuel
recuerda como pastoreaba unas cabras por el monte y a su paso
encontraba matas de esparto por el campo que cogía a modo de
divertimento hacía figuras y lo tiraba. Pero un buen día, a su
padre se le rompió un cesto que usaba para llevar su comida al
trabajo y antes de tirarlo, el cuevano decidió investigar un poco.
“Lo deslié y empecé a ver como podría haberse hecho,
así aprendí a hacer cestas y hice varias cositas” recordó Manuel
que por vicisitudes del destino, tuvo que emigrar a Barcelona, luego
tuvo que hacer el servicio militar y luego emigró a Alemania, “me
tiré muchos años sin hacer esparto”.
No fue hasta el año
1966, cuando el regreso a su pueblo le hizo retomar esta artesanía.
Manuel entró a trabajar como parte del equipo de obras públicas y
“entonces los peones camioneros llevaban unas cestas de mimbre
cuadradas para guardar sus pertenencias en el camión pero dejaron de
hacerlas. Entonces me puse una noche con un manojo de esparto y en
dos o tres días me hice mi propio cesto, en cuanto me lo vieron los
compañeros, tuve que hacerle una a cada uno”.
Una
historia que no ha parado de repetirse hasta día de hoy, “no paran
de hacerme encargos”, afirma Manuel que está encantado con la idea
y mucho más ahora que tiene como aprendiz al pequeño Martín. “No
me importaría dar algún taller de esparto a los jóvenes del
municipio”. El cuevano no quiere que se pierda este arte, y
transmitir su conocimiento a las nuevas generaciones y acercar las
técnicas y vivencias “de antiguamente” es imprescindible para
lograrlo.
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